Feminismo, desigualdades sociales y acceso a internet en Bolivia

6th March 2017

La Imilla Hacker

La Imilla Hacker forma parte de un grupo de mediactivistas bolivianas.
Atraída por el punto de convergencia entre política, tecnología y
género, produce el podcast "El Desarmador", un espacio para analizar
nuestro relacionamiento con la tecnología a partir de nuestras voces
latinoamericanas. Read more

Vivimos en un mundo altamente tecnologizado. Somos testigos de la
abrumadora velocidad en que los microprocesadores y las memorias se
hacen más eficientes y con ello las capacidades de cómputo, de análisis
de datos, y de almacenamiento de información avanzan vertiginosamente.
Es una época importante para preguntarnos sobre las cualidades de
nuestras comunicaciones, sin duda, y esto implica entrar en terrenos
pantanosos que circulan en el afuera de la red de redes.

Uno de los principios feministas de internet da cuenta de la importancia
del acceso a internet, entendido como un espacio político y público que
puede convertirse en una herramienta de empoderamiento a mujeres, con la
cual podemos trabajar para abolir aquello que reduce nuestras libertades
y atenta contra nuestro bienestar y nuestra seguridad. El acceso a
internet marca una gran diferencia entre quienes forman parte de la
revolución digital y quienes se quedan atrás, una brecha que también nos
aleja más a unas mujeres de otras.

Estas diferencias ya las resaltaba la indomable líder minera Domitila
Chungara allá en 1975 cuando, dejando a siete hijos a cargo de su
compañero, un minero de la comunidad de Siglo XX, salió por primera vez
en su vida de Bolivia hacia México para participar de la I Conferencia
del Año Internacional de la Mujer.

Domitila, con aplastante lucidez y a contracorriente del feminismo de la
época, sostenía que unas mujeres y otras no podemos ser iguales ni aún
en nuestra condición de mujeres, mientras no abordemos las causas
estructurales que condenan a algunas de nosotras a vivir en situaciones
de explotación y opresión. Para ella la lucha de las mujeres entonces no
podía ser sino contra el sistema de dominación económica, política y
cultural de los pueblos que perpetúa esas desigualdades [1].

    No podemos ser iguales ni aún en nuestra condición de mujeres,
    mientras no abordemos las causas estructurales que condenan a
    algunas de nosotras a vivir en situaciones de explotación y
    opresión.

Un vistazo a las desigualdades en el ámbito de las TIC

Nuestras telecomunicaciones están indudablemente salpicadas del sistema
capitalista generador de injusticias al que se refería Domitila, y en
Bolivia esta situación es bastante evidente aunque no se hable mucho de
ello. Veamos a grandes rasgos algunas diferencias en la población jóven
a la hora de acceder a internet.

Tanto los jóvenes que viven en barrios periféricos como los de zonas
residenciales, acceden a internet mayormente por conexiones de teléfonía
móvil [2]. Pero, con todas las reglas del libre mercado, quién esté en
condición de pagar más podrá acceder a una conexión más rápida y sin
límite de megas de descarga.

Los jóvenes de clases pudientes tienen además un plan mensual de
internet fijo en sus casas, donde no les falta la wifi de cada día. Este
tipo de conexiones no está disponible en zonas periurbanas. Hace algún
tiempo los jóvenes de las periferias tenían los cibercafés para
reemplazar la falta de acceso en sus hogares, pero con el bajo coste de
los teléfonos móviles estos han ido perdiendo popularidad.

De una forma o de otra, una vez asegurado el medio de acceso, el perfil
socioeconómico nos dirá cuánto tiempo pueden permanecer en línea. Se
dice que en promedio los jóvenes se conectan entre de 4 a 5 horas a la
semana [3].

    El leitmotiv no es otro que la mercantilización de nuestras
    conexiones en un contexto donde se desfavorece a los grupos de por
    sí ya excluidos

Dentro de este rango, habrán algunos que gocen de más tiempo libre y que
puedan conectarse por más horas, y habrán otros que tengan que combinar
estudios con trabajo o quehaceres domésticos, o tengan que recorrer
largas distancias en transporte público para llegar a sus lugares de
estudio o de trabajo, o que sencillamente puedan costearse pocos megas,
ellos se conectarán por menos tiempo.

Y hay varias otras tonalidades a la hora de abordar el tema de la
conectividad, como por ejemplo la barrera idiomática para acceder a más
contenidos, o la posibilidad de tener un ordenador propio para
conectarse. Pero el leitmotiv no es otro que la mercantilización de
nuestras conexiones en un contexto donde se desfavorece a los grupos de
por sí ya excluidos, y se beneficia a otros a través de un círculo
vicioso que perpetúa su posición privilegiada en la sociedad.

Además de todas estas diferencias que marcan el acceso, las mujeres
enfrentan un barrera más: el acoso. En un contexto muy marcado por la
violencia de género y por el control de los espacios públicos por parte
de los hombres, es muy frecuente ver que se espera de las mujeres
jóvenes exponer sus contraseñas ante sus novios como una prueba de
“confianza” y "amor", o ante sus padres o hermanos como testimonio de no
estar haciendo "nada malo". Sin dejar de lado el acoso a las mujeres que
intentan tener participación activa en los espacios virtuales, y todas
las demás formas en que la violencia de género logra cabida en internet.

La dominación cultural tiene algo que ver

El sistema de opresión al que se refería Domitila ha encontrado asilo en
nuestras sociedades latinoamericanas en parte gracias a la penetración
cultural canalizada a través de internet. Esta dominación cultural
perpetúa las actuales relaciones de poder y nos impide romper las
estructuras comunicacionales que habitan la red.

    El sistema de opresión ha encontrado asilo en nuestras sociedades
    latinoamericanas en parte gracias a la penetración cultural
    canalizada a través de internet

Basta ver el caso de la corporación de comunicación virtual más
arraigada en el país, el Facebook. Con una fuerte presencia en
Latinoámerica, Facebook no necesita pagar traductores para ofrecer su
servicio en lenguas originarias. Al menos en Bolivia el trabajo se hizo
de forma voluntaria y con el argumento de subir la autoestima y la
identidad cultural lingüística de muchos jóvenes aymaras [4].

Aquí la dominación cultural se refleja en la decisión espontánea de
adaptar a nuestro contexto una herramienta concebida por un grupo de
personas severamente ajenas, con formas muy diferentes de concebir las
relaciones personales y las comunicaciones, y con cosmovisiones y
cosmogonías diametralmente opuestas a las nuestras.

Mas allá de la anécdota, algo está fallando en la concepción de las
posibilidades emancipadoras de internet si contribuir a enriquecer a un
millonario es lo mejor que podemos concebir, en lugar de acercarnos más
críticamente a nuestra realidad y producir contenidos que se ajusten a
las necesidades de nuestra región, particularmente de las mujeres
jóvenes. Por ejemplo no existe información en idioma aymara sobre cómo
una puede practicarse un aborto seguro, cuando sabemos que Bolivia tiene
una de las tasas más altas de embarazo adolescente y la cantidad de
abortos que se practican en malas condiciones es rampante [5].

Las tic: ¿pueden contribuir a un mundo más igualitario?

Cuando noventa años atrás le preguntaron a Virgina Woolf ¿qué
necesitamos las mujeres para ser escuchadas?, su respuesta fue
contundente: necesitamos un cuarto propio y dinero. Virginia, con una
sensibilidad admirable, hizo un análisis de la condición de la mujer en
su tiempo no solamente desde el género, sino también desde la clase [6].
Este análisis sigue siendo fundamental al día de hoy para entender por
qué las mujeres estamos relegadas en el uso y en la producciónde las
TIC: la independencia intelectual y la capacidad de creación dependen de
cosas materiales y aún al día de hoy gran parte de las mujeres son
pobres.

    Virginia Woolf, con una sensibilidad admirable, hizo un análisis de
    la condición de la mujer en su tiempo no solamente desde el género,
    sino también desde la clase

La idea del cuarto propio guarda un paralelismo interesante no
necesariamente con tener un ordenador propio, pero al menos un sistema
operativo para uso personal. Mientras las usuarias de internet
adentradas en temas de seguridad digital no concebimos la idea de
compartir nuestro ordenador personal con cualquiera, entre otras cosas
porque regularmente aquí guardamos nuestras llaves privadas PGP, hay
mujeres que no solamente tienen acceso limitado a internet, sino que
acceden en un ambiente de acoso y de inseguridad digital.

La irrupción de las TIC parece tener la capacidad de reducir estas
grandes diferencias sociales, en tanto se pone a nuestro alcance un
sinfín de información y la posibilidad de relacionamiento con otros
mundos que potencialmente nos permitirá incidir en nuestro entorno. Para
hacer esto posible nos quedan muchos caminos por andar, por ejemplo
inevitablemente necesitamos visibilizar a más mujeres y darles la
palabra para conocer sus visiones y necesidades. Conocer más realidades
de mujeres en situaciones vulnerables es imprescindible no con el fin de
incluir en nuestros discursos sus posiciones, sino para encontrar formas
de apoyar su agencia en sus procesos de empoderamiento y en última
instancia de independencia intelectual.

    Conocer más realidades de mujeres en situaciones vulnerables es
    imprescindible para encontrar formas de apoyar su agencia en sus
    procesos de empoderamiento y de independencia intelectual.

"Una internet feminista es la extensión, reflejo y continuación de
nuestros movimientos y nuestra resistencia en otros espacios públicos y
privados" [7]. Las mujeres usuarias de internet, con conexiones estables
y de calidad, con ordenadores propios, con conocimiento de otros idiomas
además de la lengua materna, con ingresos económicos que nos permiten
vivir con cierta tranquilidad, con capacidad de trasladarnos a otros
países, conscientes de la importancia de nuestra privacidad y dispuestas
a defender nuestros derechos, enfrentamos el gran reto de hacer nuestros
movimientos de resistencia más abiertos e inclusivos. Ya lo dijo
Madeleine Albright “hay un lugar especial en el infierno para las
mujeres que no ayudan a otras mujeres”.