Mensaje a la IV Conferencia de Países No Alineados realizada en Argelia
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Septiembre de 1973.


La presencia Argentina en esta magna IV Conferencia Cumbre de los Países
No Alineados se justifica ampliamente, tal como lo ha expresado
magistralmente nuestro canciller, el señor embajador don Alberto Vignes,
por la tradicional posición de respeto y solidaridad que el pueblo
argentino siente por todas las naciones del mundo.

Como fieles exponentes de nuestra posición internacional es que luchamos
en lo nacional para lograr una Patria justa, libre y soberana, tal como
proclama nuestra Doctrina Justicialista.

Levamos mas de treinta años enarbolando esa bandera de libertad y
soberanía, padeciendo con grandeza patriótica los tremendos ataques de
la reacción imperialista. Dura ha sido la lucha, pero finalmente la
verdad ha prevalecido sobre la insidia, al punto que hoy la casi
totalidad de los ciudadanos de nuestro país se han unido en un acto de
verdadera conciencia nacional para enfrentar al enemigo común y labrar
la grandeza de la Patria. El punto de partida de nuestra acción
revolucionaria dio un contenido filosófico al Movimiento, del cual emanó
nuestra Doctrina Justicialista. Pero a pesar de nuestras sinceridad y de
nuestros esfuerzos, las informaciones que han circulado por el mundo
padecieron las consabidas deformaciones y mutilaciones, tergiversando el
noble sentido que las anima. Dicho sendero está signado por el profundo
respeto que tenemos por la dignidad del ser humano en todos los órdenes
de la vida, colocándolo muy por encima de los bienes materiales. Este es
el punto de partida del Justicialismo.

Ruego a los señores congresales me permitan una breve aclaración sobre
la realidad efectiva de nuestros principios, para poder comprobar el
porqué de nuestro avance precursor de la Tercera Posición, proclamada
hace ya treinta años y que hoy tiene vigencia en esta misma asamblea de
los Países No Alineados. También se podrá comprender en esta explicación
por qué el Justicialismo tiene, tuvo y tendrá siempre vigencia, pese a
todas las arteras maniobras que el imperialismo forjó en los diez años
de gobierno y en los dieciocho años de persecución y exilio infamantes
que sufrimos luego del Golpe de Estado de 1955.

Cuando en el año 1943 un grupo de hombres de armas decidimos liberar al
país de la dependencia extranjera - haciendo una verdadera revolución
nacional - debimos enfrentarnos también con un triste y agobiante
panorama mundial, en un mundo que venía de soportar una gran guerra
cuyas consecuencias son de todos conocidas.

Personalmente venía de vivir la situación en Europa, comprobando la
urgente necesidad de enfocar los destinos de la humanidad sobre más
firmes y duraderos que las del poderío de las armas o las que otorga el
dinero. De seguro que los millones de seres humanos, que entregaron sus
vidas patrióticamente en la creencia que lo hacían en beneficio de la
democracia o de la libertad, deben estar ahora tan arrepentidos - en el
mundo de los espíritus - como lo están los millones de seres humanos que
luego de la guerra han debido padecer las inequidades de los vencedores.

Con el alma llena de espíritu patriótico y sin mezquindades de ninguna
especie, aquellos revolucionarios del año 1943 lanzamos una proclama que
yo mismo escribí la noche anterior. En este punto de partida, decíamos
ayer lo mismo que sostenemos hoy a treinta años de distancia. Sería
imposible mantener una falsedad durante tantos años puesto que la
mentira tiene sus patas muy cortas. En cambio, la verdad surge por su
sola presencia, sin necesidad de artificios.

El griego Demóstenes decía al respecto: "No es posible adquirir por
medio de la injusticia, el perjurio y la mentira un poder duradero.
Podrá una potencia existir por una vez y durante algún tiempo e, incluso
si viene el caso, gozar de un gran florecimiento de esperanzas, pero al
cabo se descubra su debilidad, se marchita por sí sola. Pues así como en
mi opinión es preciso que en un edificio o nave u otra fábrica semejante
los fundamentos deben ser la parte mas sólida, igualmente conviene que
los principios y las bases políticas sean sinceros y justos".

Esto lo manifestaba el sabio Demóstenes hace mucho más de 2.000 años,
pero la ambición de los imperialismos no les permite informarse de la
existencia de la historia hasta que la padecen en carne propia, con el
castigo que el tiempo impone a quienes van en contra de las leyes
naturales del respeto mutuo.

Y así nace el Justicialismo, con las mismas frases de la mencionada
proclama revolucionaria del 4 de junio de 1943, cuando refiriéndonos a
lo internacional dijimos: "lucharemos por mantener una real e integral
soberanía de la Nación, por cumplir fielmente el mandato imperativo de
su tradición histórica, por hacer efectiva una absoluta, verdadera, leal
unión y colaboración latinoamericana y por el cumplimiento de nuestros
compromisos internacionales".

Y fue también en aquella ocasión que manifesté a mis compañeros
revolucionarios que las premisas fundamentales de nuestro quehacer
debían ser las siguientes: primero, lograr la unidad nacional. Esta
unión de todos que es lo único que hace grande a los Pueblos. Quería ya
la unidad nacional para que cuando fuese necesario sufrir, lo
sufriéramos todos por igual, y cuando fuera tiempo de gozar, lo
gozaremos todos por igual también.

El otro postulado era el de la Justicia Social, de profundo contenido
humano, sin el cual toda la revolución no pasa de ser un simple
movimiento de tropas.

El patrimonio ideológico de nuestra Doctrina Justicialista está enfocada
en trabajar para labrar la felicidad del Pueblo y asegurar la grandeza
futura de la Patria. Nosotros queremos una Argentina socialmente justa,
económicamente libre, y políticamente soberana.

En lo que a política internacional se refiere, los términos de nuestro
accionar son claros y precisos. Sostenemos desde el instante mismo del
nacimiento del Justicialismo, como principios y objetivos básicos en lo
internacional, lo siguiente:

1. La defensa integral de la soberanía nacional en todo nuestro
territorio y especialmente sobre la Antártida Argentina, las Islas
Malvinas y sus islas dependientes.

2. El ejercicio pleno de la Justicia Social, la independencia económica
y la soberanía política como bases para asegurar a cada pueblo del mundo
su propia felicidad, mediante la realización de la propia Justicia, y la
propia libertad. 3. La Tercera Posición como solución universal distinta
del marxismo internacional dogmático y del demoliberalismo capitalista
que conducirá a la anulación de todo dominio imperialista en el mundo.
Nuestra Doctrina Justicialista dice claramente: "Deseamos vivir en paz
con todas las naciones de buena voluntad del mundo".

La política Argentina ha sido, es y será siempre pacifista y generosa.
Nuestra política internacional es de paz, de amistad, de trabajo y de
aspiración a comerciar honradamente y con libertad.

La Argentina no se comprometerá jamás en ninguna acción que proponga una
agresión a pueblo alguno de la tierra.

La doctrina internacional de nuestro país es perfectamente clara y
podríamos definirla con un antiguo refrán cristiano que dice así: "Cada
uno en su casa, y Dios en la de todos".

Existe entre nosotros los argentinos una fuerte conciencia
latinoamericana porque nuestra historia es común, como el idioma, la
religión, y las costumbres, todo lo cual son lazos suficientes como para
estrechar la unidad continental.

Somos decididos partidarios de una efectiva aproximación espiritual de
los pueblos de América, y de la recíproca colaboración en el campo
económico. No podemos aceptar que en nombre de los intereses del
continente se quiera interferir en nuestra economía interna y en nuestra
política externa. El pueblo argentino no aceptará jamás intromisiones
extrañas en el orden interno.

En lo que respecta al hombre como expresión racional de la creación
divina, nuestra filosofía indica: el hombre es el valor predominante de
la historia, de la vida, del trabajo y de la lucha. Está compuesto de
alma y cuerpo, de vocaciones, esperanzas, necesidades y tendencias. La
Patria se forma en primer término por hombres y no pueden ser el campo,
ni la máquina, ni el dinero, factores que se sobrepongan al hombre, que
es quien sufre y trabaja, y sin el cual ni los campos ni los ganados, ni
el dinero tienen ningún valor.

Sobre el Pueblo, nuestros conceptos doctrinarios expresan que siempre es
el Pueblo - en sus múltiples variedades y disonancias - el que llega a
realizar las grandes concepciones. Sin el calor popular, quedarían
archivadas las más bellas creaciones de la mente. Sólo cuando encuentra
el espíritu vivificador del Pueblo, la idea se transforma en acción y la
acción en obra. Los grandes Pueblos son aquellos que quieren serlo. Es
el pueblo el único que puede salvar al Pueblo.

Los Pueblos cuya libertad política es prácticamente inexistente, los
económicamente débiles, los socialmente convulsionados, sumidos en el
desorden y en la anarquía, carecen de una política exterior definida.
Forman parte dócil de constelaciones superiores, políticas o económicas.

No puede ser libre un pueblo cuya inmensa mayoría de hombres es de
esclavos, del mismo modo que no pueden ser sojuzgado un Pueblo de
hombres libres. La libertad de un pueblo reside en cada uno de sus
hombres, y frente a esa libertad ningún poder de la tierra puede
prevalecer.

Tal vez estos enunciados de los postulados que practica el
Justicialismo, dentro de una corriente filosófica profundamente
humanista, no indican posiblemente nada nuevo a los señores congresales,
dado que todas las corrientes del pensamiento institucional del mundo -
tanto en lo social, político, económico y religioso - hablan hoy
profusamente de Justicia Social.

Pero quiero recordarles que estas premisas fueron enunciadas por el
Justicialismo hace treinta años. El mero hecho de que recién hoy tengan
vigencia actualizada puede residir en la inexperiencia y en la soledad
de los pioneros, dado que no teníamos las condiciones ambientales
propicias para asimilar nuestra Tercera Posición, que hoy se traduce en
el Tercer Mundo en acción.

EL tiempo que todo lo empareja y el fiel cumplimiento de nuestra
doctrina ha demostrado fehacientemente que decíamos la verdad. Esa misma
verdad que continuamos exponiendo. Lo hacemos porque las verdades -
cuando realmente lo son - no pueden cambiar; solamente lo hacen sus
formas de aplicación. La verdad - al igual que Dios - permanece
inmutable en el tiempo y en el espacio, esperando que la insensatez
humana se digne considerarla.

Y cabe realizarse una pregunta:

¿Qué es la Tercera Posición?

La decisión de lanzar al mundo nuestra Tercera Posición tuvo motivos de
profundo arraigo en la sensibilidad nacional de nuestro pueblo y no hay
duda alguna de que la sensibilidad es uno de los mayores ornatos del ser
humano.


Hemos visto que la historia de los Pueblos pareciera ser el texto de la
tragedia de la libertad del hombre y de la libertad de las naciones.
Ante una situación tan triste podríamos afirmar que las únicas
herramientas que se pueden utilizar para derrochar dichas angustias
deben ser la aplicación de la paz, el entendimiento y el mutuo respeto,
conjuntamente con una unidad de acción y de objetivos.

La humanidad no podrá salvarse si mantiene la lucha cruenta contra todos
los valores materiales, espirituales y morales, en un intento
planificado de sobreponer intereses individuales por encima de las
necesidades generales.

Nuestro anhelo más profundo consiste en querer que todas las naciones y
todos los hombres del mundo se amalgamen en un solo sentimiento de
identidad, cuya comprensión en intensidad nos lleve a la comprensión
total de cómo nos necesitamos los unos a los otros, haciendo nacer así
esa correspondencia ideal para que el trabajo, el pensamiento libre, y
la construcción constante sean los derechos humanos que nos acerquen al
progreso, a la civilización y a la estabilidad.

Así fundamentados fue que, al declararnos partidarios de asumir una
Tercera Posición, dijimos: "Frente a nosotros se levantan triunfantes el
demoliberalismo capitalista, puramente individualista, y el colectivismo
del marxismo dogmático internacional, alargando la sombra de sus alas
imperialistas, amenazando a los pueblos del mundo que, angustiados,
sufren en el silencio de la impotencia la esclavitud económica de la
presión imperialista o, en su defecto, el avance ideológico reaccionario
sostenido por la presión de la fuerza o de la violencia".

Para los argentinos del año 1943 el panorama del mundo es desolador,
puesto que después de la Segunda Guerra Mundial el reparto de las
naciones por los dos colosos triunfantes colocaba a las mismas en un
marco de desesperanza, debiendo elegir el ceder a la explotación del
capital imperialista demoliberal, o a la del Estado convertido en amo
absoluto de la vida de los Pueblos.

Es evidente que ninguna de estas dos soluciones nos llevaría a los
Argentinos a la conquista de la felicidad que anhelábamos para nuestro
Pueblo. Así fue que nos decidimos a crear las nuevas bases de una
Tercera Posición que nos permitió ofrecer a nuestro Pueblo otro camino
que no lo condujese a la explotación y a la miseria.

En una palabra, una posición netamente argentina, para los argentinos,
la cual nos permitió seguir en cuerpo y alma la ruta de la libertad y de
la justicia que siempre nos señaló la bandera de nuestras glorias
tradicionales.

Toda la filosofía de esta Tercera Posición se encuentra escrita en la
Doctrina Justicialista y perfectamente delineada en las miles de
realizaciones de nuestra etapa de gobierno, en las conquistas sociales,
gremiales y culturales de un pueblo que supo mantener impertérrito su
lealtad a estos principios durante los dieciocho años de cruenta lucha
bañados por el sacrificio de muchos hermanos muertos, torturados y
presos.

Cuando los pueblos fuertes demuestran su calidad humana al mundo, el
respeto alcanza límites insospechados.

Y aquí repito una frase que es básica en la vida de nuestros pueblos,
especialmente para los de Latinoamérica y para todos los pueblos del
Tercer Mundo: el año 2000, encontrará a los pueblos unidos o
esclavizados. ¿Qué nos deparará el futuro? Uno de los informes que
presentaron últimamente las Naciones Unidas sobre la situación
demográfica mundial es digno de una profunda medicación, para quienes
actúan o dirigen los destinos de las naciones.

Se comprueba que el crecimiento vegetativo demográfico es alarmante en
un mundo que ya padece hambre y desnutrición. Se observa que el decenio
presente que va desde 1970 a 1980 puede ser el del más acelerado
crecimiento demográfico mundial jamás alcanzado en su alto promedio, y,
aunque se prevé que la última parte del siglo dicho aumento no será tan
marcado, es evidente que la población del mundo que ahora presenta la
cantidad de 3.600 millones de personas alcanzará para el 2.000 unos
6.500 millones de personas a las que habrá que alimentar y proteger.

Es interesante observar una reflexión que hace la entidad Organización
de Cooperación y Desarrollo Económico, especializada en temas
estadísticos para fines especulativos. Dice su informe que es preciso
tomar nota de una eventual cesación del crecimiento poblacional mundial
alrededor del año 2010, pero a pesar de ello estiman que para el año
2050 la población de las regiones actualmente mas desarrolladas podría
llegar a un total de 2.000 millones de seres, y la de las regiones menos
desarrolladas alcanzarían a unos 9.000 millones. Esto nos daría una
cifra de 11.000 millones de seres humanos para el año 2050, y estamos
tan sólo de esa fecha a setenta y siete años de distancia en el tiempo.

Si encaramos ese futuro con los elementos que disponemos actualmente
pero en forma desorganizada e individual, veremos que salvo unos débiles
y esporádicos intentos profilácticos, no se alcanza a cubrir las
necesidades sanitarias de un mundo desequilibrado y enfermo. Las
poblaciones de muchos países están totalmente indefensas e inermes ante
los avances de los males endémicos y contagiosos.

Muchos países de África, por ejemplo, tienen una mortalidad infantil
anual de unos 200 niños sobre 1.000 que nacen. También en nuestro
querido continente latinoamericano - tan rico y fértil y tan pobre y tan
sacrificado sanitariamente - mueren los niños en esa misma intensidad
que en África. Las causas son siempre las mismas: la falta de atención,
la desnutrición, la carencia de viviendas dignas y salubres. Pero, por
sobre todo, por una inercia e insensibilidad causado por el cansancio de
luchar solitariamente sin que el mundo contemple prácticamente la
necesidad de luchar denodada y organizadamente contra esos flagelos, de
la misma manera que los virus lo realizan cuando encuentran un cuerpo
desnutrido e indefenso. Si los microbios saben organizarse y se
multiplican en su ataque, resistiendo a todos los esfuerzos ¿por qué
nosotros que somos humanos no hacemos lo mismo?

Es cierto que mucho han aumentado los recursos de la ciencia y de la
técnica en los mismos medios empleados para erradicar las epidemias.
Pero al mismo tiempo, esta misma técnica ha llevado la muerte
desembozadamente al mundo, cuando sus máquinas crean la polución del
medio ambiente, anulando el oxígeno o por lo menos quitándoles su
pureza, tan necesaria para la vida humana. Cuando las aguas de todos los
ríos se encuentran contaminados por los desechos de las industrias.

Cuando las explosiones radioactivas causan males en la salud y eliminan
la fertilidad de los campos, ya bastante castigados por la insensatez de
la humanidad, cuando la fauna marina - considerada como la reserva del
mañana - es exterminada por los desperdicios de petróleo, plásticos, y
exposiciones marinas nucleares.

Ésta es la destrucción que camina por el mundo a grandes zancadas, de
mano del mismo hombre que deberá padecer sus consecuencias en un futuro
no muy lejano.

Así vemos que los hombres van entrando en un camino de desesperanza, en
el cual caeremos todos sin excepción si no sabemos unirnos, organizarnos
y solidarizarnos a tiempo.

Tenemos enfermedades que ya no deberían convivir con la raza humana,
puesto que vienen con nosotros desde los tiempos bíblicos. El paludismo,
aunque es bastante combatido en los 146 países cuyas zonas son
evidentemente palúdicas, prosiguen su avance imperturbable en zonas que
no son de sus características. La causa es la deficiencia de los
servicios sanitarios.

Se conoce que existen en el mundo unos 20 millones de tuberculosos
infecciosos, los cuales transmiten la infección a otros 50 millones de
seres. Los informes explican que se poseen los medios profilácticos
efectivos como para combatirla con todo éxito pero que escasean los
elementos humanos para aplicar la técnica, por falta de medios
económicos. Triste afirmación, sen un mundo que despilfarra con suma
largueza millones de dólares en armas de guerra o en cohetes espaciales
para que nos unan con otros planetas. ¿No piensan que de seguir por este
camino solamente podremos exportar allí millones de esqueletos
resultantes de la falta de atención a las enfermedades?

El cólera, por su parte, sigue haciendo estragos pese a todos los
esfuerzos que se realizan. Las enfermedades venéreas, como la sífilis y
la blenorragia, suman una alarmante cantidad de clientes. Las
estadísticas de las Naciones Unidas manifiestan que existen entre 30 y
40 millones de seres humanos afectados de sífilis y que mas de 160
millones padecen infecciones gonoicas. En tanto la lepra se calcula en
unos 11 millones de enfermos. Y aquí el mal de Chagas y sus
correlaciones cardíacas y otra larga serie de enfermedades endémicas
contagiosas, que sería largo enumerar, nos muestran la cara real de un
mundo pleno de luces brillantes, de pasiones incontroladas, de
necesidades y violencias que de manera alguna parece hallarse preparado
para afrontar la tremenda realidad que la expansión demográfica le
depara a corto plazo.

Si a este panorama le agregamos el gran despilfarro que hacemos de los
bienes de consumo, sobre todo los de primera necesidad, tendremos la
necesidad de enfocar con suma urgencia, seriedad y con vocación de
servicio las medidas a realizar conjuntamente entre todos los países del
mundo, sin excepción alguna.

Empero, esta situación puede alcanzar una adecuada solución si,
deponiendo los falsos apegos nacionalistas, nos colocamos abiertamente y
con sinceridad en el camino del universalismo, conformando el
instrumento regulador mundial que permita a todos los países del mundo
colaborar en la producción de los elementos primordiales para el
desarrollo y la subsistencia de los pueblos, otorgándoles un equitativo
reparto de los mismos, sin alterar en absoluto la soberanía y la
dignidad de las naciones.

He dicho hace tan sólo unos pocos días, ante los trabajadores de mi
país, que solamente la conformación de un Tercer Mundo podría ser la
garantía que espera la raza humana para disfrutar de un modo mejor,
donde no existan niños de corta edad que se mueran sin ver la vida, ni
seres humanos que padezcan miserias y enfermedades por falta de atención
o de elementos sanitarios. Todos los países del Tercer Mundo deben
organizarse férreamente en dicho sentido, dejando de lado todo aquello
que pudiera ser motivo de una perturbación. La vida de la raza humana
así lo exige.

Si los diversos continentes no se unen estrechamente, llegará el día en
que faltando los alimentos y las materias primas, que ya están en plena
escasez mundial, veremos a los fuertes tomar desconsideradamente aquello
que no les pertenece, anexando o eliminando, según su conveniencia a los
países como si fueran meros juguetes. Tal vez lleguen a dominarlos hasta
telefónicamente.

Ayer fue la época de las nacionalidades, hoy es la época del
continentalismo, y en breve será la era del universalismo. Es preciso
trabajar unidos, solidarios y organizados, respetando siempre las
costumbres y la soberanías de los demás pueblos, pero buscando siempre
la solución adecuada para estos acuciantes problemas en bien de la
comunidad universal, y tal vez un día podamos dignarnos todos con el
honroso título de ciudadanos del mundo. En nuestro continente
latinoamericano, muchos son los líderes populares que trabajan en este
sentido fraternal y los resultados obtenidos son muy halagüeños;
esperamos que muy pronto lograremos un acuerdo no solo importante sino
total. Nuestros trabajadores están conformando ya la Confederación
General del Trabajo Continental. Ello es un paso sumamente importante.

También en esta tarea, que es de todos y no patrimonio de nadie en
particular, los argentinos no buscamos liderazgos ambiciosos, sino que
somos compañeros integrantes de una misma causa, cimentada en la
felicidad de los pueblos, sin otro vínculo que el galardón de una limpia
y eterna amistad.

Esta conducta, que hemos recibido de nuestros mayores y que es
ineludible deber de todo argentino, nos ha ganado muchos amigos en las
partes más lejanas del mundo, que valoramos en toda su inmensidad pues,
cuando los pueblos que luchan por su libertad se apoyan entre sí, las
raíces de su amistad se introducen hasta las fibras más sensibles del
alma.

Si se observa en su conjunto los problemas que se plantean y que hemos
enumerado, comprobaremos que los mismos provienen tanto de la codicia y
la imprevisión humanas, como de las características de algunos sistemas
sociales, del abuso de la tecnología, del desconocimiento de las
relaciones biológicas y de la progresión natural del crecimiento de la
población humana, aunado al egoísmo de una política imperialista, mal
enfocada en relación a la soberanía de los pueblos.

Esta heterogeneidad de las causas debe dar lugar también a las mismas
variables en las respuestas, aunque en última instancia tengan como
común denominador la utilización de la inteligencia humana. Tal como el
Justicialismo lo proclama, a esa irracionalidad del suicidio colectivo
debemos responder los pueblos del Tercer Mundo con la racionalidad del
deseo de supervivencia. Y tal como lo hiciera anteriormente en un
Llamado a los Pueblos del Mundo, reitero en la hora presente aquello que
nosotros consideramos como el Plan Mundial de Cooperación, con cuya
aplicación lograremos poner freno e invertir a nuestro favor esta marcha
apresurada hacia el desastre mundial.

    1. Son necesarias y urgentes: una revolución mental en los hombres,
    especialmente es los dirigentes de los países altamente
    industrializados; una modificación de las estructuras sociales y
    productivas en todo el mundo, en particular en los países de alta
    tecnología donde rige la economía del mercado, y el surgimiento de
    una convivencia biológica dentro de la humanidad y el resto de la
    naturaleza.

    2. Esa Revolución Mental implica comprender que el hombre no puede
    reemplazar a la naturaleza en el mantenimiento de un adecuado ciclo
    biológico general, que la tecnología es un arma de doble fijo, que
    el llamado progreso debe tener un límite y que incluso, tal vez, sea
    necesario renunciar a algunas comodidades que nos ha brindado la
    civilización, que la naturaleza debe ser restaurada en todo lo
    posible, que los recursos naturales resultan agotables y, por lo
    tanto, deben ser cuidados y racionalmente utilizados por el hombre,
    que el crecimiento de la población debe ser planificado sin
    preconceptos de ninguna naturaleza, que por el momento más
    importante que planificar el crecimiento de la población es aumentar
    la producción y mejorar la distribución de alimentos y la difusión
    de servicios sociales, como la educación y la asistencia sanitaria,
    y que la educación y el sano esparcimiento deberán reemplazar el
    papel protagónico que los bienes y servicios superfluos juegan
    actualmente.

    3. Es preciso reconocer en forma incuestionable que cada nación
    tiene el derecho al uso soberano de sus propios recursos naturales.
    Pero, al mismo tiempo, cada gobierno tienen la obligación de exigir
    a sus ciudadanos el cuidado y la utilización de los mismos. El
    derecho a la subsistencia individual impone le deber hacia la
    supervivencia colectiva, ya se trate de cuidados o de pueblos.

    4. La modificación de las estructuras sociales y productivas en el
    mundo implica que el lucro desmesurado y el despilfarro no pueden
    seguir siendo motor básico de sociedad alguna, y que la Justicia
    Social debe erigirse en la base de todo sistema, no sólo para
    beneficio directo de los hombres, sino para aumentar la producción
    de alimentos y bienes necesarios. Consecuentemente, las prioridades
    de producción de bienes y servicios deben ser alteradas en mayor o
    menor grado, según el país de que se tratare.

    En otras palabras: necesitamos nuevos modelos de producción,
    consumo, organización y desarrollo tecnológico que, al mismo tiempo
    que den prioridad a la satisfacción de las necesidades esenciales
    del ser humano, racionen el consumo de recursos naturales y
    disminuyan al mínimo posible la contaminación ambiental.

    5. Necesitamos con urgencia el avance de un hombre mentalmente
    nuevo, que se desenvuelva en un mundo físicamente nuevo. No es
    posible construir una nueva sociedad basada en el pleno desarrollo
    de la personalidad humana, en un mundo viciado por la contaminación
    del ambiente, exhausto por el hambre y la sed, enloquecido por el
    ruido y el hacinamiento, incitado permanentemente al vicio, las
    drogas y la violencia. Debemos transformar las ciudades-cárceles del
    presente en las ciudades-jardines del futuro.

    6. El crecimiento de la población debe ser planificado, en lo
    posible de inmediato, pero a través de los métodos que no
    perjudiquen la salud humana, según las condiciones particulares de
    cada país.

    La República Argentina, por ejemplo, no está en dicho caso pues
    necesita mayor capital humano para su desarrollo integral; además
    esta planificación debe ser realizada en el marco de políticas
    económicas y sociales globalmente racionales.

    7. La lucha contra la contaminación del ambiente y la biósfera, el
    despilfarro de los recursos naturales, el ruido y el hacinamiento de
    las ciudades y el crecimiento explosivo de la población del planeta
    debe iniciarse de inmediato a nivel municipal, nacional e
    internacional. Estos problemas en el orden internacional deben pasar
    a la agenda de las negociaciones entre las grandes potencias y a la
    vida permanente de las Naciones Unidas, con carácter de verdadera
    prioridad.

    Éste, en su conjunto, no es un problema más de la humanidad: es el
    verdadero problema.

    8. Todos estos problemas están ligados de manera indisoluble con el
    de la Justicia Social, el de la soberanía política y de la
    independencia económica del Tercer Mundo, y la distensión y la
    cooperación internacionales.

    Muchos de estos problemas deberán ser encarados por encima de las
    diferencias ideológicas que puedan separar a los individuos dentro
    de sus sociedades o a los Estados dentro de la comunidad
    internacional.

    Finalmente quiero dirigirme desde esta importante tribuna a los
    integrantes de los países no alineados y a todos cuantos conforman
    el Tercer Mundo, en manera muy especial, dado que por las especiales
    características que poseemos el problema acuciante nos toca a todos
    muy de cerca.

Debemos cuidar nuestros recursos naturales, con todas las fuerzas
posibles, de la voracidad de los monopolios internacionales, que los
buscan para alimentar un modelo absurdo de industrialización y
desarrollo en los centros de alta tecnología donde rige la economía del
mercado. Ya no es posible producir un aumento en gran escala de la
producción alimenticia del Tercer Mundo sin un desarrollo paralelo de
las industrias correspondientes.

Por ello, cada gramo de materia prima que se dejan arrebatar hoy los
países del Tercer Mundo equivale a kilos de alimentos que dejarán de
producir mañana. De nada vale que evitemos el éxodo de nuestros recursos
naturales si seguimos aferrados a métodos de desarrollo que están
preconizados por esos mismos monopolios, que significan la negación de
un uso racional de los mismos.

En defensa de sus intereses, los países deben propender a las
integraciones regionales y a la acción solidaria.

No debe olvidarse que el problema básico de la mayor parte de los países
del Tercer Mundo es la ausencia de una auténtica Justicia Social, y de
participación popular en la conducción de los asuntos públicos sin que
ello signifique la violencia o la desorganización que suelen causar las
improvisaciones. Todo debe hacerse en su medida y armoniosamente.

Sin una verdadera justicia social, el Tercer Mundo no estará en
condiciones de enfrentar las angustiosamente difíciles décadas que se
avecinan.

La humanidad debe ponerse en pie de guerra en defensa de sí misma. En
esta tarea gigantesca, nadie puede quedarse con los brazos cruzados.

Por eso convoco a todos los pueblos y gobiernos del mundo a una acción
solidaria, dispuestos a luchar por la libertad y la felicidad humanas,
con toda la fuerza telúrica que nuestros orígenes comunes han depositado
genéticamente en nuestra sangre indígena. Y tomando por el sagrado Corán
leemos lo que dijo el sabio profeta:

    "Haz oír este mundo como si debieras vivir siempre, y por el otro,
    como si debieras morir mañana".


        El hombre es hermano del hombre, quiera o no quiera.



                                            Don Juan Domingo Perón