En la boca del lobo: activismo digital en los tiempos del WhatsApp

La Imilla Hacker

La Imilla Hacker forma parte de un grupo de mediactivistas bolivianas.
Atraída por el punto de convergencia entre política, tecnología y
género, produce el podcast "El Desarmador", un espacio para analizar
nuestro relacionamiento con la tecnología a partir de nuestras voces
latinoamericanas. Read more

Como cualquier entidad racional, el algoritmo aprende

cómo modificar el estado de su entorno

-en este caso, la mente del usuario- para maximizar su propia

recompensa. Las consecuencias incluyen la resurgencia del fascismo,

la disolución del contrato social que sostiene las democracias

en todo el mundo...

Stuart Russell, “Human Compatible”

 

 

Escribo esto en momentos oscuros. Treinta años después de la caída del
bloque Soviético, América Latina se ve atravesada de un ciclo de
insurrecciones y represión. Si bien se puede argumentar que a través de
la red podemos propagar información, noticias y tácticas más rápido que
nunca, su propia arquitectura podría estar haciéndonos vulnerables al
retorno de los dogmatismos religiosos, el fanatismo y la manipulación
por parte de los grupos de poder.

 

El pensamiento como cultura de resistencia

 

«Si así fue, así pudo ser; si así fuera, así podría ser; pero como no
es, no es. Eso es lógica» - dice un personaje de Alicia a Través del
Espejo. La obra de Carroll no fue sólo para las niñas reprimidas por la
moral de la época: el matemático también quiso popularizar, mediante el
juego, el uso de la lógica como entretenimiento intelectual para
adultos, en la creencia de que su dominio podría vacunarnos contra la
brutalidad de la irracionalidad.

 

Es una idea ampliamente compartida entre las y los académicos que acceso
a más y mejor cultura es condición necesaria y suficiente para acompañar
la emancipación de cualquier pueblo. Claro que ¿quién define qué
cultura, y quiénes son los incultos, es decir, los no cultivados, y
quiénes los aculturantes, es decir, los invasores1?. Quizás de ahí vino
lo de querer más y mejor internet – para acceder, supongo, a eso que
llaman cultura, o sea páginas, portales, audios y videos que antes no
teníamos porque era chiquito el número de los canales de televisión. O
tal vez me confundo con entretenimiento.

 

Desde el afuera de las hegemonías (¡y desde las lenguas indígenas!),
existen modalidades de pensamiento que obedecen a otros ritmos, a otra
visión del mundo, que apelan a la racionalidad colectiva, que resisten
el embate de la pulsión rápida y viral – enceguecida por una
emocionalidad instrumental e inducida. Sólo hay que reconocerlas,
nutrirlas y amplificarlas. Porque el código, a fin de cuentas, es sólo
una lógica, y un lenguaje.

 

Memes para tiempos de crisis

 

¿Qué aportan los códigos de la red a nuestro quehacer político? La
potencia de la máquina-red no es la de aumentar nuestra inteligencia,
sino la de proveernos de inmediatez y viralidad (la frase de “por favor,
viralicen este audio” me ha hecho dudar sobre la fiabilidad del mensaje,
al hilo de la coyuntura boliviana estos últimos días).

Por su propio diseño, la potencia de esa cosa mágica que llaman “redes
sociales” no es la del diálogo, ni la de contraponer argumentos o
contrastar información: yo diría que el oficio del periodismo está tan
tocado de muerte como la capacidad de la sociedad civil para un análisis
crítico de situaciones complejas en el momento apropiado.

 

Hay a quién le preocupa qué le está haciendo el internet a nuestras
mentes. Podríamos asumir, de la mano de Haraway, que ya somos cyborgs,
que en cierto modo siempre lo fuimos, y que mejor haríamos en entender
cómo funciona la difusión de ideas y el contagio en este nuevo campo de
juego – en la gigantesca “Máquina de Odio” que es internet. Biella
Coleman, entre otras autoras, nos advierte que hay que tener cuidado con
dejar que nos secuestren la narrativa (al hilo de la hipótesis
reduccionista de que “los trolls de internet dieron paso a Trump”), y
nos recuerda que la realidad, siempre, es más compleja.

 

Trump, el fundamentalismo religioso-militar de Bolsonaro (eso que ya
pensábamos formaba parte del pasado en nuestra región), el reciente
no-golpe en Bolivia… no son tanto la enfermedad como un síntoma de ella.
Bolsonaro no es Bolsonaro: es el equipo, la metodología de campaña, pero
también la gente que le puso en el poder, los resortes que fueron
tocados en las mentes de cada persona para provocar una respuesta
emocional.

 

Estoy de acuerdo con Biella: los trolls no tienen poderes mágicos. Pero,
del mismo modo que se nos mostraba hace quince años en el documental
“Our Brand Is Crisis”, las elecciones tienen su ciencia. Ésta sostiene
meticulosamente ese escenario público donde, citando de nuevo a Carroll,
“todo cambia para seguir en el mismo lugar”. Y en ese juego cada actor
juega sus fichas en un tablero de naturaleza desigual.

 

Es con nuestra complicidad que, cada vez que compartimos un enlace o
miramos una noticia, estamos permitiendo a los artificieros de estas
campañas políticas obtener datos más precisos para hacer sus cálculos y
modular sus voces de ventrilocuos. Estamos prisioneras de esa misma
máquina neuro-capitalista que polariza los discursos, porque está
programada para eso (el día de las elecciones es sólo un ejemplo más de
la competición por los clicks y por la atención durante el resto del
período).

 

Hemos alimentado esa máquina, y alegar ignorancia sobre la economía que
sostiene a las redes sociales no es excusa. Ingresar ahí fue voluntario
– aunque hayamos sido llamadas con engaños. Ya he perdido la cuenta de
en cuántas colectivas autónomas hemos tenido esa discusión: “hay que
estar ahí porque es ahí donde está la gente”, “yo sólo lo uso para
hablar con la familia, pero nunca para las campañas del colectivo”,
“nuestra colectiva sólo tiene una página para la difusión”. Creíamos que
podíamos jugar y ganar el juego de los memes contra una gran industria.
Creíamos que podíamos contrarrestrar a los machitrolls teniendo siempre
a mano un GIF o un sticker ingenioso. Creíamos que la alt-right era cosa
de incultura y adolescentes que se aburren. Y después de jugar ese
juego, cuando un puñado de actores tienen el control global sobre qué se
viraliza y cuándo, nos sorprende que las noticias falsas se propaguen
como la pólvora.

 

 

 

Tristemente, es con nuestra presencia que hemos validado las
herramientas de mensajería y las redes sociales comerciales como un
medio de comunicación legítimo, y como fuente de información fiable. A
cada taller de “activismo digital” financiado por el Tecnosolucionismo
Global™️, a cada lista de correo en un servidor autónomo que era
reemplazada por un grupo de Whatsapp (que sí, que se pueden infiltrar),
a cada nuevo video que subíamos, caminábamos sin quererlo un paso más
cerca del abismo semiótico que hoy nos horroriza – y nos reprime.

 

    Cuando un puñado de actores tienen el control global sobre qué se
    viraliza y cuándo, nos sorprende que las noticias falsas se
    propaguen como la pólvora

Bienvenida a la Era de las Tinder-Politics

 

La idea es que la propia naturaleza de la tecnología digital podría
estar favoreciendo el auge de los populismos y la polarización. No sé si
estamos preparadas para asumir las consecuencias de esta idea:
pensábamos que programábamos a la máquina, pero después de pedirle que
maximizara una función de utilidad, es posible que la máquina esté
programando nuestro comportamiento.

 

Las lides del activismo, o de la política partidaria, o de la
publicidad, serían puntos de un mismo continuum, donde la sociedad
entera estaría participando de una experiencia de condicionamento, a
base de bucles de estímulo y respuesta. Este bucle operaría de modo
similar al funcionamiento de Tinder: la persona juzga a cada momento lo
que se presenta ante sí, deslizando su dedo imaginario a derecha o
izquierda a cada micro-estímulo, buscando la gratificación inmediata y
la confirmación de sus sesgos cognitifvos. La difusión en redes occure
así, a golpe de dopamina, saltándose la necesidad de pasar por el filtro
editorial de la prensa tradicional. Cosa que por cierto alegra bastante
a los populistas.

De nuevo, la culpa no es de la tecnología. Pero esa tecnología está
inmersa en una maraña de causas y efectos, una red que ecualiza y
amplifica las consecuencias de cada modalidad de comunicación de una
forma muy particular. Cuando alguien argumenta un dato con estadísticas,
se podrían analizar las premisas y examinar la metodología que sostiene
las conclusiones. Si tenemos dudas, podemos pedir a alguien de nuestra
confianza que analice esas conclusiones y señale sus debilidades. Sin
embargo, la arquitectura de la información en estos medios hace que
primen las respuestas tajantes, emocionales, cortas y poco argumentadas
pero populares: decir “¡mierda!” obtendrá más likes, y lleva menos
tiempo que hacer números. Hace pensar que la herramienta no fue diseñada
para cuidar la convivencialidad, sino todo lo contrario.

 

Nos venden que lo electrónico será más seguro (la Universidad de
Stanford, por ejemplo, argumenta que el voto electrónico reduciría la
posibilidad de fraude). La experiencia, por el contrario, nos dice que
al volverse electrónicas, lo más probable es que las elecciones también
se hackeen – y hablamos, a la vez, de la dualidad de las campañas
electorales y el conteo de sus resultados. Mientras en el norte se había
normalizado que cualquier campaña hacia la sociedad civil (ya se trate
de una ONG convenciéndonos de algo, de lobbistas reclutando senadores o
de partidos pidiéndonos su voto) gastará su plata en TwitterBots o
anuncios en Facebook, Jair Bolsonaro fue un pionero en la contratación
ilegal de cientos de miles de mensajes de Whatsapp, destinados a atacar
al PT, distorsionar la opinión pública e influir decisivamente en la
campaña electoral. No es casualidad entonces que sus minions gritaran
fervorosamente eso de “¡Whatsapp, Facebook!” la noche de las elecciones.

 

    .De nuevo, la culpa no es de la tecnología. Pero esa tecnología está
    inmersa en una maraña de causas y efectos, una red que ecualiza y
    amplifica las consecuencias de cada modalidad de comunicación de una
    forma muy particular

En la boca del lobo

 

Nosotras solitas, las propias organizaciones y colectividades que dimos
un día el paso de abrazar el marketing social, fuimos las que nos
vinimos a meter en la boca del lobo, creyendo que al meternos en las
lógicas mediáticas del capital (audiencias, audiencias, audiencias)
sacaríamos algún beneficio para nuestra causa.

 

 

Del mismo modo, creo que aún estamos a tiempo de salir. ¿Cómo? Tal vez
podríamos comenzar por reconocer que, junto a muchos otros, somos
agentes con objetivos encontrados, que propagan información en un
enfrentamiento asimétrico. Que el enemigo tiene más visibilidad del
terreno de juego (ya que pueden interceptar, filtrar o manipular la
información que circula por sus redes centralizadas). Y que, pese a que
nos divierta lo inmediato de los nuevos formatos, tenemos que tomárnoslo
con calma antes de delegarles una parte tan importante de nuestras vidas
como la reflexión, organización y comunicación colectivas. No ser como
ellos incluye no dejarnos reducir a un número, una métrica, un eslógan.
Porque nuestros planes no caben en sus tweets.

 

Y entonces, ¿qué hacer? Quizás sea hora de desertar de la utopía digital
y pasar a una comunicación más analógica. Me parece que tendríamos que
pensar más en los términos del ferrocarril subterráneo y dejarnos de
tanto whatsappear, que los GIFS no detienen las balas.

 

Quizás nos toca darnos un tiempo para el cara a cara para encontrarnos y
contarnos, sin prisas, qué es lo que queremos hacer, y cómo vamos a
hacerlo. Y mientras tanto, si quiera como pasatiempo y de cara a
vacunarnos contra tanta chabacanería, darle importancia también a
entrenarnos, parafraseando al autor de Alicia a Través del Espejo, en
“el poder de detectar falacias y despedazar los argumentos
insustancialmente ilógicos que encontraremos de continuo en las redes,
en los foros, en youtube e incluso en los sermones evangélicos, y que
con tanta facilidad engañan a los que nunca se han tomado la molestia.
Inténtenlo. Es lo único que les pido.”