“Te effeo por reverse” y cómo Internet me cambió la vida

Agustina Vivero (Cumbio)

“La primera influencer de la Argentina.” Así me nombraron en una gala
del Martín Fierro Digital hace algunos años. Es un título muy divertido,
que nace en realidad hace catorce años gracias a una innovadora
plataforma en Internet.

Mi nombre es Agustina Vivero, algunos me conocen como Cumbio, la “reina”
de los floggers y primera influencer del país. Hoy me gustaría contarles
un poco de mi historia. Cuando tenía unos diez años escuché en la TV,
por primera vez, que existía algo llamado “Internet”. Este servicio,
afirmaban los periodistas, te permitía desde la comodidad de tu hogar y
sin necesidad de dinero, viajar por el mundo. Sí, viajar por el mundo
gratis y mucho más.

Mientras oía atentamente, no dejaba de sorprenderme todo lo que prometía
esa maravilla llamada Internet: conocer cualquier ciudad en el mundo,
hacer amigos de otros países, tener video- juegos gratis, ver películas,
hacer preguntas anónimas y obtener respuestas útiles. Desde ese momento
supe que eso era para mí, Internet me estaba llamando.

Desde el conventillo en el que vivía, donde compartíamos el baño con
otras diez familias, esa propuesta era fascinante, pero había un pequeño
detalle que me impedía acceder a Internet: no tenía los recursos. Mi
mamá es ama de casa y mi papá plomero, no entendían mi fascinación por
la idea de poder tener una computadora conectada a Internet y, además,
no podían pagarla. Como siempre creí que a base de buena voluntad y
muchas ganas iba a lograr lo que me propusiera, jamás dejé de
insistirles a mis padres con la posibilidad de tener conexión de
internet en casa. Siempre obtenía la misma respuesta: no es que no
queremos, es que no podemos. Igualmente, seguía portándome muy bien, no
tenía gastos y jamás no pedía nada que no fuera eso, la computadora y
una conexión a internet.

Mientras yo les insistía a mis viejos, llegaron a la Argentina los
cibers y los locutorios con internet, así que todos los días caminaba
diez cuadras hasta el ciber más cercano al conventillo, para poder
conectarme. Nunca me voy a olvidar de lo estrictos que eran en los
locutorios, en aquella época en la que con un peso pagabas una hora de
internet, y si tu hora se terminaba te bloqueaban totalmente la
computadora sin que hayas podido desloguearte. Si tenías 25 centavos
más, podías pedir unos quince minutos extras para cerrar tus cuentas y
que el siguiente cliente no pudiera ver tus emails.

¿Qué hacía yo en aquella época, con catorce años, cuando conseguía una
compu con internet? Entraba a páginas para escuchar música, miraba Alejo
y Valentina en locoarts.com.ar [Nota: un delirante show en flash del
inclasificable Alejandro Szykula, un ex SyOps de la época de Oro de las
BBS Argentinas], navegaba por fotologs de Terra. Esos fotologs –muy
pocas personas los deben recordar–, cerraron en 2013 y no tuvieron mucho
éxito en la Argentina, pero fueron los pioneros en redes sociales [nota:
de las basadas en empresas] en nuestro país. Entre mis amigos virtuales,
con los que hablaba por MSN, visitábamos Fotolog.terra.cl, que
pertenecía a Chile. Fue el primero en llegar y al poco tiempo migramos a
Fotolog.terra.com.

Como la zona en la que vivía no era muy segura, menos viviendo en un
conventillo en el que a menudo empujaban la puerta familias que querían
ocupar el lugar, mis viejos no me dejaban abrir la puerta cuando alguien
golpeaba. Pero hubo un día muy especial, que nunca voy a olvidar, en el
que mi mamá me pidió que abriera porque estaban tocando, lo que me
pareció bastante extraño. Cuando abrí la puerta estaba mi papá,
sonriendo, con una CPU, un monitor, un mouse y un teclado amarillentos,
con Windows 95. Me miró y me dijo: “Mirá, te la conseguí en un remate
por cien pesos”. Esa fue mi primera computadora. Como les conté antes,
mi papá es plomero; habitualmente asistía a remates para comprar
inodoros más baratos o bañeras que luego usaba en sus trabajos. Esa
computadora no soportaba internet, en realidad no soportaba casi nada,
pero me resultó de gran ayuda porque tenía muchos archivos de Excel de
la empresa que la remató. Aprendí a manejar ese programa y jugué mucho
al Príncipe de Persia en disquete. Con el tiempo, mi papá logró cambiar
esa computadora por una con Windows 98, en la que ya podía tener
internet, pero el problema era siempre el mismo: no podíamos pagar el
abono para la conexión. En aquella época los contratos de internet eran
por al menos dos años, no te permitían cortarlos al mes si no podías
pagarlo (o por lo menos eso me explicaba mi mamá) y meternos en un
compromiso así era imposible para nosotros.

Al comenzar el año, me anotaba en una beca que te daba el Estado si no
llegabas a pagar tus libros y útiles escolares. Unos meses después, mi
papá me dijo que él iba a comprarme todo, que me regalaba los cien pesos
que me daban de la beca para que los usara inteligentemente en lo que
considerara mejor. Tuve tanta suerte, o como digo yo siempre, le puse
tantas ganas y era tan para mí, que sucedió: una empresa llamada Flash
te daba, a cambio de cien pesos, un mes de Internet por banda ancha, con
la posibilidad de darlo de baja en el momento que quisieras. Así, tuve
mi propia conexión por primera vez, y ya nunca más dejé de tenerla.

Mientras tanto, cursaba el segundo año del secundario en una escuela
pública, y mi hermano me pidió que hiciera tercer año en una escuela
diferente, porque a él le estaba yendo un poco mejor y quería que yo
aprendiera cosas nuevas y tuviera más oportunidades. Por eso, en 2007 me
cambiaron a una escuela especializada en música, rock y pop, con cuadros
de Jimi Hendrix, Led Zeppelin y Pink Floyd por todas partes. A mí
siempre me gustó mucho la cumbia y también el reguetón, así que cuando
llegué, me sentía un poco sapo de otro pozo. Igual, rápidamente hice
amigos.

En esta escuela, llamada Palermo Sounder, los chicos podían poner música
en los recreos, y todos pasaban música en inglés, menos yo. Cuando me
tocaba a mí, siempre ponía cumbia, desde Violeta, Alcides, El Polaco, El
Original, hasta Jimmy y su Combo Negro, lo que me dio el apodo de
Cumbia. Llegaba el momento del recreo y todos preguntaban: “¿Dónde está
Cumbia? Que venga a poner música ella”. Éramos pocos alumnos en la
escuela, así que todos nos conocíamos. Una chica de mi curso volvía
todas las palabras a masculino, como un juego, a la mesa le decía
“meso”, a la panza le decía “panzo”, hasta que a mí un día me dijo
“Cumbio” y me encantó. Me acuerdo volver a casa y decirle a mi mamá: a
partir de hoy me gustaría que me digan Cumbio, como la cumbia, pero con
O, y mi mamá no entendía nada.

A los pocos meses, empecé a escuchar cada vez más de un tal
“Fotolog.net”, que con el tiempo fue el famoso “Fotolog.com”. Me creé
una cuenta bajo el nickname de Cumbio –era Fotolog.com/ Cumbio–, y al
poco tiempo llegué a los 4000 seguidores. Hoy ese número parece
demasiado poco, pero recuerden que en esa época no había smartphones y
muy pocas personas tenían PC en su casa, por lo que mis seguidores eran
un montón, y creo que se debe a que siempre fui muy amiguera, me gustaba
mucho hablar con todo el mundo y decirles que me siguieran en mi
fotolog.

¿Por qué este fotolog tuvo más éxito que los de Terra? Porque en esa
época se volvían más accesibles las cámaras de fotos digitales, y la
gente dejaba de subir solo fotos de artistas y empezaba a subir fotos
propias, estaba naciendo lo que hoy seguimos disfrutando en plata-
formas como Instagram: las selfies, las fotos con amigos, etcétera. Para
esa altura, mi hermano decidió regalarme una cámara de fotos digital,
por lo copada que me veía con Internet, y ese, creo, fue un camino de
ida. Le dediqué cada vez más tiempo a mi Fotolog y a hacer amigos.
Muchos de esos amigos también eran virtuales, no los conocía, ni sabía
si eran reales.

Finalizaba el año 2007 y empezaba el verano de 2008, ya tenía varios
amigos de Fotolog con la misma cantidad de seguidores que yo y decidí
que nos juntáramos por la llegada a la ciudad de uno de ellos. Venía
desde Entre Ríos y como nunca lo habíamos visto en persona, sugerí un
punto seguro para todos, el Abasto Shopping. El Abasto era accesible
para el grupo, pensaba yo, ya que está cerca la estación de trenes de
Once, pasan muchos colectivos y también el subte. Los que vivían cerca
podían llegar caminando y los que no, tenían transporte público.

En nuestro primer encuentro habíamos hablado unos siete chicos, pero en
aquel encuentro todos fuimos acompañados y terminamos siendo quince.
Cuando vi eso, hablé con todos y les planteé: ¿Qué pasa si la próxima
semana ponemos todos “miércoles Abasto” y vemos quién viene? Seguro hay
otros chicos como yo que no tienen para irse de vacaciones en el verano,
o algunos que se llevaron materias y tuvie- ron que quedarse. Los chicos
de esa primera fecha se entusiasmaron y unos encuentros después fuimos
aproximadamente cinco mil chicos que llenamos el shopping con nuestros
chupines de colores. El revuelo fue tal que se conoció en todo el mundo,
y provocó que no solo los medios argentinos se fijaran en esos
adolescentes que llenaban los shoppings de distintas ciudades, sino
también diarios como El País de España y The New York Times.

Mientras fuera de la pantalla los encuentros entre los floggers
continuaban, todos aprendíamos un poco más sobre estas plataformas
llamadas redes sociales. Creo que Fotolog.com, con su llegada, a pesar
de los errores, nos enseñó mucho. Recuerdo claramente cómo en aquella
época, con mi ignorancia y todo, intentaba aprender qué funcionaba mejor
en Fotolog.

Para el año 2008, era muy poca la información que te brindaban las
estadísticas de Fotolog, y a la mayoría le importaba saber solo la
cantidad de “FF’s” que tenía, como se le llamaba en esa época a los
seguidores. “EFFES”, de donde nació una famosa frase de aquella época:
“Te effeo por reverse”, que significaría hoy “te sigo si me seguís”, ya
que bajo la palabra “Reverse” la red social te enlistaba a aquellos que
comenzaban a seguirte.

Sin embargo, yo estaba muy interesada en la comunicación digital e
investigaba siempre un poco más, de forma precaria y con mis pocos
conocimientos. Los seguidos o “EFFES” te aparecían en el margen derecho
de tu Fotolog, y solo pocos podían aparecerte, entonces se ordenaban
primero aquellos que acababan de subir fotos. A partir de eso, me
preguntaba: ¿Qué tienen ciertas fotos de mis “EFFES” que me atraen más y
me dan ganas de verlas, pero a otros no? Analizándolo, me daba cuenta de
que aquellos que tenían ropa llamativa, que contrastaba con el fondo en
la foto, llamaban más mi atención.

Como yo en esa época tenía muy poca ropa y los fondos de mi casa tenían
mucha humedad, cemento de distintos colores o faltantes de azulejos del
conventillo, empecé a implementar una estrategia para no quedarme afuera
y que mis fotos también fueran llamativas: iba a la casa de mi hermano,
me ponía su ropa (con broches por detrás para que no se notara que me
quedaba grande) y usaba los fondos de las paredes de su departamento.
Esas fotos funcionaban muy bien en Fotolog, además de que me divertía
mucho haciéndolas.

Para mí, descubrir este espacio nuevo y gratuito en las redes sociales
fue un juego que con el tiempo se transformó en mi trabajo actual.
Disfruté mucho lo que pasó, aunque también tuvo momentos duros por ser
algo tan inédito, que no le había pasado a nadie más en América Latina.
Utilicé mis ganas de salir adelante y mi creatividad para aprovechar
todo lo que me había pasado con Fotolog, y hoy tengo una agencia de
Marketing Digital llamada Ruido Social Media, con la que asesoro a
distintas marcas y personalidades importantes.

Internet me cambió la vida y por eso siempre voy a estar muy agradecida,
me encanta ser parte de su historia en nuestro país. Espero que la
tecnología y la conexión en el mundo siga creciendo de forma positiva
para ayudarnos a todos.