La Razón de Mi Vida

	Eva Perón

	Índice

Primera Parte: LAS CAUSAS DE MI MISIÓN

    Un caso de azar

    Un gran sentimiento

    La causa del "Sacrificio incomprensible"

    Algún día todo cambiará

    Me resigné a ser víctima

    Mi día maravilloso

    ¡Sí, este es el hombre de mi pueblo!

    La hora de mi soledad

    Una gran luz

    Vocación y destino

    Sobre mi elección

    Demasiado peronista

    El aprendizaje

    ¿Intuición?

    El camino que yo elegí

    Eva Perón y Evita

    "Evita"

    Pequeños detalles


Segunda Parte: LOS OBREROS Y MI MISIÓN


    La Secretaría

    Una presencia superior

    Los obreros y yo

    Una sola clase de hombres

    Descender

    La tarde de los miércoles

    Los grandes días

    Donde quiera que este libro se lea

    Además de la justicia

    El dolor de los humildes

    Los comienzos

    Las cartas

    Mis tardes de ayuda social

    Limosna, caridad o beneficencia

    Una deuda de cariño

    Finales de jornada

    Amigos en desgracia

    Mi mayor gloria

    Nuestras obras

    Nochebuena y Navidad

    Mis obras y la política

    La lección europea

    La medida de mis obras

    Una semana de amarguras

    Una gota de amor

    Cómo me pagan el pueblo y Perón

    Mi gratitud

    Un idealista



Tercera Parte: LAS MUJERES Y MI MISIÓN


    Las mujeres y mi misión

    El paso de lo sublime a lo ridículo

    Quisiera mostrarles un camino

    El hogar o la fábrica

    Una idea

    La gran ausencia

    El Partido Peronista Femenino

    No importa que ladren

    Las mujeres y la acción

    La vida social

    La mujer que no fue elogiada

    Como cualquier otra mujer

    No me arrepiento 




Primera Parte


LAS CAUSAS DE MI MISIÓN



UN CASO DE AZAR



Mucha gente no se puede explicar el caso que me toca vivir.

Yo misma, muchas veces, me he quedado pensando en todo esto que ahora es
mi vida.

Algunos de mis contemporáneos lo atribuyen todo al azar... ¡ esa cosa
rara e inexplicable que no explica tampoco nada!

No. no es el azar lo que me ha traído a este lugar que ocupo, a esta
vida que llevo.

Claro que todo esto sería absurdo como es el azar si fuese cierto lo que
mis supercríticos afirman cuando dicen que de buenas a primeras yo, "una
mujer superficial, escasa de preparación, vulgar, ajena a los intereses
de mi Patria, extraña a los dolores de mi pueblo, indiferente a la
justicia social y sin nada serio en la cabeza, me hice de pronto
fanática en la lucha por la causa del pueblo y que haciendo mía esa
causa me decidí a vivir una vida de incomprensible sacrificio".

Yo misma quiero explicarme aquí.

Para eso he decidido escribir estos apuntes.

Confieso que no lo hago para contradecir o refutara nadie.

¡Quiero más bien que los hombres y mujeres de mi pueblo sepan cómo
siento y cómo pienso...!

quiero que sienta conmigo las cosas grandes que mi corazón experimenta.

Seguramente, muchas de las cosas que diré son enseñanzas que yo recibí
gratuitamente de Perón y no tengo tampoco derecho a guardar como un
secreto.



UN GRAN SENTIMIENTO


He tenido que remontarme hacia atrás en el curso de mi vida para hallar
la primera razón de todo lo que ahora me está ocurriendo.

Tal vez halla dicho mal diciendo "la primera razón"; porque la verdad es
que siempre he actuado en mi vida más bien impulsada y guiada por mis
sentimientos.

Hoy mismo, en este torrente de cosas que debo realizar, me dejo conducir
muchas veces, casi siempre, más por lo que siento que por otros motivos.

En mi, la razón tiene que explicar, a menudo, lo que siento; y por eso,
para explicar mi vida de hoy, es decir lo que hago, de acuerdo con lo
que mi alma siente, tuve que ir a buscar, en mis primeros años, los
primeros sentimientos que hacen razonable, o por lo menos explicable,
todo lo que es para mis supercríticos un "incomprensible sacrificio” que
para mí, ni es sacrificio, ni es incomprensible.

He hallado en mi corazón, un sentimiento fundamental que domina desde
allí, en forma total, mi espíritu y mi vida: ese sentimiento es mi
indignación frente a la injusticia.

Desde que yo me acuerdo cada injusticia me hace doler el alma como si me
clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna
injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente.

Recuerdo muy bien que estuve muchos días tristes cuando me enteré que en
el mundo había pobres y había ricos; y lo extraño es que no me doliese
tanto la existencia de los pobres como el saber que al mismo tiempo
había ricos.



LA CAUSA DEL "SACRIFICIO INCOMPRENSIBLE"



El tema de los ricos y de los pobres fue, desde entonces, el tema de mis
soledades. Creo que nunca lo comenté con otras personas, ni siquiera con
mi madre, pero pensaba en él frecuentemente.

Me faltaba sin embargo, todavía, dar un paso más en el camino de mis
descubrimientos.

Yo sabía que había pobres y que había ricos; y sabía que los pobres eran
más que los ricos y estaban en todas partes.

Me faltaba conocer todavía la tercera dimensión de la injusticia.

Hasta los once años creí que había pobres como había pasto y que había
ricos como había árboles.

Un día oí por primera vez de labios de un hombre de trabajo que había
pobres porque los ricos eran demasiados ricos; y aquella revelación me
produjo una impresión muy fuerte.

Relacioné aquella opinión con todas las cosas que había pensado sobre el
tema... y casi de golpe me di cuenta que aquel hombre tenía razón. Más
que creerlo por un razonamiento, "sentí", que era verdad.

Por otra parte, ya en aquellos tiempos creía más en lo que decían los
pobres que los ricos porque me parecían más sinceros, más francos y
también más buenos. Con aquel último paso había llegado a conocer la
tercera dimensión de la justicia social.

Este último paso del descubrimiento de la vida y del problema social lo
da indudablemente mucha gente. La mayoría de los hombres y mujeres saben
que hay pobres porque hay ricos pero lo aprende insensiblemente y tal
vez por eso les parece natural y lógico.

Yo reconozco que lo supe casi de golpe y que lo supe sufriendo y declaro
que nunca me pareció ni lógico ni natural.

Sentí, ya entonces, en lo íntimo de mi corazón algo que ahora reconozco
como sentimiento de indignación. No comprendía que habiendo pobres
hubiese ricos y que el afán de éstos por la riqueza fuese la causa de la
pobreza de tanta gente.

Nunca pude pensar, desde entonces, en esa injusticia sin indignarme, y
pensar en ella me produjo siempre una rara sensación de asfixia, como si
no pudiendo remediar el mal que yo veía, me faltase el aire necesario
para respirar.

Ahora pienso que la gente se acostumbra a la injusticia social en los
primeros años de la vida. Hasta los pobres que la miseria que padecen es
natural y lógica. Se acostumbra a verla o sufrirla como es posible
acostumbrarse a un veneno poderoso.

Yo no pude acostumbrarme al veneno y nunca, desde los once años, me
pareció natural y lógica la injusticia social.

Esto es tal vez lo único inexplicable de mi vida; lo único que
ciertamente aparece en mí sin causa alguna.

Creo que así como algunas personas tienen una especial disposición del
espíritu para sentir la belleza como no la sienten todos, más
intensamente que los demás, y son por eso poetas o pintores o músicos,
yo tengo, y ha nacido conmigo, una particular disposición del espíritu
que me hace sentir la injusticia de manera especial, con una rara y
dolorosa intensidad.

¿ Puede un pintor decir por qué él ve y siente los colores? ¿ Puede un
poeta explicar por qué es poeta?

Tal vez por eso yo no pueda decir jamás por qué "siento” la injusticia
con dolor y por qué no terminé nunca de aceptarla como cosa natural,
como lo acepta la mayoría de los hombres.

Pero, aunque no pueda explicarse a sí mismo, lo cierto es que mi
sentimiento de indignación por la justicia social es la fuerza que me ha
llevado de la mano, desde mis primeros recuerdos, hasta aquí...y que ésa
es la causa última que explica cómo una mujer que apareció alguna vez a
la mirada de algunos como "superficial, vulgar e indiferente", pueda
decidirse a realizar una vida de "incomprensible sacrificio".



ALGÚN DÍA TODO CAMBIARÁ



Nunca pensé, sin embargo, que me iba a tocar una participación tan
directa en la lucha de mi pueblo por la justicia social.

Débil mujer al fin, yo nunca me imaginé que el grave problema de los
pobres y de los ricos iba a golpear un día tan directamente a las
puertas de mi corazón reclamando mi humilde esfuerzo para una solución
en mi Patria.

A medida que avanzaba en la vida, eso sí, el problema me rodeaba cada
día más. Tal vez por eso intenté evadirme de mí misma, olvidarme de mi
único tema: y me entregué intensamente a mi extraña y profunda vocación
artística.

Recuerdo que, siendo una chiquilla, siempre deseaba declamar. Era como
si quisiese decir siempre algo a los demás, algo grande, que yo sentía
en lo más hondo de mi corazón.

¡Cuando ahora hablo a los hombres y mujeres de mi pueblo siento que
estoy expresando "aquello" que intentaba decir cuando declamaba en las
fiestas de mi escuela!.

Mi vocación artística me hizo conocer otros paisajes: dejé de ver las
injusticias vulgares de todos los días y empecé a vislumbrar primero y a
conocer después las grandes injusticias; y no solamente las vi en la
ficción que representaba sino que también en la realidad de mi nueva
vida.

Quería no ver, no darme cuenta, no mirar la desgracia, el infortunio, la
miseria; pero más quería olvidarme y más me rodeaba la injusticia.

Los síntomas de la injusticia social en que vivía nuestra Patria se me
aparecían entonces a cada paso; en cada recodo del camino; y me
acorralaban en cualquier parte y todos los días.

Poco a poco, mi sentimiento fundamental de indignación por la injusticia
llenó la copa de mi alma hasta el borde de mi silencio, y empecé a
intervenir en algunos conflictos...

Personalmente nada me iba en ellos y nada ganaba con meterme a querer
tratar de arreglarlos; lo único que conseguía era mal quistarme con
todos los que, a mi modo de ver, explotaban sin misericordia la
debilidad ajena. Es que eso iba resultando progresivamente superior a
mis fuerzas, y mis mejores propósitos de callarme y de "no meterme" se
me venían abajo en la primera ocasión.

Empezaba a manifestarse así mi rebeldía íntima.

Reconozco que, algunas veces, mis reacciones no fueron adecuadas y que
mis palabras y mis actos resultaron exagerados en relación con la
injusticia provocadora.

¡Pero es que yo reaccionaba más que contra "esa" injusticia, contra toda
injusticia!

Era mi desahogo, mi liberación, y el desahogo lo mismo que la liberación
suelen ser a menudo exagerados, sobre todo cuando es muy grande la
fuerza que oprime.

Alguna vez, en una de esas razones mías, recuerdo haber dicho: -Algún
día todo esto cambiará...- y no sé si eso era ruego o maldición o las
dos cosas juntas.

Aunque la frase es común en toda rebeldía, yo me reconfortaba en ella
como creyese firmemente en lo que decía. Tal vez ya entonces creía de
verdad que algún día todo sería distinto; pero lógicamente no sabía cómo
ni cuando; y menos aún que el destino me daría un lugar, muy humilde
pero lugar al fin, en la hazaña redentora.

En el lugar donde pasé mi infancia los pobres eran muchos más que los
ricos, pero yo traté de convencerme de que debía de haber otros lugares
de mi país y del mundo en que las cosas ocurriesen de otra manera y
fuesen más bien al revés.

Me figuraba por ejemplo que las grandes ciudades eran lugares
maravillosos donde no se daba otra cosa que la riqueza; y todo lo que
oía yo decir a la gente confirmaba esa creencia mía. Hablaban de la gran
ciudad como de un paraíso maravilloso donde todo era lindo y
extraordinario y hasta me parecía entender, de lo que decían, que
incluso las personas eran allá "más personas" que las de mi pueblo.

Un día -habría cumplido ya los siete años- visité la ciudad por vez
primera. Llegando a ella descubrí que no era cuanto yo había imaginado.
De entrada vi sus barrios de "miseria", y por sus calles y sus casas
supe que en la ciudad también había pobres y que había ricos.

Aquella comprobación debió dolerme hondamente porque cada vez que
regreso de mis viajes al interior del país llego a la ciudad me acuerdo
de aquel primer encuentro con su grandeza y su miseria; y vuelvo a
experimentar la sensación de íntima tristeza que tuve entonces.

Solamente una vez en mi vida he tenido una tristeza igual a la de
aquella desilusión; fue cuando supe que los Reyes Magos no pasaban de
verdad con sus camellos y con sus regalos.

Así mi descubrimiento de que también en la ciudad había pobres y que,
por lo tanto, estaban en todas partes, en todo el mundo, me dejó una
marca dolorosa en el corazón.

Aquel mismo día descubrí también que los pobres eran indudablemente más
que los ricos y no sólo en mi pueblo sino en todas partes.



ME RESIGNÉ A SER VÍCTIMA



Un día me asomé, por la curiosidad que derivaba de mi inclinación, a la
prensa que se decía del pueblo.

Buscaba una compañía... ¿No es acaso verdad que casi siempre, en los
libros, en los libros y diarios que leemos, buscamos más una compañía
que un camino para recorrer o una guía que nos conduzca?

Por eso tal vez leí la prensa de izquierda de nuestro país; pero no
encontré en ella ni compañía, ni camino y menos quien me guiase.

Los "diarios del pueblo" condenaban, es verdad, al capital y a
determinados ricos con lenguaje duro y fuerte, señalando los defectos
del régimen social oprobioso que aguantaba el país.

Pero en los detalles, y aún en el fondo de la prédica que sostenían, se
veía fácilmente la influencia de ideas remotas, muy alejadas de todo lo
argentino; sistemas y fórmulas ajenas de hombres extraños a nuestra
tierra y a nuestros sentimientos.

Se veía bien claro que lo que ellos deseaban para el pueblo argentino no
vendría del mismo pueblo. Y esta comprobación me puso de inmediato en
guardia...

Me repugnaba asimismo otra cosa: que la fórmula para la solución de la
injusticia social fuese un sistema igual y común para todos los países y
para todos los pueblos y yo no podía concebir que para destruir un mal
tan grande fuese necesario atacar y aniquilar algo tan natural y tan
grande también como es la Patria.

Quiero aclarar aquí que hasta no hace muchos años, en este país, muchos
"dirigentes" sindicales (a sueldo) consideraban que la Patria y sus
símbolos eran prejuicios del capitalismo, lo mismo que la religión.

El cambio que después hicieron es otra razón que me hizo desconfiar de
la sinceridad de estos "ardientes defensores del pueblo".

La lectura de la prensa que ellos difundían me llevó, eso sí, a la
conclusión de que la injusticia social de mi Patria sólo podría ser
aniquilada por una revolución; pero me resultaba imposible aceptarla
como una revolución internacional venida desde afuera y creada por
hombres extraños a nuestra manera de ser y de pensar.

Yo sólo podía concebir soluciones caseras, resolviendo problemas a la
vista, soluciones si9mples y no complicadas teorías económicas; en fin,
soluciones patrióticas, nacionales como el propio pueblo que debían
redimir.

¿Para qué -me decía yo- aumentar, por otra parte, la desgracia de los
que padecen la injusticia quitándoles, de ese mundo que estaban
acostumbrados a contemplar, la visión de la Patria y de la Fe?

Me decía que era como quitar el cielo de un paisaje.

¿Por qué, en vez de atacar constantemente a la Patria y a la religión,
no trataban los "dirigentes del pueblo" de poner esas fuerzas morales al
servicio de la causa de la redención del pueblo?

Sospeché que aquella gente trabajaba más por el bienestar de los
obreros, por debilitar a la nación en sus fuerzas morales.

¡No me gustó el remedio para la enfermedad!

Yo sabía poco pero me guiaba mi corazón y mi sentido común y volví a mis
pensamientos de antes y a mis propios pensamientos, convencida de que no
tenía nada que hacer en aquella clase de luchas.

Me resigné a vivir en la íntima rebeldía de mi indignación.

A mi natural indignación por la injusticia social se añadió, desde
entonces, la indignación que habían levantado en mi corazón, las
soluciones que proponían y la deslealtad de los presuntos "conductores
del pueblo" que acababa de conocer.

¡Me resigné a ser víctima!.



MI DÍA MARAVILLOSO



En todas las vidas hay un momento que parece definitivo.

Es el día en que una cree que ha empezado a recorrer un camino monótono,
sin altibajos, sin recodos, sin paisajes nuevos. Una cree que, desde ese
momento en adelante, toda la vida ha de hacer ya siempre las mismas
cosas, ha de cumplir las mismas actividades cotidianas, y que el rumbo
del camino está en cierto modo tomado definitivamente.

Eso, más o menos, me sucedió en aquel momento de mi vida.

Dije que me había resignado a ser víctima. Más aún: me había resignada a
vivir una vida común, monótona, que me parecía estéril pero que
consideraba inevitable. Y no veía ninguna esperanza de salir de ella.
Por otra parte, aquella vida mía, agitada dentro de su monotonía, no me
daba tiempo para nada.

Pero, en el fondo de mi alma, no podía resignarme a que aquello fuese
definitivo.

Por fin llegó "mi día maravilloso".

Todos, o casi todos, tenemos en la vida un "día maravilloso".

Para mí, fue el día en que mi vida coincidió con la vida de Perón.

El encuentro me ha dejado en mi corazón una estampa indeleble; y no
puedo dejar de pintarla porque ella señala el comienzo de mi verdadera
vida.

Ahora sé que los hombres se clasifican en dos grupos: uno, grande,
infinitamente numeroso, es el de los que afanan por las cosas vulgares y
comunes; y que no se mueven sino por caminos conocidos que otros ya han
recorrido. Se conforman con alcanzar un éxito. El otro grupo, pequeño,
muy pequeño, es el de los hombres que conceden un valor extraordinario a
todo aquello que es necesario hacer. Estos no se conforman sino con la
gloria. Aspiran ya el aire del siglo siguiente, que ha de cantar sus
glorias y viven casi en la eternidad.

Hombres para quienes un camino nuevo ejerce siempre una atracción
irresistible. Para Alejandro fue el camino de Persia, para Colón el
camino de las Indias, para Napoleón el que conducía al imperio del
mundo, para San Martín el camino llevaba a la libertad de América.

A esta clase de hombres pertenecía el hombre que yo encontré.

En mi país lo que estaba por hacer era nada menos que una revolución.

Cuando la "cosa por hacer" es una revolución, entonces el grupo de
hombres capaces de recorrer ese camino hasta el fin se reduce a veces al
extremo de desaparecer.

Muchas revoluciones han sido iniciadas aquí y en todos los países del
mundo. Pero una revolución es siempre un camino nuevo cuyo recorrido es
difícil y no está hecho sino para quienes sienten la atracción
irresistible de las empresas arriesgadas.

Por eso fracasaron y fracasan todos los días revoluciones deseadas por
el pueblo y aún realizadas con su apoyo total.

Cuando la segunda guerra mundial aflojó un poco la influencia de los
imperialismos que protegían a la oligarquía entronizada en el gobierno
de nuestro país, un grupo de hombres decidió hacer la revolución que el
pueblo deseaba.

Aquel grupo de hombres intentaba, pues, el camino nuevo; pero después de
los primeros encuentros con la dura realidad de las dificultades... y
"la Revolución" fue quedando poco a poco en medio de la calle, en el
aire del país, en la esperanza del pueblo como algo que todavía era
necesario realizar.

Sin embargo, entre los gestores de aquel movimiento, un hombre insistía
en avanzar por el camino difícil.

Yo lo vi aparecer, desde el mirador de mi vieja inquietud interior. Era
evidentemente distinto de todos los demás. Otros gritaban "fuego" y
mandaban avanzar.

Él gritaba "fuego" y avanzaba él mismo, decidido y tenaz en una sola
dirección, sin titubear ante ningún obstáculo.

En aquel momento sentí que un grito y su camino eran mi propio grito y
mi propio camino.

Me puse a su lado. Quizás ello le llamó la atención y cuando pudo
escucharme, atiné a decirle con mi mejor palabra: Si es, como usted
dice, la causa del pueblo su propia causa, por muy lejos que haya que ir
en el sacrificio no dejaré de estar a su lado, hasta desfallecer.

Él aceptó mi ofrecimiento.

Aquél fue "mi día maravilloso".




¡SI, ESTE ES EL HOMBRE DE MI PUEBLO!



Pronto, desde los bordes del camino, los "hombres comunes" empezaron a
apedrearnos con amenazas, insultos y calumnias.

Los "hombres comunes" son los eternos enemigos de toda cosa nueva, de
todo progreso, de toda idea extraordinaria y por lo tanto de toda
revolución.

Por eso dijo alguien "el hombre mediocre es el más feroz y más frío
enemigo del hombre de genio".

Todo lo extraordinario es para ellos locura imperdonable, fanatismo
exagerado y peligroso.

Yo los he visto y los veo todavía mirándome "compasivos" y
"misericordiosos" con ese aire de superioridad que los define...

Nunca entenderán cómo y por qué alguien puede hacer una cosa distinta de
la que ellos piensan ¡y nunca hacen nada que no sea para ellos!

Lo vieron avanzar a Perón y primero se reían de él creyéndole y aún
diciéndole loco.

Pero cuando descubrieron que el loco incendiaba y que el incendio se
propagaba por todas partes y ya les tocaba en sus intereses y en sus
ambiciones, entonces se alarmaron y organizándose en la sombra se
juramentaron para hacerlo desaparecer.

No contaron con el pueblo. Nunca se les había ocurrido pensar en el
pueblo ni imaginaron que el pueblo podría alguna vez por sí mismo hacer
su voluntad y decidir su destino.

¿Por qué los hombres humildes, los obreros de mi país no reaccionaron
como los "hombres comunes" y en cambio comprendieron a Perón y creyeron
en él?

La explicación es una sola: basta verlo a Perón para creer en él, en su
sinceridad, en su lealtad y en su franqueza.

Ellos lo vieron y creyeron.

Se repitió aquí el caso de Belén, hace dos mil años; los primeros en
creer fueron los humildes, no los ricos, ni los sabios, ni los
poderosos.

Es que ricos y sabios y poderosos deben tener el alma casi siempre
cerrada por el egoísmo y la avaricia.

En cambio los pobres, lo mismo que en Belén, viven y duermen al aire
libre y las ventanas de sus almas sencillas están casi siempre abiertas
a las cosas extraordinarias.

Por eso vieron y creyeron. Vieron también cómo un hombre se lo jugaba
todo por ellos. Yo sé bien cuantas veces él apostó todo a una sola carta
por el pueblo.

Felizmente ganó. De lo contrario hubiese perdido todo, incluso la vida.

Yo, mientras tanto, cumplía mi promesa de estar a su lado.

Sostenía la lámpara que iluminaba sus noches; enardeciéndole como pude y
como supe, cubriéndole la espalda con mi amor y con mi fe.

Muchas veces lo vi, desde un rincón en su despacho en la querida
Secretaría de Trabajo y Previsión, él escuchando a los humildes obreros
de mi Patria. Hablando con ellos de sus problemas, dándoles las
soluciones que venían reclamando desde hacía muchos años.

Nunca se borrarán de mi memoria aquellos cuadros iniciales de nuestra
vida común.

Allí le conocí franco y cordial, sincero y humilde, generoso e
incansable, allí vislumbré la grandeza de su alma y la intrepidez de su
corazón.

Viéndolo se me ensanchaba el espíritu como si todo aquello fuese cielo y
aire puro. La vieja angustia de mi corazón empezaba a deshacerse en mí
como la escarcha y la nieve bajo el sol. Y me sentía infinitamente
feliz. Y me decía a mí misma, cada vez con más fuerza: Sí, este es el
hombre. Es el hombre de mi pueblo. Nadie puede compararse a él.

Y cuando le veía estrechar las manos callosas y duras de los
trabajadores yo no podía dejar de pensar que en él y por él mi pueblo
por primera vez, daba la mano con la felicidad.



LA HORA DE MI SOLEDAD



El incendio seguía avanzando con nosotros. Los "hombres comunes” de la
oligarquía cómoda y tranquila empezaron a pensar que era necesario
acabar con el incendiario. Creían que con eso acabaría el incendio.

Por fin se decidieron a realizar sus planes.

Esto sucedió en la última hora de la Argentina oligárquica. ¡ Después,
amaneció...!

Durante casi ocho días lo tuvieron a Perón entre sus manos.

Yo no estuve en la cárcel con él; pero aquellos ocho días me duelen
todavía; y más, mucho más, que si los hubiese podido pasar en su
compañía, compartiendo su angustia.

Al partir me recomendó que estuviese tranquila. Confieso que nunca lo vi
tan magnífico en su serenidad. Recuerdo que un Embajador amigo vino a
ofrecerle el amparo de una nación extranjera. En pocas palabras y con un
gesto simple decidió quedarse en su Patria, para afrontarlo todo entre
los suyos.

Desde que Perón se fue hasta que el pueblo lo reconquistó para él-¡ y
para mí! -mis días fueron jornadas de dolor y de fiebre.

Me largué a la calle buscando a los amigos que podían hacer todavía
alguna cosa por él.

Fui así, de puerta en puerta. En ese penoso e incesante caminar sentía
arder en mi corazón la llama de su incendio, que quemaba mi absoluta
pequeñez.

Nunca me sentí-lo digo de verdad-tan pequeña, tan poca cosa como en
aquellos ocho días memorables.

Anduve por todos los barrios de la gran ciudad. Desde entonces conozco
todo el muestrario de corazones que laten bajo el cielo de mi Patria.

A medida que iba descendiendo desde los barrios orgullosos y ricos a los
pobres y humildes las puertas se iban abriendo generosamente, con más
cordialidad.

Arriba conocí únicamente corazones fríos, calculadores, "prudentes”
corazones de "hombres comunes” incapaces de pensar o de hacer nada
extraordinario, corazones cuyo contacto me dio náuseas, asco y
vergüenza.

¡ Esto fue lo peor de mi calvario por la gran ciudad. ! La cobardía de
los hombres que pudieron hacer algo y no lo hicieron, lavándose las
manos como Pilatos, me dolió mas que los bárbaros puñetazos que me
dieron cuando un grupo de cobardes me denunció gritando: -¡Esa es Evita!

estos golpes, en cambio, me hicieron bien.

Por cada golpe me parecía morir y sin embargo a cada golpe e sentía
nacer. Algo rudo pero al mismo tiempo inefable fue aquel bautismo de
dolor que me purificó de toda duda y de toda cobardía.

¿ Acaso no le había dicho yo a él: -...por muy lejos que haya que ir en
el sacrificio no dejaré de estar a su lado, hasta desfallecer?

Desde aquel día pienso que no debe ser muy difícil morir por una causa
que se ama. O simplemente: morir por amor.



UNA GRAN LUZ



Conservo muchos recuerdos de aquellos días de angustias y amarguras.

Al lado de las sombras que fueron la traición y la cobardía de muchos
aparecen, entre mis recuerdos, los gestos iluminados de la lealtad y del
valor.

Pero yo no quiero escribir todavía en detalle todo eso.

La semana de octubre de 1945 es un paisaje de muchas sombras y de muchas
luces. Será mejor que no nos acerquemos demasiado a él... y que más bien
lo veamos otra vez, desde más lejos. Esto no me impide decir sin embargo
con absoluta franqueza, y como un anticipo de cuanto alguna vez he de
escribir en detalle, que la luz vino únicamente desde el pueblo.

En este libro, que quiere exponer las causas y los objetivos de la
misión que me he propuesto cumplir, no puedo dejar de recordar un
episodio que figura en mi espíritu como una razón fundamental de lo que
soy en esta hora de mi Patria, y que por sus hondas sugerencias
contribuyó a conducirme al puesto que ahora ocupo en el Movimiento
Justicialista.

Recuerdo que en mi soledad y en mi amargura, y mientras recorría la gran
ciudad, esperaba a cada instante recibir algún mensaje del líder ausente
y prisionero. Me imaginaba que de alguna manera él se ingeniaría para
hacerme saber cómo estaba y dónde estaba; y esperaba sus noticias con el
alma en un hilo, torturada por la angustia.

Conservo de aquellos días varios mensajes manuscritos por él; y en todos
ellos aparece, en su letra clara, firme y decidida, la serenidad con que
su espíritu afrontaba los acontecimientos.

En todos sus mensajes no hizo otra cosa que recomendarme a sus obreros
"que estuviesen tranquilos, que no se preocupasen por él, que no creasen
situaciones de violencia...".

Yo -lo confieso honradamente- busqué con afán en todas sus cartas, una
palabra que me dijese su amor.

En cambio casi no hablaba sino de sus "trabajadores"..., a quienes por
aquellos días la oligarquía, suelta por las calles, empezó a llamar
"descamisados".

Su rara insistencia me iluminó: ¡aquel "encargarme de sus trabajadores"
era su palabra de amor, su más sentida palabra de amor!

Comprender aquello fue -y lo es todavía- una gran luz en mi vida.

A mí, a una humilde y pequeña mujer, me encomendaba el cuidado de sus
trabajadores, lo que él más quería. Y yo me dije a mí misma: -Pudo
encomendárselo a otros, a cualquiera de sus amigos, incluso a algún
dirigente gremial...pero no, quise que fuese yo...¡una mujer que no sabe
otra cosa que quererlo!

Esa era sin duda la prueba absoluta de su amor. Pero una prueba que
exigía respuesta; y yo se la di.

Se la di entonces y se la sigo dando. Mientras viva no me olvidaré que
él, Perón, me encomendó a sus descamisados en la hora más difícil de su
vida.

¡Mientras yo viva no me olvidaré que él, cuando quiso probarme su amor,
me encargó que cuidase a sus obreros!

Él no encontró mejor manera de expresarme su amor y ahora estoy segura
que eligió la más pura y la más grande manera de decírmelo.

Desde entonces, cuando yo quiero a mi vez expresarle mi amor de mujer
-¡y quiero expresárselo permanentemente!- no encuentro tampoco una
manera más pura ni más grande que la de ofrecerle un poco de mi vida,
quemándola por amor a sus "descamisados".

Esto, por otra parte, es mi deber de gratitud para con él y para con
ellos y yo lo cumplo alegremente, feliz, como se cumplen todos los
deberes que impone el amor.



VOCACIÓN Y DESTINO



No, no fue el azar la causa de todo esto que soy, en mi país y para mi
pueblo. Creo firmemente que he sido forjada para el trabajo que realizo
y la vida que llevo.

Cuando analizo, en la intimidad de mi alma, el caso que me ha tocado
vivir, más y más me convenzo de la mentira que son el azar y la
casualidad.

Si el azar y la casualidad gobernaran el mundo todo sería un grotesco
caos; y no podríamos vivir en un escenario tan variable. No, el azar no
gobierna al mundo ni a los hombres. Por fortuna, gracias a Dios las
cosas suceden de otra manera que unos llaman Destino y otros Providencia
y casi todos atribuimos a Dios.

Yo creo firmemente que, en verdad, existe una fuerza desconocida que
prepara a los hombres y a las mujeres para el cumplimiento de la misión
particular que cada uno debe realizar.

Si esa fuerza es maravillosamente divina o ha sido puesta por Dios en la
naturaleza de la sociedad o del alma humana, yo no lo sé ni pretendo
averiguarlo, pero creo que existe y que nos conduce sin forzarnos con
tal que nosotros no le neguemos nuestra generosidad.

Lo indudable es que esta solución espiritual es también mas fecunda que
a otra del azar: el que se cree hijo de la suerte no se siente obligado
a nada, puesto que el azar no tiene personalidad ni puede tener
exigencias de ninguna clase: pero el que sabe hijo de un Destino o de la
Providencia o de una fuerza desconocida pero de un origen superior a su
vida y a su naturaleza, tiene que sentirse responsable de la misión que
le ha sido encomendada.

Perdónense estas explicaciones que, sin quererlo, casi han venido a dar
con cierto tono de filosofía que no entiendo y no deseo hacer.

Sin embargo pienso que debí decir todo cuanto he dicho en primer lugar
porque así lo siento y en segundo lugar porque me parece una cosa de
simple sentido común.

Mi vida es una prueba de todo lo que he dicho. Si no hubiese llegado a
ser lo que soy, toda mi vida hubiese quedado sin explicación.

¿ Por qué yo he sufrido siempre ante la injusticia? ¿Por qué yo no me
resigné jamás a ver pobres y ricos como una cosa natural y lógica? ¿ Por
qué siempre sentí indignación ante los dueños del poder y del dinero que
explotaban a los humildes y a los pobres?

¿ Por qué no pude librarme nunca de aquella angustia íntima que me
ahogaba?

¿ Por qué hasta "mi día maravilloso” me sentí sola, desconcertada, como
si mi vida no tuviese sentido, ni razón?

Demasiadas preguntas hubiesen quedado sin respuesta si no hubiese
encontrado a Perón en mi camino, y en él, la causa de mi pueblo.

No, no es el azar lo que pone a los hombres y a las mujeres al frente de
las grandes causas.

Por el contrario, parece como que las grandes causas preparasen el alma
de sus hombres y de sus mujeres. Esto en parte puede ser vocación, pero
además hay evidentemente otra cuya explicación no está en nosotros, ni
está librada a la suerte del azar.

Por eso yo me permito insistir todavía en este tema con dos palabras
más, que quisieran ser de humilde consejo.

Creo que alguien se ve, de pronto, llevado a un puesto de
responsabilidad en la lucha por una gran causa, debe buscar, en su vida
y en sus recuerdos, la explicación de su caso; y la hallará sin duda.

Así sentirá todo el peso de su responsabilidad y trabajará lealmente por
la causa que sirve.

Y pienso también que los que sean espectadores de un hecho tal no deben
atribuirlo sin más trámite al azar.

¿ No sería más sensato aceptar la presencia de algo más?

Y conste que yo no digo que sea directamente Dios quien determine todas
estas cosas, pero sí que en su magnífico ordenamiento de todas las leyes
y de todas las fuerzas habrá creado alguna ley o alguna fuerza que
conduce a quienes libremente y generosamente quieran dejarse conducir.

Esta es la humilde explicación que yo doy de mi vida y de mi caso.

Guardo entre los manuscritos de Perón uno que escribió sobre un tema
parecido poco tiempo después de asumir la Presidencia.

En este borrador, él abordó, con su franqueza habitual, este rato asunto
de la vocación y del destino.

Nada me ha parecido mejor que reproducirlo tal como él lo escribió; y
como allí aparece toda su alma, en su sencillez y en su grandeza o sea
en su genialidad, yo me ahorro el grave compromiso de presentarlo...cosa
que lo confieso sería tarea imposible para mí.

Para saber cómo es el sol no basta ni su descripción ni su pintura, y
nadie, si no es loco, intenta ni pintarlo ni describirlo. Para saber
cómo es, hay que salir a mirarlo y aun mirándolo no se le puede ver sin
deslumbrarse.

Aquí están sus palabras y su pensamiento, su alma y su corazón.

¡ Yo me limito a invitar que salgamos a verlo!




SOBRE MI ELECCIÓN


(De las memorias del General Perón)



En la vida de los pueblos, como en la vida de los hombres, no todo lo
hace el destino.

Es necesario que los pueblos, como los hombres, ayuden a su destino.

En mi vida, lo mismo que en la vida de mi pueblo, esto se cumple al pie
de la letra.

Yo estoy al frente de mi pueblo no sólo por decreto del destino. Estoy
porque, sin saberlo tal vez, me preparé para esto como si hubiese sabido
que algún día iba a tocarme esta responsabilidad y este privilegio.

Y puedo afirmar y demostrar también que mi pueblo se preparó paciente,
aunque inconscientemente, también para esta hora de su destino.

Lo que hace la providencia es poner las circunstancias necesarias para
que las cosas sucedan luego de una manera y no de otra. Pero las cosas
suceden casi siempre por "culpa" nuestra.

Muchas veces pienso que si hubiese nacido en cualquier otra parte de mi
país tal vez no sería hoy Presidente de la República.

Porque naciendo en otra parte, el medio me hubiese dado otras
inclinaciones... no hubiese elegido ser militar, no hubiese aprendido
allí las cosas que aprendí, nunca me hubiese visto obligado a hacer una
revolución... ¡Esas son las cosas que están en manos de la providencia!.

Ella combina las infinitas circunstancias y no creo que pueda
averiguarse por qué ni explicarse nada de su mecanismo.

¡Todo lo demás lo hacemos nosotros!

Así fue como un día me vi en una circunstancia que decidió mi destino.

El país estaba solo. Marchaba a la deriva sin conducción y sin rumbo.
Todo había sido entregado al extranjero. El pueblo sin justicia,
oprimido y negado. Países extraños y fuerzas internacionales lo sometían
a un dominio que no era muy distinto a la opresión colonial.

Me di cuenta de que todo eso podía remediarse.

Poco a poco advertí que yo era quien podía remediarlo.

En ese momento, el problema de mi país pasó a ser un problema de mi
conciencia.

Lo resolví decidiéndome por la revolución.

Esta decisión fue "mi ayuda al destino".

Dos años y medio después todo parecía perdido.

Había luchado intensamente en la Secretaría de Trabajo y Previsión.

El pueblo me había comprendido. Los trabajadores de mi país conocían ya
lo que era la justicia social y me seguían casi como si yo fuese una
bandera.

Lo único que yo había hecho era decirles la verdad y darles lo que todos
hasta entonces les habían negado.

Pero las fuerzas conjuradas de la oligarquía y de los poderes
internacionales pudieron en un momento más que el pueblo y que mi
voluntad.

Fue en octubre de 1945.

Esa es historia conocida.

Durante ocho días conocí todos los matices de la soledad, el abandono y
la amargura.

Así como yo había pensado un día que era necesario hacer una revolución,
el pueblo sintió -¡el pueblo siente!- que había legado un momento
crucial de su historia.

Se dio cuenta de que todo estaba perdido, pero que todo podía salvarse.

Por suerte advirtió que eso dependería de su decisión.

Y se decidió.

Todo lo demás lo hizo la providencia... pero la decisión la puso el
pueblo... su decisión fue "la ayuda que el pueblo le prestó al destino".

Allí están las razones de mi elección.

Dos decisiones en dos momentos providenciales.

Pero para que haya una decisión en un momento providencial es necesario
estar ya preparado para eso.

A mí me preparó la vida misma: mi hogar paterno, mi niñez en la
Patagonia bravía, mi carrera militar, mi vida en la montaña, mis viajes
por Europa... Todo eso me acostumbró a vencer. Vencer a la naturaleza es
más difícil que conducir y dominar a los hombres, y a mí me tocó muchas
veces luchar con las fuerzas naturales y vencerlas.

Todo eso me preparó para que empezara a sentir profundamente la suerte
de mi pueblo.

Esto me preparó para el momento de la decisión.

Para que el pueblo, a su vez, tomara en octubre de 1945 la decisión de
salvarme y darme luego la conducción de sus destinos también fue
necesario realizar una tarea de preparación.

Esta tarea consistió en algo así como un despertar.

Desde 1943 a 1945 el pueblo fue despertado de un viejo letargo que ya
duraba más de un siglo. Pero durante ese siglo había vivido de sus
viejas glorias. No pudo olvidar la hazaña de sus granaderos por medio
continente. No pudo olvidar su vocación por la libertad y la justicia.
Por eso me resultó fácil desertarlo. Me bastó insistir en los viejos
temas de la hora inicial de su vida: la justicia, la libertad, la
independencia y la soberanía.

Mi elección no es evidentemente una cosa del azar. La providencia hizo
su parte, indudablemente, y de eso siempre doy gracias a Dios.

Pero el pueblo y yo lo ayudamos.

La clase del porvenir reside en cuidar precisamente que eso no deje de
ocurrir entre nosotros.



DEMASIADO PERONISTA



Ahora ya pude comprender quien haya leído el capítulo precedente que
siendo así Perón en su grandeza, que unida a su sencillez lo hacen
genial, sea yo como soy: fervorosa y fanáticamente peronista.

A veces me suele decir cariñosamente el mismo Líder que soy "demasiado
peronista".

Recuerdo que una tarde después de haberle estado hablando durante largo
rato de... ¿ de qué iba a hablarle sino de él, de sus sueños, de sus
realizaciones, de su doctrina, de sus conquistas? Me interrumpió para
decirme:

-¡ Tanto me hablabas de Perón que voy a terminar por odiarle! -No se
extrañe pues quien buscando en estas páginas mi retrato encuentre más
bien la figura de Perón.

Es que -lo reconozco -yo he dejado de existir en mí misma y es él quien
vive en mi alma, dueño de todas mis palabras y de mis sentimientos,
señor absoluto de mi corazón y de mi vida.

Por otra parte, esto es un viejo milagro, un antiguo milagro del amor
que a fuerza de repetirse en el mundo ya ni siquiera nos parece milagro.

Un día me dijeron que era demasiado peronista para que pudiese encabezar
un movimiento de las mujeres de mi Patria. Pensé muchas veces en eso y
aunque de inmediato "sentí" que no era verdad, traté durante algún
tiempo de llegar a saber por qué no era ni lógico ni razonable.

Ahora creo que puedo dar mis conclusiones.

Si, soy peronista, fanáticamente peronista.

Demasiado no, demasiado sería si el peronismo no fuese como es, la causa
de un hombre que por identificarse con la causa de todo un pueblo tiene
un valor infinito. Y ante una cosa infinita no puede levantarse la
palabra demasiado.

Perón dice que soy demasiado peronista porque él no puede medir su
propia grandeza con la vara de la humildad.

Los otros, los que piensan, sin decírmelo, que soy demasiado peronista,
ésos pertenecen a la categoría de lo "hombres comunes". ¡Y no merecen
respuesta!

¿ Que por ser peronista no puedo encabezar el movimiento femenino de mi
Patria? Esto si merece una explicación.

-¿ Cómo va usted -me decían- a dirigir un movimiento feminista si usted
está fanáticamente enamorada de la causa de un hombre?

¿No, no lo es. Yo lo "sentía". Ahora lo sé.

La verdad, lo lógico, lo razonable es que el feminismo no se aparte de
la naturaleza misma de la mujer.

Y lo natural en la mujer es darse, entregarse por amor, que en esa
entrega está su gloria, su salvación, su eternidad.

¿El mejor movimiento feminista del mundo será tal vez entonces el que se
entrega por amor a la causa y a la doctrina de un hombre que ha
demostrado serlo en toda la extensión de la palabra?

De la misma manera que una mujer alcanza su eternidad y su gloria y se
salva de la soledad y de la muerte dándose por amor a un hombre, yo
pienso que tal vez ningún movimiento feminista alcanzará en el mundo
gloria y eternidad si no se entrega a la causa de un hombre.

¡Lo importante es que la causa y el hombre sean dignos de recibir esa
entrega total!

Yo creo que Perón y su causa son suficientemente grandes y dignos como
para recibir el ofrecimiento total del movimiento feminista de mi
Patria. Y aun más, todas las mujeres del mundo pueden brindarse a su
Justicialismo; que con ello, entregándose por amor a una causa que ya es
de la humanidad, crecerán como mujeres.

Y si bien es cierto que la causa misma se glorificará recibiéndolas, no
es menos cierto que ellas se glorificarán en la entrega.

Por eso soy y seré peronista hasta mi último día, porque la causa de
Perón me glorifica y, dándome la fecundidad de su vida, me prolongará en
la eternidad de las obras que por él realizó y que seguirán viviendo
como hijas mías, después que yo me vaya.

Pero no solamente soy peronista por la causa de Perón. Soy peronista por
su persona misma y no sabría decir por cuál de las dos razones más.

Ya he dicho cómo y en que medida soy peronista por su causa.

¿Puedo decir cómo y en qué medida soy peronista por él, por su persona?

Aquí tal vez sea conveniente que den vuelta la página quienes piensan
que entre Perón y yo pudo darse un "matrimonio político".

Quienes lo crean así no verán en esta página sino literatura o
propaganda.

Nos casamos porque nos quisimos y nos quisimos porque queríamos la misma
cosa. De distinta manera los dos habíamos deseado hacer lo mismo: él
sabiendo bien lo que quería hacer, yo, por sólo resentirlo; él, con la
inteligencia; yo, con el corazón; él, preparado para la lucha; yo,
dispuesta a todo sin saber nada; él culto y yo sencilla; él, enorme, y
yo, pequeña; él, maestro, y yo, alumna. El, la figura y yo la sombra.

¡El, seguro de sí mismo, y yo, únicamente segura de él!

Por eso nos casamos, aun antes de la batalla decisiva por la libertad de
nuestro pueblo con la absoluta certeza de que ni el triunfo ni la
derrota, ni la gloria ni el fracaso, podrían destruir la unidad de
nuestros corazones.

¡Si, yo estaba segura de él!

Sabía que el poder no lo deslumbraría ni lo haría distinto.

Que seguiría siendo lo que era: sobrio, llano, madrugador, insaciable en
su sed de justicia, sencillo y humilde; que nunca sería sino tal como o
conocí: dando generosamente y francamente su mano grande y tibia a los
hombres de mi pueblo.

Sabía que los salones estarían demás para él porque en ellos se miente
demasiado como para que eso pudiese ser soportado por un hombre de sus
quilates.

Yo tampoco ignoraba cuál tendría que ser mi conducta para que resultase
armónica con la suya.

Sabía que para armonizar con él necesitaba subir a cumbres muy altas
pero conocía como era maravillosa su humildad descendiendo hasta mí.

Me atrevo a decir que me propuse formalmente que él viese cada día en mí
un defecto menos hasta que no me quedase ninguno.

¿Cómo podía desear y hacer otra cosa conociendo como conocía sus
proyectos y sus planes?

Porque él no me conquistó con palabras bonitas y elegantes, ni con
promesas formales y risueñas. No me prometió ni gloria ni grandeza, ni
honores. Nada maravilloso.

Más: ¡creo que nunca me prometió nada! Hablando del porvenir me habló
siempre únicamente de su pueblo y yo terminé por convencerme que su
promesa de amor estaba allí, en su pueblo, en mi pueblo. ¡En nuestro
pueblo!

Es muy simple todo esto.

Es el camino que hacemos todas las mujeres cuando amamos al hombre de
una causa.

Primero la causa es "su causa". Después empezamos a decirle "mi causa".
Y cuando el amor alcanza su perfección definitiva, el sentimiento de
admiración que nos hacía decir "su causa" y el sentimiento egoísta que
no hacía decir "mi causa” son sustituidos por el sentimiento de la
unidad total y decimos "nuestra causa".

Cuando llega este momento no se puede decir ya si el amor por la causa
es mayor o menor que el amor por el hombre de esa causa. Yo pienso que
los dos son una sola cosa.

Por eso digo ahora: ¡ Si, soy peronista, fanáticamente peronista pero no
sabría decir que amo más : si a Perón o a su causa; que para mi, todo es
una sola cosa, todo es un solo amor; y cuando digo en mis discursos y en
mis conversaciones que la causa de Perón es la causa del pueblo, y que
Perón es la Patria y es el pueblo, no hago sino dar prueba de que todo,
en mi vida, está sellado por un solo amor.



EL APRENDIZAJE



¿Puedo seguir hablando de Perón?

Aunque alguien diga-¡ y vaya si se ha dicho!-que eso no es elegante ni
es inteligente, tengo que seguir haciendo el elogio de mi Líder.

¿Quién si no podrá hacerlo bien? Yo le conozco como mujer y como
peronista; le conozco en su misión de Presidente y en su vida hogareña;
sé cómo trabaja y cómo descansa, cómo habla y cómo calla, cómo goza y
cómo sufre. Conozco sus pequeños gestos que sólo pueden nacer de las
grandes almas.

Yo sería desleal con mi pueblo si no hablase de él. Por otra parte nadie
puede pensar que mi elogio tenga algún interés.

Ya de él he recibido todo cuanto podría pretender; mucho más de lo que
yo merecía.

Y no es por gratitud tampoco que siempre hablo de él, en todas partes,
en todos mis discursos y en todas mis conversaciones sin ninguna
excepción. Hablo de él simplemente por necesidad, por la misma razón que
los poetas hacen versos y las rosas florecen.

Recuerdo como él, por ejemplo, fue enseñándome su doctrina, mostrándome
sus planes, haciéndome conocer los grandes problemas de la vida
nacional; y cómo me hizo distinguir lo posible de lo imposible, lo ideal
de lo práctico.

Cada conversación que sostengo con él es una lección maravillosa que
nunca parece lección.

Esto no solamente lo digo yo, su más constante discípula. Lo dicen
también todos los que se acercan a él por cualquier motivo.

Sabe hablar sencillamente de las cosas más simples y de las más
complicadas. Para él nada hay que no se pueda explicar de alguna manera,
incluso a los que saben menos, y él lo consigue siempre. Nadie se aburre
ni se fatiga con él, nadie se siente incómodo. Mucha gente entra a su
despacho con cierto lógico temor, en cuanto él dice las primeras
palabras, el primer saludo, ya no ven en él al Presidente, líder de
millones de hombres y mujeres; y aparece ante ellos un amigo, amable y
cordial.

Así, amablemente y cordial es siempre en todos los actos de su vida.

Así, amable y cordial, haciéndome casi creer que yo le estaba enseñando
a él, me hizo conocer todo cuanto era necesario saber para cumplir la
misión que yo tenía que cumplir.

De él he aprendido por ejemplo a dejar de lado todo lo que es negativo,
y a buscar siempre las cosas por hacer, los caminos que nadie recorre.

Muy frecuentemente me ha sucedido esto: concibo una idea siendo que es
fecunda y útil y que, realizada, dará beneficio a la causa del pueblo.
Cuando lo expongo, primero a algunas personas, por lo general amigos,
casi todos aprueban aunque no todos crean tal vez que eso es lo mejor,
pero no faltan nunca quienes lealmente intentan persuadirme de que no me
conviene y así me entero de que todos o la gran mayoría piensa que tal
vez no convenga. A veces tienen razón, pero cuando yo estoy
absolutamente convencida, cuando "siento” claramente que la idea tiene
que salir bien, me lanzo a realizarla a pesar de todos los augurios; ¡y
son las mejores realidades de mi vida!

Así nació la Fundación. Así surgió el movimiento peronista femenino.

Aprendí de Perón a ver los caminos que nadie recorre, que nadie se anima
a recorrer.

De él también aprendí a realizar. El siempre es constructivo. En su
conversación lo mismo que en su conducta.

Siempre suele decirme:

-No hay que olvidar que lo mejor es enemigo de lo bueno. Y él que
siempre habla tan fervorosamente de su doctrina, nunca se olvida de
añadir: De nada vale una gran doctrina sino tiene sus realizadores.

Confieso que padezco casi de fiebre permanentemente de realizar, y que
es una fiebre de contagio.

El me ha enseñado que para realizar no es necesario, como cree la mayor
parte de la gente, hacer grandes planes. Si los planes existen, mejor;
pero si no, lo importante es comenzar las obras y luego hacer los
planes.

Para que no piensen mal sin embargo quienes crean que esto es un pecado
contra el arte de gobernar, me apresuro a decirles que Perón es el
primer argentino que ha gobernado al país, según un plan premeditado.

De Perón aprendí a tratar con los hombres.

Pero en esto reconozco que en mí subsisten algunos defectos.

¡Aunque tampoco estoy convencida de que lo sean!

El nunca espera demasiado de los hombres y se satisface con muy poca
cosa. Confía siempre en ellos, sin excepción, mientras no tenga pruebas
de la falsía de sus procederes. Por eso, el defecto que más desprecia y
que más le duele de sus amigos o de sus colaboradores es la mentira.

Yo, en cambio, exijo mucho más de quienes son mis amigos o mis
colaboradores inmediatos.

Ante todo confieso que no puedo tener a mi lado, trabajando conmigo,
sino aquellos en quienes creo y confío plenamente. Y en esto pocas veces
me he equivocado.

Recuerdo que alguien en una oportunidad me preguntó:

-¿Por qué confió usted en mí la primera vez que habló conmigo?

Yo no supe darle una respuesta lógica. Si le hubiera dicho la verdad
debí responderle:

-Porque "sentía"que en usted era posible confiar.

Muchas veces ocurre lo contrario, desgraciadamente, y desconfiar se hace
a veces demasiado frecuente, máxime cuando una parte de mi gran deber
consiste en cuidar las espaldas de un hombre y de su causa.

En esto de conocer a los hombres hay mucho más de intuición. Y como el
tema lo merece y además me gusta, quiero brindarle un capítulo aparte.



¿INTUICIÓN?



Esto de la intuición me tienta porque muchas veces he oído decir
alabanzas de la mía; y auque pocas veces me detengo a pensar en un
elogio, tan frecuentemente se ha hecho el de mi intuición, que alguna
vez he meditado en el tema.

Aquí están mis reflexiones que no intentan siquiera exponer un problema
Psicológico -que no doy para tanto- sino más bien decir lo que pienso
con Yo creo que no es un sexto sentido, como dicen algunos, ni una
facultad casi misteriosa de las mujeres, como dicen otros.

No; es simplemente una manera de ser de la inteligencia. Cada uno de los
hombres tiene una manera de ser de su inteligencia, que es distinta en
todos. En unos actúa rápidamente, en otros es lenta.

Cada uno ve las cosas según sea lo que quiere conocer en ellas. Yo
siempre recuerdo aquel viejo refrán que dice: "las cosas son del color
del cristal con que se miran".

Cuando la gente suele atribuir "intuición” a las mujeres como virtud
misteriosa, no se acuerda que nosotras tenemos que ver las cosas, las
personas y la vida de una manera especial.

Nosotras sentimos y sufrimos más el amor que los hombres.

En nosotras la inteligencia se desarrolla a la sombra del corazón y por
eso la inteligencia no se ve sino a través de los cristales del amor.

Y el amor, cuyo misterio sí que es infinito, le hace ver a la
inteligencia cosas que ella sola nunca podría conocer por hábil que
fuese.

Los hombres no sienten ni sufren tanto el amor como nosotras las
mujeres. Esto no necesita demostración.

En ellos entonces la inteligencia libremente.

Y por eso en todo a través de u razonamiento frío, casi matemático,
tanto más frío y tanto más matemático cuando menos hayan sentido o
sufrido el amor.

Cuando algunos elogian mi "intuición" se refieren siempre al rápido
conocimiento que tengo de las personas con que trato.

A veces he confiado en quienes muchos desconfiaban y otras he
desconfiado de quienes todos creían.

Casi siempre el tiempo me ha dado la razón.

¿Esto es una virtud misteriosa? Yo creo que no. por el contrario, todo
me parece muy simple. Yo he mirado siempre a las personas de una manera
distinta que no es la que sirve a la inteligencia de los demás: yo miro
a través de un cristal muy fino: el amor de Perón y de su causa.

El amor alarga la mirada de la inteligencia.

Si no fuese así, ¿Podría yo "intuir” tanta cosas que a veces no entiendo
del todo?

Recuerdo que una noche me acosté muy tarde y no pude dormir.

Me preocupaba un problema nacional cuya solución había sido propuesta ya
al Presidente por los técnicos del Gobierno.

No había conversado de esto con nadie y no sabía otra cosa que lo que
los diarios publicaban.

Era un serio y difícil problema que nunca había intentado ni siquiera
entender. ¡Pero la solución no me gustaba!

Lo peor era que no sabía exactamente por qué.

Evidentemente yo podría decir al día siguiente que no me gustaba la
solución, pero debería dar mis razones. ¡Y no las podía encontrar!

Ni las encontré; pero me decidí a confiarle al Presidente mis
sentimientos; y acerté, porque él, que también había estado pensando,
preocupado por el problema, estaba ya dispuesto a revisar la solución
propuesta por sus colaboradores.

¿Extraño? ¿Misterioso? No, es la maravilla del amor iluminando una
inteligencia igual que la de todos.

Nada tiene de raro, pues, que esa virtud o sentido extraordinario esté
presente en los actos de Perón y sea admirada por quienes lo conocen y
lo tratan.

El, que ama entrañablemente a su pueblo, ve todas las cosas a través de
ese gran amor y por lo tanto, según está también demostrado, tiene que
verlo todo de una manera especial, distinta de la orienta la mirada de
los demás.

El ve por su pueblo y para su pueblo.

¿Qué tiene de raro, pues, que iluminado por ese gran amor "intuya" dónde
está la felicidad de los argentinos y la grandeza nacional?

Y yo sí que puedo dar fe que esa virtud, existe en él en una forma
maravillosa. Conoce a los hombres de una sola mirada y aunque intenten
muchas veces disfrazarle ante él. Muchas veces lo he visto también
resolver graves problemas de una manera distinta a la que aconsejaban
los técnicos y los especialistas, y más de una vez, ante mi pregunta
extrañada, le he oído decir:

-Es cuestión de sentido común.

"Ellos ven el problema desde el punto de vista técnico, que es limitado,
como el campo de un microscopio. Yo tengo que verlo con lentes planares;
yo tengo que verlo como lo ve y como lo siente el pueblo".

Después de meditar esa explicación, he pensado también que el "sentido
común" y la "intuición" son dos virtudes todavía no bien definidas y tal
vez sean la misma cosa, pero creo que están en todos los hombres y en
todas las mujeres presentes en mayor o en menor cantidad y que solamente
crecen y se hacen extraordinarias cuando un gran amor las vivifica con
la maravillosa fuerza de su infinito poder.

Lo que también puedo asegurar es que en ningún "hombre común” puede
hacer o pensar nada con intuición; porque los hombres mediocres
pertenecen a la clase de los que desprecian el amor como cosa exagerada.



EL CAMINO QUE YO ELEGÍ



Llegado Perón a la Presidencia, poco a poco fue convenciéndose de que
las responsabilidades y tareas a su cargo eran casi incompatibles con su
deseo de mantener estrecho contacto con el pueblo.

Ese contacto, que era y sigue siendo absolutamente necesario, debe ser
realizado en forma permanente.

Nuestro pueblo ha vivido más de un siglo, de gobiernos oligarcas cuya
principal tarea no fue atender al pueblo sino más bien a los intereses
de una minoría privilegiada, tal vez refinada y culta, pero sórdidamente
egoísta.

Después de este siglo, solamente interrumpido por alguno que otro
intento de gobierno para el pueblo, o, mejor dicho, por alguno que otro
"gesto” nunca convertido en realidad, Perón durante tres años de
incendio revolucionario llegó al pueblo como gobernante y como
conductor. Y el pueblo sabía ya lo que ese contacto había dado de bien
para todos.

Durante tres años consecutivos, hombres y mujeres, agrupaciones
gremiales, económicas y políticas, el pueblo entero, había desfilado con
sus viejos problemas y sus viejas esperanzas, ante la presencia
realizadora del conductor y todos sus problemas y todas sus esperanzas
habían sido cumplidamente satisfechas por él en la medida de sus
posibilidades, y un poco más todavía.

¿ Con Perón en la Presidencia, con la plenitud de un poder que en la
República Argentina, es extraordinario, cómo ni iban a redoblarse las
esperanzas y las ilusiones de la gente que ya había conocido el gusto de
lo que es un gobierno del pueblo y para el pueblo?

Pero, precisamente la plenitud del poder era lo que impediría al Líder
su permanencia en contacto con el pueblo. Mientras estaba en la
Secretaría de Trabajo y Previsión no tenía otros problemas que resolver
sino los viejos y urgentes problemas que afectaban directamente al
pueblo. Pero en la Presidencia los viejos y urgentes problemas eran
otros cuya solución era indispensable para que no se derrumbase todo lo
que había construido en tres años de reforma social.

¿ De qué hubiesen valido tres años de Revolución si al término de la
guerra hubiésemos caído de nuevo en los brazos de nuestros tradicionales
explotadores imperialistas?

¿Nos hubiese valido acaso la reforma social en un país sin riqueza y sin
trabajo, entregado con las manos atadas a la voluntad extraña del
capitalismo internacional?

Todo eso vio Perón con más claridad que nunca desde el día que fue
Presidente; y para que eso no sucediese era necesario que él,
personalmente él, se pusiese en forma total a hacer lo que hizo, y que
era nada menos que la Independencia Económica de la Nación.

En cuatro meses elaboró su plan de gobierno para cinco años.

En dos años realizó la independencia económica. Pero, no quiero yo decir
cuánto hizo el General como Presidente, aunque gustosa escribiría
infinita cantidad de páginas sobre este tema inagotable.

Lo cierto es que todo ese inmenso trabajo que debía empezar con la
organización del mismo gobierno y cuya primera etapa culminó con la
reforma constitucional, no podía dejarle sino muy escaso tiempo para
mantener contacto con el pueblo.

Y si no hubiésemos buscado juntos una solución, y la hubiésemos hallado,
la voz del pueblo - la de nuestros "descamisados"-hubiese llegado a la
torre de gobierno cada vez más apagada y tal vez hubiese terminado por
callar.

Por otra parte era necesario mantener encendido en el pueblo su fervor
revolucionario. La revolución apenas había sido puesta en marcha y debía
Perón cumplir todas las etapas desde el gobierno mismo. Esto podía
hacerse pero a condición de que el pueblo mantuviese su fervor
revolucionario y no fuese ganado por la prédica de los "hombres comunes”
para quienes todo acto revolucionario aparece como una imprudencia
imperdonable.

Entre el decreto o la ley revolucionaria y cumplimiento, o sea entre el
gobierno y el pueblo, existen siempre infinitas barreras que no se ven
siempre desde el gobierno, pero sí, y claramente, desde el pueblo. El
contacto de Perón con el pueblo era necesario también por esta razón
fundamental.

Además había urgentes pero modestos trabajos que cumplir en relación con
las necesidades diarias de la gente humilde. Entre las esperanzas de los
descamisados había muchas pequeñas ilusiones que depositaban en Perón
como los hijos piden a sus padres.

En todas las familias los pedidos y las exigencias varían mucho: los
mayores quieren cosas de importancia, los menores piden juguetes. En la
familia grande que es la Patria también los pedidos que se presentan al
Presidente, que es el padre común, son infinitos.

Comprobamos esto ya cuando Perón era Presidente electo: las esperanzas
del pueblo se concretaban en peticiones lo más variadas, desde una obra
de gobierno extraordinaria y aun fantástica que solicitaba toda una
ciudad hasta la pelota de football que quería un "changuito” del norte o
la muñeca que deseaba una "coyita".

También atender todo esto- lo grande y lo pequeño -era necesario para
que el pueblo no dejase de ver en Perón a su conductor.

Yo elegí la humilde tarea de atender los pequeños pedidos.

Yo elegí mi puesto en el pueblo para ver allí las barreras que podrían
haber impedido la marcha de la Revolución.

Yo elegí ser "Evita” para que por mi intermedio el pueblo y sobre todos
los trabajadores, encontrasen siempre libre el camino de su Líder.

La solución no pudo ser mejor ni más práctica.

Los problemas de gobierno llegan a Perón todos los días a través de sus
ministros, de los funcionarios o de los mismos interesados; pero cada
uno de ellos no puede disponer sino de escasos minutos de la jornada
agotadora de un Presidente como Perón.

En cambio los problemas del pueblo llegan al conductor todos los días,
durante el almuerzo o la cena, en las tardes apacibles de los sábados,
en los domingos largos y tranquilos y llegan por mi voz leal y franca en
circunstancias propicias, cuando el ánimo del General está libre de toda
inquietud apremiante...

Así, el pueblo puede estar seguro de que entre él y su gobierno no habrá
divorcio posible. Porque, en este caso argentino, para divorciarse de su
pueblo, el jefe del gobierno deberá empezar por divorciarse ¡de su
propia mujer!



EVA PERÓN Y EVITA



Nada hay en mi destino de extraordinario y menos de juego de azar.

No puedo decir que creo lógico y razonable todo lo que me ha sucedido,
pero no sería leal ni sincera si no dijese que todo me parece lo menos
natural.

He dicho ya cuáles son las grandes causas de la misión que me toca
cumplir en mi Patria, pero no sería completa mi explicación si no dijese
también algo acerca de los motivos circunstanciales que me decidieron a
iniciarme en la colaboración estrecha con el General Perón después que
fue presidente de los argentinos.

Antes de entrar en el tema es conveniente recordar que Perón no es sólo
presidente de la República; es, además, conductor de su pueblo.

Esta es una circunstancia fundamental y se relaciona directamente con mi
decisión de ser una esposa del Presidente de la República distinta del
modelo antiguo.

Yo "pude" ser ese modelo. Esto lo digo bien claro porque también se ha
querido justificar mi "incomprensible sacrificio" arguyendo que los
salones de la oligarquía me hubiesen rechazado.

Nada más alejado que esto de toda realidad, ni más ausente de todo
sentido común.

Puede ser una mujer de Presidente como lo fueron otras.

Es un papel sencillo y agradable: trabajo de los días de fiesta, trabajo
de recibir honores, de engalanarse para representar según un protocolo
que es casi lo mismo que pude hacer antes, y creo que más o menos bien,
en el teatro o en el cine.

En cuanto a la hostilidad oligárquica no puedo menos que reírme.

Y me pregunto: ¿Por qué hubiese podido rechazarme la oligarquía?

¿Pero acaso alguna vez esa clase de gente tuvo en cuenta aquí, o en
cualquier parte del mundo, estas cosas, tratándose de la mujer de un
Presidente?

Nunca la oligarquía fue hostil con nadie que pudiera serle útil. El
poder y el dinero no tuvieron nunca malos antecedentes para un oligarca
genuino.

La verdad es otra: yo, que había aprendido de Perón a elegir caminos
poco frecuentados, no quise seguir el antiguo modelo de esposa de
Presidente.

Además, quien me conozca un poco, no digo de ahora, sino desde antes,
desde que yo era una "simple" chica argentina, sabe que no hubiese
podido jamás representar la fría comedia de los salones oligarcas.

No nací para eso. Por el contrario, siempre hubo en mi alma un franco
repudio para con "esa clase de teatro".

Pero además, yo no era solamente la esposa del Presidente de la
República, era también la mujer del conductor de los argentinos.

A la doble personalidad de Perón debía corresponder una doble
personalidad en mí: una, la de Eva Perón, mujer del Presidente, cuyo
trabajo es sencillo y agradable, trabajo de los días de fiesta, de
recibir honores, de funciones de gala; y otra, la de Evita, mujer del
Líder de un pueblo que ha depositado en él toda su fe, toda su esperanza
y todo su amor.

Unos pocos días al año represento el papel de Eva Perón; y en ese papel
creo que me desempeño cada vez mejor, pues no me parece difícil ni
desagradable.

La inmensa mayoría de los días soy en cambio Evita, puente tendido entre
las esperanzas del pueblo y las manos realizadoras de Perón, primera
peronista argentina, y éste sí que me resulta papel difícil, y en el que
nunca estoy totalmente contenta de mí.

De Eva Perón no interesa que hablemos.

Lo que ella hace aparece demasiado profusamente en los diarios y
revistas de todas partes.

En cambio, sí interesa que hablemos de "Evita"; y no porque sienta
ninguna vanidad en serlo sino porque quien comprenda a "Evita" tal vez
encuentre luego fácilmente comprensible a sus "descamisados", el pueblo
mismo, y eso nunca se sentirá más de lo que es... ¡nunca se convertirá
por lo tanto en oligarca, que es lo peor que puede sucederle a una
peronista! EVITA



Cuando elegí ser "Evita" sé que elegí el camino de mi pueblo.

Ahora, a cuatro años de aquella elección, me resulta fácil demostrar que
efectivamente fue así.

Nadie sino el pueblo me llama "Evita". Solamente aprendieron a llamarme
así los "descamisados". Los hombres de gobierno, los dirigentes
políticos, los embajadores, los hombres de empresa, profesionales,
intelectuales, etc., que me visitan suelen llamarme "Señora"; y algunos
incluso me dicen públicamente "Excelentísima o Dignísima Señora" y aun,
a veces, "Señora Presidenta".

Ellos no ven en mí más que a Eva Perón.

Los descamisados, en cambio, no me conocen sino como "Evita".

Yo me les presenté así, por otra parte, el día que salí al encuentro de
los humildes de mi tierra diciéndoles "que prefería ser Evita a ser la
esposa del presidente si esa Evita servía pata mitigar algún dolor o
enjuagar una lágrima".

Y, cosa rara, si los hombres de gobierno, los dirigentes, los políticos,
los embajadores, los que me llaman "Señora" me llamasen "Evita" me
resultaría tal vez tan raro y fuera de lugar como que un pibe, un obrero
una persona humilde del pueblo me llamara "Señora".

Pero creo que aún más raro e ineficaz habría de parecerles a ellos
mismos.

Ahora si me preguntasen qué prefiero, mi respuesta no tardaría en salir
de mí: me gusta más mi nombre de pueblo.

Cuando un pibe me nombra "Evita" me siento madre de todos los pibes y de
todos los débiles y humildes de mi tierra.

Cuando un obrero me llama "Evita" me siento con gusto "compañera" de
todos los hombres que trabajan en mi país y aun en el mundo entero.

Cuando una mujer de mi Patria me dice "Evita" yo me imagino ser hermana
de ella y de todas las mujeres de la humanidad.

Y así, sin casi darme cuenta, he clasificado, con tres ejemplos, las
actividades principales de "Evita" en relación con los humildes, los
trabajadores y la mujer.

La verdad es que, sin ningún esfuerzo artificial, sin que me cueste
íntimamente nada, tal como si hubiese nacido para todo esto, me siento
responsable de los humildes como si fuese la madre de todos; lucho codo
a codo con los obreros como si fuese de ellos una compañera más de
taller o de fábrica; frente a las mujeres que confían en mí me considero
algo así como una hermana mayor, en cierta medida responsable del
destino de todas ellas que han depositado en mí sus esperanzas.

Y conste que no asumo así un honor sino una responsabilidad.

Creo que cada uno de los hombres y mujeres que componen la humanidad
debiera por lo menos sentirse un poco responsable de todos los demás
¡tal vez seríamos todos un poco más felices!

De los obreros atiendo sus problemas gremiales.

De los humildes recibo sus quejas y sus necesidades remediándolas en
cuanto no correspondan al Estado, aunque a veces en este caso hago
también de colaboradora oficiosa del gobierno. Al fin de cuentas siempre
se trata de agua que va para el molino del "Líder" común.

De la mujer atiendo el problema en sus múltiples aspectos sociales,
culturales y políticos.

Si alguien me preguntase cuál es mi actividad preferida no sabría
responder exactamente y de forma decidida y definitiva.

Si me hicieran mi pregunta estando en mi actividad gremial mi voto sería
por ella. Si estuviese atendiendo a mis "descamisados" o a las mujeres
tal vez votaría por la actividad que estuviese desempeñando en ese
preciso momento. Y no lo haría ni por "diplomacia" ni por "política",
¡no! Sino porque cuando trabajo, lo que estoy haciendo me parece lo
mejor, lo más adecuado a mis gustos, a mi vocación y a mis
inclinaciones.

Reconozco, eso sí, que en el fondo lo que me gusta es estar con el
pueblo, mezclada en sus formas más puras: los obreros, los humildes, la
mujer.

Con ellos no necesito adoptar ninguna pose de las que me veo obligada a
tomar a veces, cuando hago de "Eva Perón". Hablo y siento como ellos,
con sencillez y con franqueza llana y a veces dura, pero siempre leal.

Nunca dejamos de entendernos. En cambio, a veces, "Eva Perón" no suele
entenderse con la gente que asiste a las funciones que debe representar.

No vaya a creerse por esto que digo que la tarea de Evita me resulta
fácil. Más bien me resulta en cambio siempre difícil y nunca me he
sentido del todo contenta con esa actuación. En cambio el papel de Eva
Perón me parece fácil. Y no es extraño. ¿Acaso no resulta siempre más
fácil representar un papel en el teatro que vivirlo en la realidad?

Y en mi caso lo cierto es que como "Eva Perón" represento un viejo papel
que otras mujeres en todos los tiempos han vivido ya; pero como Evita
vivo una realidad que tal vez ninguna mujer haya vivido en la historia
de la humanidad.

He dicho que no me guía ninguna ambición personal. Y quizás no sea del
todo cierto.

Sí. Confieso que tengo una ambición, una sola y gran ambición personal:
quisiera que el nombre de Evita figurase alguna vez en la historia de mi
Patria.

Quisiera que de ella se diga, aunque no fuese más que en una pequeña
nota, al pie del capítulo maravilloso que la historia ciertamente
dedicará a Perón, algo que fuese más o menos esto:

"Hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevarle al Presidente
las esperanzas del pueblo, que luego Perón convertía en realidades".

Y me sentiría debidamente, sobradamente compensada si la nota terminase
de esta manera:

"De aquella mujer sólo sabemos que el pueblo la llamaba, cariñosamente,
Evita".



PEQUEÑOS DETALLES



Todo lo que yo debo hacer entre el pueblo y su Líder exige una condición
que he debido cumplir con un cuidado casi infinito; y esa condición es
no meterme en las cosas del gobierno.

No lo toleraría tampoco el Presidente que por su formación militar tiene
sus conceptos de las responsabilidades y jurisdicciones.

Pero, muchas veces, sin embargo, tengo que decir al pueblo cara a cara
lo que le diría su Líder, y, como consecuencia de eso, tengo también que
hablar al Líder de lo que el pueblo quiere hacer llegar a sus oídos.

Y esta función me lleva a veces a tocar, con el General, temas que son
propios del gobierno. En estos casos nunca me olvido de que he elegido
estar en la vereda del pueblo.

Sin duda los hombres de gobierno deben bastar a Perón para cumplir su
tarea, pero no es inútil, pienso yo, que la voz de una persona
identificada con él y con su causa le llegue diariamente con las
noticias frescas de un pueblo que él quiere con entrañable amor.

Tal vez cumpliendo así mi humilde misión yo lo único que haga de bueno
sea alegrarle el alma con las palabras y los amores de su pueblo que yo
deposito en su corazón mientras él descansa de sus fatigas.

En cuanto a la falta de precedentes, no me preocupa. Por el contrario,
me alegra y me reconforta. Y mientras los "hombres comunes", los de
mediocridad siempre despreciable, venenosa y estéril, sólo buscan las
cosas nuevas para el ataque, nuestro movimiento les ofrece diariamente
algo sin precedentes, algo original que nos pertenece con exclusividad.

Yo sé que cuando ellos me critican a mí en el movimiento lo que en el
fondo les duele es la Revolución.

Les duele mi contacto con el pueblo. Saben que mientras ese contacto no
se rompa -¡y no se romperá por mí!- el pueblo podrá llegar a Perón y
Perón cumplirá con su pueblo.

Mientras eso pueda ocurrir, ellos no volverán.

Por eso tratan de destruirme.

Saben también que no trabajo para mí, no me verán jamás buscando una
ventaja personal y eso los excita.

Desearían verme caer en el egoísmo y en la ambición, para demostrar así
al pueblo que en el pueblo me busqué a mí misma.

Saben que así podrían separarme del pueblo. No entienden que yo en mis
afanes no busco otra cosa que el triunfo de Perón y de su causa por ser
el triunfo del pueblo mismo.

Ni siquiera cuando me acerco a los que trabajan o a los que sufren lo
hago buscando una satisfacción egoísta de quien hace algún sacrificio
personal.

Yo me esfuerzo todos los días por eliminar de mi alma toda actitud
sentimental frente a los que me piden.

No quiero tener vergüenza de mí ante ellos. Voy a mi trabajo cumpliendo
mi deber y a dar satisfacción a la justicia.

Nada de lirismo ni de charlatanerías, ni de comedias, nada de poses ni
de romances.

Ni cuando entro en contacto con los más necesitados podrá decir nadie
que juego a la dama caritativa que abandona su bienestar por un momento
para figurarse que cumple una obra de misericordia.

Del mismo Perón, que siempre suele decir: "el amor es lo único que
construye", he aprendido lo que es una obra de amor y cómo debe
cumplirse.

El amor no es -según la lección que yo aprendí- ni sentimentalería
romántica, ni pretexto literario.

El amor es darse, y "darse" es dar la propia vida.

Mientras no se da la propia vida cualquier cosa que uno dé es justicia.
Cuando se empieza a dar la propia vida entonces recién se está haciendo
una obra de amor.

Yo no pretendo por eso realizar obras de amor que me parecen demasiado
cerca de Dios; y me conformo con ayudar a que se cumpla la justicia
social. Por eso a mi labor fraternal de auxilio a los pobres he dado el
nombre de ayuda social y creo que es profundamente justicialista.

En ella no hay por eso lugar para los excesos del corazón. Por ser obra
de justicia sé que debo cumplirla en la misma actitud del juez que la
administra: como quien cumple una misión que le ha sido encomendada y
nada más.

Con amabilidad, eso sí, pero no con aspavientos.

Es un detalle solamente, pero estoy segura de que con eso he ahorrado
muchas humillaciones inútiles.

Y a nadie se hace feliz cambiándole aún toda la riqueza del mundo por
una humillación que afecte a la dignidad, que es el tesoro tal vez más
precioso y cada vez más preciado por los hombres.


Segunda Parte:


LOS OBREROS Y MI MISIÓN




LA SECRETARÍA



Casi toda mi labor social se desarrolla en la Secretaría de Trabajo y
Previsión, de la que ocupo un pequeño sector; y atiendo mi trabajo en el
mismo despacho que tuvo el Coronel Perón desde 1943 a 1945.

Todo esto tiene un significado muy especial.

Aun cuando la Constitución Justicialista convirtió a la Secretaría en
Ministerio de Trabajo y Previsión los obreros la siguen llamando como en
los tiempos del Coronel: la "Secretaría". Y yo nunca la llamo tampoco
Ministerio.

Este simple detalle indica que el pueblo siente allí todavía la
presencia de Perón.

Allí entró en contacto con el pueblo su personalidad vigorosa de
conductor. Allí convenció a los primeros discípulos. Allí gozó de los
primeros éxitos. ¡Allí confirmó su decisión irrevocable de servir al
pueblo con todas sus energías y por sobre todo sacrificio!

Para todos nosotros él está siempre en la vieja "Secretaría" como en las
horas de sus más intensas luchas.

No fue por sensiblería romántica que elegí trabajar allí.

Fui a la Secretaría de Trabajo y Previsión porque en ella podía
encontrarme más fácilmente con el pueblo y con sus problemas; porque el
Ministro de Trabajo y Previsión es un obrero, y con él "Evita" se
entiende francamente y sin rodeos burocráticos; y porque además allí se
me brindaron los elementos necesarios para iniciar mi trabajo.

Allí recibo a los obreros, a los humildes, a quienes me necesitan por
cualquier problema personal o colectivo.

Los funcionarios de la casa colaboran conmigo en la solución de los
problemas gremiales, reuniendo todos los antecedentes, examinándolos en
sí mismos y en sus repercusiones económicas y sociales.

En cuanto a mis trabajos de ayuda social los cumplo también en la
Secretaría, pero en esta actividad el personal de la casa interviene
solamente en algunos detalles relacionados con los pedidos de audiencia.

Los problemas del movimiento político femenino no ocupan mi tiempo en la
Secretaría, ya que prefiero atenderlos en la sede central del Partido
Peronista Femenino o en nuestra residencia privada.

La atención de los obreros me lleva casi todo el tiempo de mis
audiencias y de mi trabajo en la Secretaría. Esto resulta una exigencia
propia del movimiento Peronista, cuya historia y cuya realización han
sido cumplidas gracias al apoyo total de los trabajadores organizados de
mi país.

Suelo oírle decir al Presidente que los gobiernos y los Estados van
pasando de la época en que todo se decidió en función de organizaciones
políticas a la época en que todo se decide en función de las
organizaciones sociales.

Y el gobierno peronista, inspirado por su conductor, trata de
adelantarse al tiempo y se apoya cada vez más en las organizaciones
sindicales.

Yo pienso, inspirándome en ese concepto visionario de Perón, que el
pueblo está casi siempre más representado hoy por sus organizaciones
gremiales que por sus partidos políticos.

Los partidos políticos caen frecuentemente en poder de círculos cerrados
de dirigentes que se sostienen en sus cargos gracias a negociaciones y
componendas no siempre claras. Esto no ocurre en las organizaciones
sindicales cuyos dirigentes deben vivir en contacto con la masa que
representan si no quieren desaparecer del escenario directivo.

En mi experiencia de cuatro años yo puedo decir, con toda franqueza, que
los dirigentes gremiales conocen mejor la realidad popular que los
dirigentes políticos.

Y, en honor a la verdad, debo decir también que los dirigentes políticos
superan a los gremiales solamente cuando saben mantener contacto honrado
con las organizaciones sindicales. Y al hablar de contacto honrado me
refiero al que mantienen aquellos dirigentes políticos que trabajan
lealmente por la causa de los trabajadores sin la oculta o manifiesta
intención de utilizarlos como un medio de sus ambiciones personales.

En la Secretaría he aprendido todo cuanto sé de sindicalismo y de
problemas de trabajo.

Allí encontré todo en marcha; un estilo y una técnica para tratar y
resolver los problemas gremiales: el estilo y la técnica del Coronel
Perón. Yo no he hecho otra cosa que seguir sus huellas guiada por su
ejemplo y muchas veces he recurrido a su consejo de maestro y conductor.

Así solamente me ha sido posible conseguir que la Secretaría siga siendo
la casa de los trabajadores argentinos como la concibió y la realizó el
Coronel Perón en los primeros días de su lucha.


UNA PRESENCIA SUPERIOR



Desde el mirador de la Secretaría se ve todo el panorama sindical
argentino. Yo, que lo he visto en 1944 y en 1945 desde un rincón del
mismo despacho que hay presido, cuando el Coronel Perón solía permitirme
que le viese trabajar, yo solamente puedo decir tal vez cómo ha cambiado
todo en este sector de mi Patria.

Hasta 1943 las reivindicaciones obreras en la Argentina tenían una
doctrina y una técnica que no se diferenciaban para nada de la doctrina
y la técnica de los demás países del mundo.

La doctrina y la técnica eran pues internacionales, vale decir
extranjeras en todas las Patrias y para todos los pueblos, porque cuando
una cosa es internacional pierde incluso el derecho de tener Patria aun
en su país de origen.

Los dirigentes de las reivindicaciones obreras argentinas habían sido
formadas en aquella doctrina y les había sido enseñada solamente aquella
técnica.

No diré que fueron en general malos dirigentes, ni caeré en el error de
pensar siquiera que no representaron legítimamente a sus compañeros. Por
el contrario, creo que cumplieron honradamente lo mejor que pudieron con
la masa que en ellos depositó su confianza. ¡O su desesperación! Porque,
frente al egoísmo brutal de la oligarquía capitalista y despiadada ¿qué
otra cosa que desesperación podía tener la masa obrera al elegir sus
dirigentes? Por eso, muchas veces prefirió elegir a quines proponían
soluciones teóricamente más radicales y extremas en vez de otorgar un
mandato a quienes hubiesen podido exigir y alcanzar algún beneficio
práctico e inmediato, aunque fuese mínimo.

Así se explica que, elegidos por la desesperación de una masa obrera
sufriente y exaltada por el oído, aquellos dirigentes gremiales,
impotentes para dar satisfacción a sus representados, se viesen
obligados a desviar la atención de la masa hacia problemas de política
internacional en propaganda lírica de doctrinas ajenas a las necesidades
apremiantes y reales del pueblo.

Pero el gran defecto de aquellos dirigentes no fue esto que al fin de
cuentas casi se vieron obligados a hacer. El gran pecado fue que muchas
veces pensaron, hablaron y actuaron en un idioma extranjero frente a sus
compañeros, dando la espalda a la realidad casera. No se dieron cuenta
-porque no creo que obrasen de mala fe, por lo menos en su mayor parte-
que el problema de los obreros argentinos no tenía sino muy poco que ver
con el problema de los trabajadores de los viejos países del mundo,
superpoblados, sin ninguna clase de reservas económicas.

No midieron bien la realidad argentina.

Algunos, tal vez los más altos dirigentes de aquellos tiempos, no
procedían sin embargo de buena fe.

Así como reconozco que la mayoría actuaba con un alto espíritu sindical,
debo decir también que algunos eran traidores de la masa obrera.

Y al decir esto no creo que diga nada nuevo para los trabajadores
argentinos.

Todos ellos recuerdan cómo esos supuestos líderes obreros se aliaron, en
oscuro maridaje, con la más rancia oligarquía, y al amparo de la prensa
conservadora y del capitalismo conjurado contra los argentinos
intentaron la destrucción del Líder en 1946.

Con esto demostraron que era mentira la enemistad que frente al
capitalismo aparentaban los dirigentes comunistas y socialistas que se
llamaron tanto tiempo y a sí mismos dirigentes "del pueblo".

Así se explica también por qué durante tantos años los trabajadores
argentinos no vieron avanzar a sus organizaciones sino a pequeños pasos
y esto, muy de vez en cuando, y con sangrientos y dolorosos sacrificios.

Pero no es de aquellos falsos dirigentes obreros, que ahora están
definitivamente aliados con la oligarquía, de los que quiero hablar. Es
de los otros, de los de buena fe y verdadero espíritu sindical de
quienes quiero escribir una página más.

Ya he dicho que hasta 1943 vivían una doctrina y una técnica de lucha.
Ellos creían firmemente que "eso" era el mejor y aun el único camino
para llegar al bienestar soñado. Solamente cuando Perón, desde la
Secretaría de Trabajo y Previsión, les habló de otra técnica empezaron a
darse cuenta del error en que habían perdido muchos años y tantos
esfuerzos.

Al principio al Coronel les desconcertó.

Cincuenta años habían estado oyendo hablar a los altos líderes en contra
de la Patria, y como consecuencia en contra del Ejército. ¡Y ahora un
militar, un "oscuro coronel" -dijo la oligarquía- pretendía enseñarles
cuál era el camino de la justicia y de la felicidad.

Para colmo, el nuevo Líder les hablaba del espíritu y de sus valores, no
les predicaba la lucha entre el capital y el trabajo sino la
cooperación, y aun les decía que era necesario poner en la práctica los
viejos principios olvidados del cristianismo.

¡Cómo no se iban a desconcertar!

Pero, poco a poco, fueron creyendo en el "Coronel". Muchos creyeron con
sólo oírle. Otros, cuando pudieron verle.

La mayoría creyó cuando sus promesas empezaron a cumplirse.

Así, los dirigentes honrados del sindicalismo argentino se aliaron con
Perón. En la vereda de enfrente quedaron los que no quisieron oír las
promesas ni quisieron ver las realidades. Ellos habían ya vendido, por
anticipado, su posición a la oligarquía y la capitalismo. Pero a cambio
de eso ganaron el olvido de los trabajadores; el olvido, que es la
manera que el pueblo tiene de despreciar a quines lo traicionan.

La técnica de Perón se impuso en dos años de ardorosa lucha. Una vez en
la presidencia, sin embargo, podía darse el peligro de que algunos
despechados "especialistas" del sindicalismo tratasen de agrupar a los
trabajadores con la vieja retórica y las viejas ideas tan bien
estudiadas por ellos en la cátedra extranjera que los formó... y les
pagó; y que para eso, intentasen presentar a la Secretaría como una
oficina más del gobierno, fría y burocrática según el viejo Departamento
Nacional del Trabajo que en 1943 había alcanzado el total y absoluto
desprecio de los obreros argentinos.

También había podido sucedes que, ausente de la Secretaría el creador
genial de la nueva doctrina y de la nueva técnica de las
reivindicaciones obreras, los mismos dirigentes, aun los peronistas,
volviesen a la vieja doctrina y a los viejos métodos, dominados
inconscientemente o infiltrados por los otros.

La presencia de un viejo dirigente gremial al frente del Ministerio de
Trabajo y Previsión fue el primer paso para evitar que sucediese
aquellos. Pero no era suficiente todavía, puesto que aquella presencia
infundía solamente confianza: la confianza del compañero y del amigo.
Para evitar el peligro era necesario algo más. Y creo que ese algo más
fue y sigue siendo mi presencia, no tanto por lo que pueda valer ni
hacer yo, sino porque yo estoy demasiado cerca del Líder, como para que
donde yo esté no me acompañe un poco su magnífica presencia.

Cuando vemos la sombra de alguien sentimos que está cerca.

Así, como la sombra del Líder, es mi presencia en la Secretaría. Y a su
sombra, yo intento seguir el camino que él inició. Sé que hay una gran
diferencia. Donde él daba una lección magistral, yo apenas balbuceo.
Donde él solucionaba un problema con cuatro palabras, yo me quedo a
veces una semana entera. Donde él decidía, yo apenas sugiero. Donde él
veía, yo apenas vislumbro. Es que él es el conductor. Yo soy solamente
una sombra de su presencia superior.



LOS OBREROS Y YO



Mi trabajo con los obreros es de una técnica muy simple, aunque a veces
los problemas que me presentan suelen ser complicados, y de difícil
solución.

Ya he dicho que, sin embargo, me siento cómoda entre ellos y que siempre
terminamos por entendernos.

A veces, la gente me pregunta qué soy yo para los obreros de mi país. Yo
prefiero explicar primero qué son los obreros para mí.

Para mí los hombres y las mujeres de trabajo son siempre, y ante todo,
descamisados.

Y ¿qué son, para mí, los descamisados? No puedo hablar de ellos sin que
vengan a mi memoria los días de mi soledad en octubre de 1945.

Definir lo que es un descamisado sin volver a aquellos días es
imposible, como tal vez no pueda explicarse lo que es la luz sin pensar
en el sol.

Descamisados fueron todos los que estuvieron en la Plaza de Mayo el 17
de Octubre de 1945; los que cruzaron a nado el Riachuelo viniendo de
Avellaneda, de la Boca y de la Provincia de Buenos Aires, los que en
columnas alegres pero dispuestos a todo, incluso morir, desfilaron aquel
día inolvidable por la Avenida de Mayo y por las diagonales que conducen
a la Casa de Gobierno; hicieron callar a la oligarquía y a aquél que
dijo "yo no soy Perón"; los que todo el día reclamaron a gritos la
presencia del Líder ausente y prisionero; los que encendieron hogueras
con los diarios de la prensa que se había vendido a un embajador
extranjero por treinta dineros ¡o tal vez menos!

¡Todos los que estuvieron aquella noche en la Plaza de Mayo son
descamisados!

Aun si hubo allí alguien que no lo fuese, materialmente hablando, un
descamisado, ése se ganó el título por haber sentido y sufrido aquella
noche con todos los auténticos descamisados; y para mí, ése fue y será
siempre un descamisado auténtico.

Y son descamisados todos los que entonces, de estar aquí, hubiesen ido a
la Plaza de Mayo; y todos los que ahora o mañana harían lo mismo que
hicieron los primeros descamisados de aquel primer 17 de Octubre.

Para mí por eso descamisado es el que se siente pueblo. Lo importante es
eso; que se sienta pueblo y ame y sufra y goce como pueblo, aunque no
vista como pueblo, que esto es lo accidental.

Un oligarca venido a menos podrá ser materialmente descamisado pero no
será descamisado auténtico.

Aquí también me declaro enemiga de las formas según lo establece la
doctrina peronista.

Para mí, los obreros son por eso, en primer lugar, descamisados: ellos
estuvieron todos en la Plaza de Mayo aquella noche. Muchos estuvieron
materialmente; todos estuvieron espiritualmente presentes.

No todos los descamisados son obreros, pero, para mí, todo obrero es un
descamisado; y yo no olvidaré jamás que a cada descamisado le debo un
poco de la vida de Perón.

En segundo lugar, ellos son parte integrante del pueblo; de ese pueblo
cuya causa ganó mi corazón desde hace muchos años.

Y en tercer lugar, son las fuerzas poderosas que sostienen el andamiaje
sobre cuyo esqueleto se levanta el edificio mismo de la Revolución.

El Movimiento Peronista no podría definirse sin ellos.

El General Perón ha dicho que no sería posible el Justicialismo sin el
sindicalismo. Y eso es verdad, primero, porque lo ha dicho el General
Perón y segundo, porque efectivamente es verdad.

En la realidad de mi país el sindicalismo es actualmente la fuerza
organizada más poderosa que apoya el movimiento Peronista.

Más de 4 amillones de obreros agrupa solamente la Confederación General
del Trabajo, que es la Central Obrera, y todos unidos se han definido a
favor de la Doctrina Justicialista de Perón.

Por eso cada obrero es además para mí un peronista auténtico: el mejor
de todos los peronistas, porque además es pueblo y además es
descamisado.

Todo eso son para mí los obreros que llegan a mi despacho con sus
esperanzas, con sus ilusiones y con sus problemas.

Cuando me encuentro con ellos ¿qué voy a ser entonces sino una compañera
o una amiga? ; una compañera cuya gratitud infinita no puede expresarse
sino de una sola manera: ¡con absoluta y profunda lealtad!

Y ellos lo saben bien; saben que yo no soy el Estado, ni mucho menos el
patrón.

Por eso suelen decir: -Evita es vasca, pero es leal.

Saben que yo no tengo sino un precio que es el amor de mi pueblo. Por el
amor de mi pueblo -¡y ellos son pueblo!- yo vendería todo cuanto tengo y
creo que incluso daría mi vida.

Saben que cuando yo les aconsejo "aflojar" lo hago por el bien de ellos,
lo mismo que cuando los incito a la lucha.

A medida que avanza el tiempo en nuestro movimiento común esa confianza
se va consolidando pues todos los días les doy pruebas de mi lealtad. Y
en ellos cada vez es mayor la confianza que me tienen, a tal punto que
suelen esperar de mí incluso cuando todo está perdido.

Muchas veces sucede que un problema gremial mal conducido, o por
dificultades económicas insolubles, no puede tener solución adecuada,
satisfactoria para los obreros. Entonces es cuando mi trabajo, de simple
y sencillo, se vuelve difícil. Entonces es cuando más empeño en buscar
la solución y mi más grande alegría es encontrarla y ofrecerla a los
obreros.

¿Acaso ellos no encontraron la solución de un problema que estaba
perdido cuando reconquistaron a Perón para ellos y para mí, el 17 de
octubre de 1945?

Y cuando de mis recursos no queda ya ninguno, entonces acudimos al
supremo recurso que es la plenipotencia de Perón, en cuyas manos toda
esperanza se convierte en realidad aunque sea una esperanza ya
desesperada.



UNA SOLA CLASE DE HOMBRES



Aquí tengo que repetir una lección que muchas veces he oído del General.

Es la que se refiere al concepto justicialista del trabajo y del capital
que a mí me sirve de fundamento para mis tareas de carácter gremial.

El objeto fundamental del Justicialismo en relación con el movimiento
obrero es hacer desaparecer la lucha de clases y sustituirla por la
cooperación entre capital y trabajo.

El capitalismo, para darle todo al capital, explota a los trabajadores.

El comunismo, para solucionar el problema, ideó un sistema de lucha que
no terminará sino cuando haya una sola clase social; pero a esto se
llega por la destrucción, que es efecto de una lucha larga, y sin
cuartel, entre capital y trabajo.

El Justicialismo en cambio quiere también llegar a una sola clase de
hombres: la de los que trabajan. Esta es una de las verdades
fundamentales del Peronismo. Pero no quiere llegar por la lucha sino por
la cooperación.

No queremos una sola clase proletaria sino una sola clase de hombres
desproletarizados que vivan y trabajen dignamente.

Que los obreros ganen para vivir honradamente como personas humanas y
que los patrones se conformen con ganar también como para mantener la
industria, progresar y vivir dignamente. ¡Dignamente, pero no
principesca mente!

No queremos que nadie explote a nadie y nada más. Esto es lo que Perón
ha querido asegurar para su pueblo y ha quedado bien asentado en la
nueva Constitución.

Yo, sin embargo, por mi manera de ser, no siempre estoy en ese justo
punto de equilibrio. Lo reconozco. Casi siempre para mí la justicia está
un poco más allá de la mitad del camino... ¡Más cerca de los
trabajadores que de los patrones!

Es que para llegar a la única clase de argentinos que quiere Perón, los
obreros deben subir todavía un poco más, pero los patrones tienen mucho
que bajar.

Lo cierto es que yo, que veo en cada obrero a un descamisado y a un
peronista, no puedo ver lo mismo, si no está bien probado, en un patrón.

Soy sectaria, sí. No lo niego; y ya lo he dicho. Pero ¿podrá negarme
alguien ese derecho? ¿Podrá negarse a los trabajadores el humilde
privilegio de que yo esté más con ellos que con sus patrones?

¿Si cuando yo busqué amparo en mi amargo calvario de 1945, ellos,
solamente ellos, me abrieron las puertas y me tendieron una mano amiga?

Mi sectarismo es además un desagravio y una reparación. Durante un siglo
los privilegiados fueron los explotadores de la clase obrera. ¡Hace
falta que eso sea equilibrado con otro siglo en que los privilegiados
sean los trabajadores!

Cuando pase este siglo creo que recién habrá llegado el momento de
tratar con la misma medida a los obreros que a los patrones, aunque
sospecho que ya para entonces el Justicialismo habrá conseguido su ideal
de una sola clase de hombres: los que trabajan.

No tengo aspiraciones de profeta; pero estoy firmemente convencida de
que, cuando el siglo se cumpla, los hombres recordarán con cariño el
nombre de Perón; y lo bendecirán por haberles enseñado a vivir.



DESCENDER



Algunas suelen pensar -y aun me lo han dicho ingenuamente- que al tratar
con los obreros realizó un sacrificio demasiado grande y demasiado
generoso.

Más de una vez, sobre todo al principio de mi trabajo, cuando los
visitantes no conocían "mis respuestas", fue pronunciada en mi presencia
la palabra "descender".

-Desciende generosamente hasta los obreros- decían.

O en forma de consejo:

-Tal vez no sea conveniente que usted haga el gran sacrificio de
descender hasta ellos.

Sé que a veces bastó por toda respuesta la indignación de una mirada.

Otras veces la indignación llegó hasta las palabras mismas y reconozco
que fui dura en esto, incluso con algunos amigos que no me comprendían.

Ni me sacrifico, ni desciendo.

Nada del trato con los obreros me resulta desagradable.

Son hombres sencillos, sí. Dicen las cosas crudamente, estoy de acuerdo.
No andan con muchos rodeos para decir lo que piensan, pues no
aprendieron todavía a mentir. Cuando yo no he cumplido alguna vez,
incluso me lo han dicho y han sabido decírmelo sin que me sintiera
ofendida.

Yo nunca he seleccionado a los obreros que me visitan. Sé que a veces
han venido a verme aun algunos comunistas infiltrados entre los
peronistas. Pero nunca he sido ofendida por una sola palabra.

Hemos discutido a veces en forma enérgica y durante largo rato sobre
problemas de mucha gravedad; pero nunca he tenido que "descender" a
recoger una baja expresión torpe o indigna.

La gente oligárquica, que cree que "desciendo" por tratar con los
obreros, aprendería mucho de ellos y tal vez -aunque esto lo digo sin
ninguna esperanza-, tal vez "subiría" un poco en honradez y en dignidad.

En los círculos oligárquicos precisamente suele hablarse de las
exageradas pretensiones de los trabajadores.

Yo puedo asegurar que nunca, sino por excepción, exigen más que lo justo
y cuando piden más de lo razonable se debe a un error de cálculo que
pronto reconocen o al consejo de malos amigos infiltrados entre ellos, o
a veces, a los mismos patrones, para quienes un aumento de salarios es
pretexto que les sirve para aumentar los precios diez veces más de lo
que el incremento de salarios justifica.

Son tan sensatos nuestros obreros en su manera de reclamar mejoras que
muchas veces yo les he podido dar la "sorpresa" de obtenerles más de
cuanto habían solicitado los más optimistas.

En mi despacho nunca faltan obreros. Yo los veo muchas veces conversar
con los ministros, con altos funcionarios, embajadores, visitantes
ilustres y aun famosos.

Me gusta ver cómo los obreros no temen el trato de nadie y se sienten
iguales y ¿por qué no? Creo que a veces, en mi despacho, se "sienten más
que los otros" porque allí ellos tienen un privilegio.

Los demás pueden aspirar al derecho de mi amistad, los obreros saben que
tienen ya derecho a un poco más que mi amistad, y es mi cariño.

Viendo cómo los obreros tratan y aprecian a los demás he aprendido
mucho.

Sé ahora que los hombres que saben ganarse el afecto de los obreros son
por lo general dignos del movimiento Peronista; y que no sirven para
nuestra lucha quienes no saben o no pueden conquistar aquel afecto.

Es que los obreros sólo dan la amistad y su afecto a quienes honrada y
lealmente ofrecen amistad. Y tienen una fina sensibilidad que les
permite descubrir a quien únicamente desea utilizar la amistad como
puente de sus ambiciones personales.

Yo podría escribir días enteros acerca de los mil ínfimos detalles de mi
labor sindical.

Pero he querido señalar solamente lo fundamental, lo que hará comprender
un poco, a mucha gente, el sentido del trabajo que cumplo como un deber
irrenunciable de gratitud y amor.

Pero nadie tendrá una idea exacta de todo esto si no ha tenido
oportunidad de conocer el alma generosa y noble de los hombres a quines
el trabajo ha hecho dignos como no pueden serlo sino quienes trabajan.

A esa dignidad no se puede "descender". Es tan absurdo como si alguien
dijese: voy a descender al Aconcagua.

A esa dignidad sólo puede ascenderse, y mi principal ambición es subir
cada día un poco más.



LA TARDE DE LOS MIÉRCOLES



Todos los miércoles a la tarde el General Perón atiende exclusivamente a
los trabajadores agremiados.

La Casa de Gobierno, en esas tardes, adquiere un aspecto especial.

Porque habitualmente las audiencias del Presidente de la República son
concedidas individualmente, aunque no faltan nunca las visitas de
núcleos más o menos numerosos de personas.

Pero en la tarde de los miércoles las audiencias son siempre numerosas,
tanto como por la cantidad de las mismas como por la cantidad de obreros
de cada delegación.

Es, por otra parte, la única tarde de la semana en que mi trabajo se
desarrolla cerca del General.

Tal vez convenga que mis lectores conozcan algunos detalles de este
trabajo mío y en que consiste.

La tarde de los miércoles es para mí algo así como una tarde de cosecha.

Todo el trabajo de mi semana da sus frutos mejores en las cinco o seis
horas que en este país paso en la Casa de Gobierno.

Durante la semana recibo de los gremios sus pedidos de audiencia.

Por supuesto que todos desearían estar siempre de visita en la
Presidencia y en esto reside un poco también la dificultad de mi papel
de "Evita".

En esta parte de mi trabajo es donde puede verse con más claridad la
verdad de ese papel humilde pero tal vez útil para mi pueblo.

Por lo menos así lo creo yo.

No todos los gremios pueden verlo todos los miércoles al Líder; pero
todos tienen iguales derechos.

Yo parto de este principio muy simple:

Trato de que cada gremio esté por lo menos una o dos veces al año con el
General.

Por supuesto que sólo tienen un privilegio los dirigentes superiores a
quines muchas veces suelen agregarse los compañeros de las filiales del
Sindicato en el interior del país. Esto sucede por lo general una vez
que un gremio se reúne en asamblea nacional.

Cada audiencia lógicamente debe tener un motivo de excepción, ya que
utilizar el tiempo del Presidente de la República debe ser también algo
excepcional.

El motivo extraordinario siempre se da en la vida de las organizaciones
obreras.

A veces, es un problema que solamente puede solucionar Perón en su doble
calidad de conductor del país y del movimiento.

Nadie sino él tiene en el país esa doble investidura y esa doble
plenipotencia.

Siempre existen problemas gremiales cuya solución debe consultar no sólo
los intereses de los trabajadores sino también los de todo el pueblo y
aun de la nación misma.

En estos casos solamente el Líder de los trabajadores, conductor del
pueblo y de la Nación, puede ver el panorama en forma total.

Él solamente puede hacer ver a los trabajadores hacia dónde y hasta
dónde el problema puede y debe ser solucionado.

Algunas veces suelo asistir también a estas audiencias y me siento feliz
comprobando cómo el Líder recibe directamente de los trabajadores las
inquietudes del pueblo; y el pueblo conoce directamente lo que piensa,
lo que quiere hacer y lo que hace su conductor.

Pienso que no deben ser muchos los pueblos a los que así, tan
sencillamente, sin fórmula ninguna, pueden estar en contacto con la
autoridad suprema del país.

Más... pienso que en esto reside una gran parte del secreto del éxito
con que gobierna Perón los destinos del pueblo.

Porque, en estas audiencias, no es obligación hablar solamente del
problema que motivara la entrevista.

El mismo General pregunta a sus visitantes acerca de cualquiera de los
problemas que preocupan su atención de gobernante y de conductor en esos
momentos.

A veces, se habla del costo de la vida, o de los salarios en general o
de política internacional...

Tal vez por eso, en cierto momento, ante una inquietud internacional que
se cernía sobre el país, Perón pudo decir a los argentinos:

-Yo no haré sino lo que el pueblo quiera.

Y bastó eso para que todo el país se tranquilizara.

¡El pueblo sabe muy bien que Perón conoce lo que quiere su pueblo!

Otras veces, las audiencias gremiales tienen como motivo hacer pasar al
Presidente el estado de las actividades de la organización.

Todo el año los gremios trabajan por su propio mejoramiento.

Así, por ejemplo, además de sus esfuerzos por el aumento de sus salarios
y condiciones de trabajo, construyen sus sanatorios, policlínicos,
organizan sus cooperativas y mutualidades, sus escuelas de capacitación
sindical, sus bibliotecas, sus clubes, etc., y se sienten felices cuando
pueden llevar a quien les ha señalado el camino, los resultados de haber
escuchado sus consejos de amigo y de Líder.

En otras ocasiones, la audiencia tiene por objeto llevar al Presidente
las conclusiones de una asamblea nacional del gremio.

En estos casos por lo general asisten delegados de todo el país y
entonces yo suelo estar también en la entrevista.

En estas circunstancias oímos primero a los dirigentes del gremio,
quienes le hacen conocer al Presidente de la Nación -que para ellos es
siempre "el querido Coronel" de la Secretaría de Trabajo y Previsión y
además "primer trabajador argentino"- todo lo que la asamblea nacional
ha resuelto.

Después Perón suele hablarles largamente sobre los temas del momento
nacional haciéndoles saber sí "cómo van las cosas".

Esto es muy útil para todos porque cada delegado obrero lleva así a un
rincón distinto del país la palabra del Líder, en una versión directa.
Muchas veces incluso el General habla a los trabajadores de temas que
solamente pueden ser tratados en una conversación directa y privada.

De esta manera el pueblo sabe todo cuanto su conductor piensa acerca de
todos sus problemas, incluso de aquellos sobre los cuales nadie, excepto
el Presidente, podría decir una sola palabra autorizada.

Con excepción de estas audiencias numerosas, a las que asisto sólo
cuando el presidente me invita, yo no estoy presente en las visitas que
los gremios hacen al Líder en la tarde de los miércoles.

Y no vaya a creerse que no sean mis deseos estar con ellos.

Pero ya lo he dicho otra vez: mis funciones terminan donde empiezan las
del Presidente de la República.

Además hay otra razón más: quiero que los obreros hablen siempre con
Perón a solas porque ni yo mismo quiero aparecer alguna vez como un
obstáculo entre el pueblo y su Líder.

La gran desgracia de muchos pueblos y de muchos países consiste en que
los gobernantes por ellos elegidos "se dejan rodear".

Bien o mal rodeado, ¡un gobernante que se deja rodear establece un
obstáculo entre él y su pueblo!

Si hay un deseo y un propósito firmísimo en Perón es precisamente que
entre él y su pueblo nada ni nadie se interponga.

Por eso yo misma sólo conduzco a él.

Soy algo así como un camino por donde el pueblo humilde, ¡el pueblo
trabajador! Llega a su presencia.

Y aun tengo mucho cuidado en no ser yo tampoco el único camino porque
¡eso también sería una valla entre el pueblo y Perón!

Una vez los obreros en presencia del Líder, yo me retiro, y aun cuando
permanezca en la Casa de Gobierno, atiende otros problemas, que nunca
faltan en los gremios que esperan el turno de su audiencia.

Quizás en muchos detalles como éste, resida el secreto de mi éxito.

Detalles que no tiene aparente importancia, pero cuidarlos es fácil y es
provechoso.

No me sería posible terminar este capítulo sin decir que las tardes de
los miércoles son en general, tardes felices para nosotros.

Al término de la jornada regresamos juntos, el Líder y yo, a nuestra
residencia privada y yo me gozo viéndole satisfecho y alegre; al
contacto con sus descamisados, con los "grasas" -como los mismos obreros
suelen llamarse a sí mismos-, le reconforta.

Muchas veces suele decirme al final de estas jornadas:

-Vamos bien. ¡Los "muchachos" están contentos!

Y a mí me alegra verlo a él satisfecho y me emociona siempre pensar que
un hombre como él, en el más alto pedestal del país, se siente feliz
simplemente por eso... porque un humilde jornalero tal vez, le haya
dicho que "está contento con su Presidente".



LOS GRANDES DÍAS



Pero cuando la felicidad de Perón llega a su más alto grado es en los
días en que celebramos nuestras grandes fechas.

27 de noviembre: Día de la Secretaría de Trabajo y Previsión.

17 de octubre: Día de la Lealtad.

1 de mayo: Día del trabajo.

En las dos últimas fechas el pueblo se reúne en cantidad extraordinaria;
y en el escenario mismo de nuestras mayores glorias: en Plaza de Mayo.

El gran acto público es organizado siempre por la Confederación General
del Trabajo y a él asisten, en masa, los obreros de la Capital y
delegaciones del interior del país.

Confieso que los días que preceden a estas fiestas cumbres de nuestro
movimiento son de grandes trabajos para mí.

No porque me toque intervenir para nada en la organización sino porque
tratándose de fiestas populares me esfuerzo para que todos los
trabajadores puedan celebrarlas con la mayor alegría.

Reviso entonces todos los problemas pendientes y para ello recibo a las
organizaciones gremiales a fin de arreglar todos sus problemas
pendientes. De esta manera la alegría es mayor y la fiesta es total.

Me causaría pena ver desde los balcones de la Casa de Gobierno, en esos
días solemnes, a alguna organización cuyos problemas mayores no hayan
tenido solución pudiendo haberla tenido.

No es porque tema la ausencia de algún sector, no.

Por el contrario, aun en circunstancias más difíciles para algunos
sindicatos, siempre han estado presentes como para certificar que el
Líder es para ellos siempre Líder y como ellos dicen: "¡en las buenas y
en las malas!".

El 27 de noviembre conmemoramos el Día de la Secretaría de Trabajo y
Previsión.

Aunque no es fiesta nacional, ya que todo el país, empezando por la
administración pública, trabaja en este día como en los demás días
laborales del año, los obreros no se olvidan de celebrarlo dignamente
con un acto popular que se realiza ante el edificio de la Secretaría.

La fecha tiene un significado extraordinario: aquel día, en 1943, primer
año de la revolución, Perón convirtió el viejo e inútil Departamento
Nacional del Trabajo en la Secretaría de Trabajo y Previsión.

Ya he dicho en estos apuntes que aquel día empezó realmente la
revolución.

Para Perón fue aquel un día de triunfo.

Para los obreros el primer día de sol después de una larga noche de
angustias y zozobras y de explotación oligárquicas.

El 1 de mayo, que en otros tiempos fue triste celebración de los
trabajadores oprimidos, es ahora una de nuestras dos fiestas mayores.

Alguna vez visitantes extranjeros nos han preguntado por qué mantiene el
gobierno una fecha que tiene, en todo el mundo, un sentido de revolución
y de rebeldía y que es aprovechada en todas partes por los comunistas en
contra de lo que los mismos visitantes llaman "el orden legalmente
constituido".

Siempre les he aclarado, respecto de esto, varias cosas y pienso que
estos apuntes, destinados a tantas preguntas silenciosas, deben contener
las mismas contestaciones que yo he dado a quines me han hecho las
preguntas en forma personal.

En primer lugar, creo que el gobierno no podría "suprimir" la
celebración.

¡Es cosa del pueblo!

Y Perón ha dicho muchas veces que no hará sino lo que quiera su pueblo.

El pueblo que antes sufrió en cada 1 de mayo la angustia de la opresión,
y aun de la muerte, no puede menos que recordar la fecha con alegría.

Antes de Perón, el 1 de mayo se reunían los trabajadores en las plazas y
en las calles de todas las ciudades del país y sus dirigentes
aprovechaban la oportunidad para hablarles.

Los buenos dirigentes, por lo general, tenían muy poco que decir en
realidad: ¡más que hablar de esperanza, las realidades eran muy pocas,
entonces!

Los malos dirigentes, los falsos dirigentes, los que habían aprendido la
lección en libros extraños o en tierras extrañas no desperdiciaban la
ocasión de agitar a sus compañeros.

Ante las escasas realidades que podían ofrecer y ante la larga espera de
las promesas no cumplidas, el camino más fácil era incitar a la rebelión
y a la anarquía.

Los gobiernos, fríos e inaccesibles a todo clamor y a todo dolor,
respondían a aquellos actos con el silencio o -las más de las veces- con
la policía.

Y el 1 de mayo casi siempre se vestía de rojo -¡porque era el día de
verterse sangre humilde, que nunca es azul...! ¡siempre roja...porque
siempre es pura!-.

El pueblo argentino no olvida aquellas jornadas de angustia y de muerte.

¡Por qué no va a celebrar la fecha ahora que puede hacerlo sin temores y
sin inquietudes?

En vez de gritos con los puños crispados frente a las puertas cerradas
de la Casa de Gobierno, el pueblo trabajador argentino celebra ahora
cada 1 de mayo con una fiesta magnífica que presiden desde los balcones
de la Casa de Gobierno su conductor en su calidad de "primer trabajador
argentino", título sin duda el más preciado por Perón.

Y lo maravilloso es que en vez de temer a la muerte en este día, el
pueblo suele ofrecer su vida gritando un estribillo que siempre me toca
el alma: "¡la vida por Perón!".

El 17 de octubre es otra cosa.

Pero el pueblo es lo mismo, y el lugar, como siempre desde 1945, en la
Plaza de Mayo.

Es nuestro "Día de la Lealtad".

Desde 1945, todos los años los descamisados de mi país se dan cita en
este lugar.

Como en aquella primera noche memorable cada año quiere ver y escuchar a
Perón.

Este es para mí un día de grandes emociones.

Aunque siempre me propongo ser fuerte hasta el fin, nunca lo consigo del
todo.

Es demasiado fuerte para mi corazón contemplar al mismo tiempo la
felicidad del pueblo y la de Perón.

Desde el balcón que preside la fiesta me es posible ver las caras de los
descamisados y la cara del Líder.

Es magnífico siempre el espectáculo, pero se vuelve indescriptible
cuando habla Perón.

Cada año él pregunta a su pueblo si está satisfecho con el gobierno.
Cuando millares y millares de voces responden que sí, se estremece toda
la Plaza de Mayo y puedo afirmar que ese estremecimiento, que viene
desde tantas almas, sacude violentamente mi corazón.

Lo que ocurre en el alma de Perón tal vez me resulte muy difícil
describirlo.

Cuando quise presentar en estos apuntes la figura del Líder dije que era
mejor salir a verlo, como quien invita a conocer una cosa indescriptible
como el sol.

Decir lo que pasa en el alma de Perón cada 17 de octubre es una cosa
parecida a eso.

Yo no creo que sea verdad aquello de influjo magnético de la multitud
sobre su conductor y del conductor sobre la multitud.

En cambio creo que es más bien un problema de sensibilidad.

Pienso que muchos hombres reunidos, en vez de ser millares y millares de
almas separadas son más bien una sola alma.

Para que esa alma se manifiesta es necesario que el conductor tenga la
sensibilidad suficiente como para poder oír las voces del alma
gigantesca de la multitud.

Es necesario por eso poseer un alma extraordinaria para ser conductor.

Y allí está el secreto de Perón: ¡en su alma!

Y eso -su alma- es precisamente lo que no se puede describir, lo mismo
que el sol. Ni siquiera es posible mirarlo. Hay que conformarse con
sentirlo calentando la piel, iluminando el camino.

Y eso es lo que "siente" el pueblo cada 17 de octubre; eso es lo que
siento yo en mi pequeñez infinita frente a cada encuentro de Perón con
su pueblo.

Sentimos que el sol nos calienta la piel y nos inyecta su calor en la
sangre, dándonos vida.

Sentimos que el sol ilumina todos nuestros caminos.

Y cuando termina la jornada sabemos que nos hemos hecho mutuamente
felices.

El Líder ha dejado contento y tranquilo a su pueblo.

El pueblo se siente feliz sabiendo que Perón sigue siendo el mismo de
1945.

Y Perón se queda contento con su pueblo.

La fiesta termina cuando el pueblo recuerda que el 18 de octubre de 1945
hizo un día de huelga y empieza a gritar: ¡Mañana es San Perón!

Y entonces el Líder, como en 1945, dispone otra vez esa "huelga" de un
día, pacífica y alegre, la única huelga del mundo que no se hace contra
nada ni contra nadie porque, lo mismo que en 1945, los trabajadores
dejan sus tareas diarias para celebrar el regreso de Perón.

Por eso no pueden dejar de celebrar el aniversario.

Por lo general en las noches del 17 de octubre se me hace difícil
conciliar el sueño.

Porque el cariño del pueblo es un hermoso sueño, ante cuya belleza
incomparable no se puede soñar nada mejor.

Y me gusta prolongarlo recordándolo porque así se olvida todo lo que
cuesta vivir en esta lucha diaria.

Y se retoman las fuerzas necesarias para poder seguir al día siguiente
como todos los días.



DONDE QUIERA QUE ESTE LIBRO SE LEA



Cuando empecé estos apuntes solamente me guiaba el propósito de explicar
los motivos, las causas y algunos aspectos de la misión que me toca
cumplir en la nueva Argentina de Perón. Quería explicar por qué estoy en
este camino.

Pero a esta altura del trabajo pienso que ya me he detenido muchas veces
- demasiado quizás- en describir más bien el paisaje que bordea mi
camino.

No me arrepiento sin embargo.

¡Al fin y al cabo, por qué vivo, cómo vivo o por qué soy lo que soy, no
ha de interesar tanto al mundo, como saber cómo viven y cómo son un
pueblo que se siente feliz y un hombre que ha podido ser causa de una
felicidad tan grande!

Porque, en realidad, hasta ahora, aparte de mis primeros capítulos casi
todo lo demás ha sido describir el maravilloso paisaje que acompaña mi
camino: ¡Perón y su pueblo!

Me pregunto si tal vez en lo más secreto de mi corazón, en mi
subconciencia no tendría ya, al iniciar estos apuntes, el propósito de
buscar otro pretexto más para hablar de ellos precisamente: de Perón y
de su pueblo.

Y eso lo digo aquí porque no quiero engañar a nadie.

¡Quizás en eso consista mañana mi única gloria: en haber sabido decir
toda la verdad acerca de los grandes amores de mi vida, tal como yo los
vivo, los siento y los sirvo!

Porque el amor no se entiende ni se completa sino se lo sirve.

Para mí, amar es servir.

Por eso toda mi vida tiene para mí una explicación tan fácil.

Todo el "secreto" consiste en que he decidido servir a mi pueblo, a mi
Patria y a Perón.

Y sirvo porque amo.

Sirvo al pueblo porque primero el pueblo ganó mi corazón. Y porque Perón
me enseñó a conocerlo más y por lo tanto a quererlo mejor.

Y sirvo a la causa de Perón y a Perón mismo como puedo y donde puedo,
aunque reconozco que servir a Perón es lo mismo que servir al pueblo. Y
lo reconozco con alegría. ¿Acaso en eso no está la "clave", la
explicación de mi propia vida?

He dicho ya cómo sirvo a los obreros.

Ahora quiero explicar cómo sirvo a los "humildes".

Pero antes, como un saludo de despedida para los trabajadores, dos
palabras más por ellos.

Dos palabras de gratitud.

Aspiro a que donde quiera se lea este libro se conozcan a los
sentimientos de mi corazón agradecido.

Porque ellos fueron los primeros que tuvieron fe en Perón.

Porque ellos creyeron aun antes de ver.

Porque no lo abandonaron jamás.

Porque lo rescataron de su prisión el 17 de octubre de 1945.

Porque lo hicieron Presidente de los argentinos el 24 de febrero de
1946.

Y sobre todo les agradezco una cosa: ¡que lo quieran así como lo
quieran!

¡Y que esto se sepa donde quiera que este libro se lea!



ADEMÁS DE LA JUSTICIA



Entre mis lectores habrá indudablemente dos clases de almas, como en
todos los rincones del mundo.

La clase de almas estrechas que no conciben como cosas reales, ni la
generosidad, ni el amor, ni la fe, ni siquiera la esperanza.

Si este libro cae entre las manos de un alma así, yo le ruego que no
siga adelante.

¡No vale la pena! Todo le parecerá inútil, o simple propaganda.

Ahora empiezan los capítulos que no podrán entender más que las almas
que todavía creen en la sinceridad, en la fe, en el amor, en la
esperanza.

A éstas sí las invito a que sigan un poco más adelante.

A ellas, como a los visitantes de mis obras de ayuda social les iré
mostrando al mismo tiempo, juntos, cómo van por la vida, el dolor y el
amor.

Les mostraré primero el amor de mi pueblo, y no estará demás que nos
detengamos a verlo, tal como desde el mirador de mi vida lo he visto yo,
cada vez mejor y de más cerca.

¡Les mostraré luego lo que hace el amor para que el dolor sonría y
sonriendo se atenúe, o se aleje o se vaya!

Desde el día que me acerqué a Perón advertí que su lucha por la justicia
social sería larga y difícil.

Cuando él fue explicándome sus propósitos (y sus propósitos eran nada
menos que invertir todo un sistema económico capitalista en uno más
digno y más humano y por lo tanto más justo) se confirmaron mis
presentimientos: ¡la lucha sería larga y difícil!

Veía yo el espectáculo de muchos millones de argentinos esperando
justicia; y frente a ellos, a Perón queriendo dar a todos lo que a cada
uno se debía dar.

Y al mismo tiempo luchando contra las fuerzas conjuradas de la
antipatria y de las potencias extrañas a la Nación, decididas a seguir
explotando la buena fe y la generosidad de nuestro pueblo.

Por más que yo creía en Perón, tal vez más de lo que él mismo creía en
sus propias fuerzas, nunca me pude imaginar que la mayor parte de sus
sueños -¡y vayan si eran sueños!- se realizaría tan pronto en mi país.

Su razonamiento era simple. Tal vez demasiado simple como para que le
creyeran los hombres comunes, que, como suele decir Perón, "andan en
bandadas como los gorriones y vuelan bajo".

Solía decirme en 1945:

- "La justicia social exige una redistribución de todos los bienes del
país para que haya así menos ricos y menos pobres".

"Pero ¿cómo podrá redistribuir los bienes del país un gobierno que no
tenga en sus manos el poder económico?"

"¡Por eso es necesario que yo dedique todos mis esfuerzos para asegurar
la independencia económica del país! Habrá que nacionalizar todo lo que
sea un medio de dependencia económica; y todo lo que importe una salida
innecesaria de riqueza nacional. ¡Así habrá más bienes para el pueblo!"

"¡Así el pueblo tendrá lo que necesita o por lo menos todo lo que a él
le pertenece!"

"Todo eso, claro está llevará tiempo...Y muchos argentinos morirán
todavía sin poder ver la hora de la justicia!"

Esto último me hizo pensar que "mientras tanto" era necesario hacer
alguna otra cosa.

Cuando Perón llegó a la presidencia de la Nación me pareció que había
llegado el momento de hacer esa "otra cosa".

Yo sabía, por el mismo Perón, que la justicia no se realizaría en todo
el país de un día para otro. Y los argentinos, sin embargo, los
"descamisados", los humildes, creían tanto y tan ciegamente en su Líder
que todo lo esperaban de él, y todo "rápidamente", incluso aquellas
cosas que sólo pueden arreglarse con milagros cuya escasez por otra
parte es notoria en estos tiempos.

Era indudable que mientras Perón se disponía a trabajar con alma y vida
en su empresa justicialista había que hacer algo más.

Yo sentía que ese algo más me tocaba a mí, pero francamente no sabía
cómo hacerlo.

Por fin un día me animé... me animé a hacer... ¡una corazonada!

Me asomé a la calle y empecé a decir más o menos esto:

- Aquí estoy. Soy la mujer del presidente. Quiero servir a mi pueblo
para algo.

Los descamisados que me oyeron fueron pasándose la noticia unos a otros.

Empezaron a llegar hasta mí; unos, personalmente y otros, por carta.

En aquellas cartas ya empezaron a llamarme "Evita".

Entonces le dije:

- Prefiero ser Evita a ser la mujer del presidente de la República, si
es "Evita" sirve para algo a los descamisados de mi Patria.

Así empezó mi obra de ayuda social.

No puedo decir que nació de mí.

En cambio me parece más exacto decir que nació de un entendimiento mutuo
y simultáneo entre mi corazón, el de Perón y el alma grande de nuestro
pueblo.

Es una obra común.

Y así la sentimos: obra de todos y para todos.



EL DOLOR DE LOS HUMILDES


Me quedó pendiente del capítulo anterior una invitación que vengo a
cumplir en este: como a los visitantes de mis obras de ayuda social
quiero ahora ir haciendo conocer a mis lectores un poco del amor y del
dolor de mi pueblo.

Un poco del dolor, primero.

Aquí también, como en todo el mundo, la injusticia social de muchos años
ha dejado en todos los rincones del país dolorosos recuerdos de su
pasado.

Cuando Perón tomó la bandera de la justicia social, los argentinos
sumergidos eran infinitamente más que los pocos privilegiados que
emergían.

Pocos ricos y muchos pobres.

El trigo de nuestra tierra, por ejemplo, servía para saciar el hambre de
muchos "privilegiados también" en tierras extrañas; y los "peones" que
sembraban y cosechaban aquí ese trigo no tenían pan para sus hijos.

Lo mismo sucedía con todos los demás bienes: la carne, las frutas, la
leche.

Nuestra riqueza era una vieja mentira para los hijos de esta tierra.

Cien años así fueron sembrando de pobreza y de miseria los campos y las
ciudades argentinas.

Recuerdo haber mencionado en uno de mis primeros capítulos el
espectáculo de miseria que rodeaba a nuestra gran capital cuando me fue
dado verla por primera vez.

Después de cinco años de lucha interna en el gobierno y con todo el
esfuerzo de la ayuda social puesta en marcha intensamente, todavía el
cuadro no ha desaparecido del todo, aunque va quedando poco de él, como
para triste recuerdo de la Argentina que encontró Perón.

Para cuando incluso ese recuerdo desaparezca, yo quiero describir un
poco el paisaje, pero no por fuera como un pintor sino por dentro, tal
como yo lo he visto. ¡Tal, como yo lo he sufrido, viéndolo!

Para ver la pobreza y la miseria no basta con asomarse y mirarla. La
pobreza y la miseria no se dejan ver así tan fácilmente en toda la
magnitud de su dolor porque aun en la más triste situación de necesidad
el hombre y más todavía la mujer saben imaginárselas para disimular, un
poco al menos, su propio espectáculo.

Por eso cuando los ricos se acercan a esas colmenas de arquitectura baja
que son los barrios pobres con que las grandes ciudades se derraman en
el campo por lo general, no ven bien...

Un poco es la subconciencia culpable que no los quiere dejar ver bien y
a fondo la realidad total.

Y otro poco es por aquello que dije de la misma pobreza que se esconde.

Los desprevenidos visitantes que pasean por allí verán ranchos de paja y
barro, casillas de latón, algunas macetas de flores y algunas plantas,
oirán algún canto más o menos alegre, el bullicio de los chicos jugando
en los baldíos... y acaso se les ocurrirá pensar que todo eso es poético
y tal vez romántico.

Por lo menos frecuentemente he oído decir que se trata de barrios
"pintorescos".

Y esto me ha parecido la expresión más sórdida y perversa del egoísmo de
los ricos.

¡Pintoresco es para ellos que hombres y mujeres, ancianos y niños,
familias enteras deban habitar unas viviendas peores que los sepulcros
de cualquier rico, medianamente rico!

Ellos no ven jamás, por ejemplo, qué ocurre allí cuando llega la noche.

Allí donde cuando hay cama no suele haber colchones, o viceversa; o
¡donde simplemente hay una sola cama para todos...! ¡y todos suelen ser
siete u ocho o más personas: padres, hijos, abuelos...!

Los pisos de los ranchos, casillas y conventillos suelen ser de tierra
limpia.

¡Por los techos suelen filtrarse la lluvia y el frío...! ¡No solamente
la luz de las estrellas, que esto sería lo poético y lo romántico!

Allí nacen los hijos y con ellos se agrega a la familia un problema que
empieza a crecer.

Los ricos todavía creen que cada hijo trae, según un viejo proverbio, su
pan debajo del brazo; y que donde comen tres bocas hay también para
cuatro. ¡Cómo se ve que nunca han visto de cerca de la pobreza!

Y todo eso todavía es felicidad cuando nadie en la familia está enfermo;
que cuando esto ocurre entonces el calvario llega a los más amargos
extremos.

Entonces la angustia de los padres, si el enfermo es un hijo, por
ejemplo, no tiene límites.

Yo los he visto andar por las calles, cargando con el hijo en los
brazos, buscando médico, farmacia, hospital, cualquier cosa; porque si
los servicios de la asistencia pública se atrevían a meterse en esos
laberintos de covachas que son los barrios "pintorescos".

Yo también los he visto volver a casa con el hijo muerto entre los
brazos para dejarlo allí sobre una mesa y salir luego a buscar un ataúd
como antes buscaron médico y remedios: desesperadamente.

Los ricos suelen decir:

- No tienen sensibilidad, ¿no ve que ni siquiera lloran cuando se les
muere un hijo?

Y no se dan cuenta que tal vez ellos, los ricos, los que todo lo tienen,
les han quitado a los pobres hasta el derecho de llorar.

¡No...! Yo no podré evidentemente describir lo que es la vida en
cualquiera de esos barrios "pintorescos".

Y me resigno a desistir de mi intento.

Pero una cosa quiero repetir aquí, antes de seguir adelante.

Es mentira de los ricos eso de que los pobres no tienen sensibilidad.

Yo he oído muchas veces en boca de "gente bien", como ellos suelen
llamarse a sí mismos, cosas como estas:

- No se aflija tanto por sus "descamisados". Esa "clase de gente" no
tiene nuestra sensibilidad. No se dan cuenta de lo que les pasa. ¡Y tal
vez no convenga del todo que se den cuenta!

Yo no encuentro ningún argumento razonable para refutar esa mentira
injusta.

No puedo hacer otra cosa que decirles:

- Es mentira. Mentiras que inventaron ustedes los ricos para quedarse
tranquilos. ¡Pero es mentira!

Si me preguntasen por qué, yo tendría solamente algo que decirles, muy
poca cosa. Sería esto:

¡Yo he visto llorar a los humildes y no de dolor, que de dolor lloran
hasta los animales! ¡Y los he visto llorar por agradecimiento!

¡Y por agradecimiento, por agradecimiento sí que no saben llorar los
ricos!



LOS COMIENZOS



El espectáculo que he intentado vanamente describir, era, a los
comienzos del movimiento justicialista, una cosa habitual en todas las
ciudades del país.

Pero además lo mismo sucedía en los pueblos y cuanto más pequeños con
mayor intensidad.

Y cosa parecida ocurría en los campos donde los arrendatarios, medieros
y peones habían sufrido durante muchas décadas los efectos de la
opresión oligárquica.

Es cierto que una de las primeras medidas justicieras de Perón fue
precisamente establecer nuevas condiciones de salarios y de trabajo para
los trabajadores rurales.

Y eso era lo fundamental.

Pero antes que el salario justo y las condiciones dignas de trabajo
diesen sus frutos de bienestar, era necesario remediar también tanto
dolor de muchos años.

En todas partes hacía falta vivienda, vestidos, salud.

Para eso había salido yo a decir por las calles:

- Aquí estoy. Quiero servir de algo para mi pueblo.

Cuando advertí que mi voz todavía tímida había sido escuchada por los
descamisados de mi país, cuando empecé a ver que llegaban cartas, y
hombres y mujeres, jóvenes y niños y ancianos empezaban a golpear a las
puertas de nuestra residencia privada, recién me di cuenta de lo que iba
a significar mi "corazonada".

Aunque ya había previsto antes, que aquella era una empresa casi
imposible, me convencí de eso cuando esa tarea se me presentó en toda su
realidad.

Sin embargo, Perón ya me había enseñado muchas cosas y entre ellas a
suprimir de mi diccionario la palabra imposible.

Él, que volaba "alto y solo como los cóndores" -(le tomo la palabra que
él mismo suele aplicar a los genios que admira: San Martín, Alejandro,
Napoleón)-, me había tomado a mí de la "bandada de gorriones" y me había
dado sus primeras lecciones.

Una, la primera tal vez, fue hacerme olvidar de la palabra imposible.

Y empezamos. Poco a poco. No podría decir exactamente qué día fue. Lo
cierto es que primero atendí personalmente todo. Luego tuve que pedir
auxilio. Y por fin me vi obligada a organizar el trabajo que en pocas
semanas se hizo extraordinario.

Cierto es que desde el primer día conté con el apoyo moral y material
del Presidente, pero tampoco era cuestión de apoyarse demasiado en él,
que tenía otros problemas mucho más graves que los míos.

Recuerdo que alguna vez pensamos si era o no conveniente que fuese yo
quien realizase la tarea o mejor tal vez algún organismo del Estado.

Y fue el mismo Perón quien me dijo:

"Los pueblos muy castigados por la injusticia tienen más confianza en
las personas que en las instituciones".

"En esto, más que en todo lo demás, le tengo miedo a la burocracia".

"En el gobierno es necesario tener mucha paciencia y saber esperar para
que todo marche. Pero en las obras de ayuda social no se puede hacer
esperar a nadie".

Aquel razonamiento lógico y simple como todos los de Perón me confirmó
en el puesto que él, los descamisados y yo habíamos elegido juntos para
mí.



LAS CARTAS



Todos los días el correo deja en nuestra residencia privada millares de
cartas.

Todas en sobres humildes.

En forma sencilla y elocuente, los descamisados de aquí -y también los
descamisados de otros pueblos- suelen hacerme así sus peticiones.

Cada uno me escribe como puede. Muy poca veces se ve que la carta ha
sido escrita por otra persona... tal vez porque el propio interesado no
sabe escribir o no se anima a hacerlo, creyendo, quizás, que si la carta
está mejor escrita tendrá más éxito.

Y en esto muchas veces sucede lo contrario porque ni la mejor prosa
literaria puede sustituir a la elocuencia tremenda del que necesita ropa
o vivienda o medicamentos o trabajo o... cualquiera de las cosas que
necesitan los que me escriben.

Me escriben muchas cartas las madres de familia.

Cuando lega Navidad o el Día de Reyes recibo infinitas cartas de los
niños.

También muchos ancianos suelen mandarme sus peticiones.

Una pequeña parte de la correspondencia carece de sentido y contiene
raros pedidos, imposibles de satisfacer...

Pero la inmensa mayoría sabe bien lo que quiere y pide sencilla y
razonablemente con pocas palabras aunque siempre con una elocuencia que
es maravillosa.

¡Para mí lo importante es que esas cartas huelen a pueblo porque oliendo
a pueblo huelen a verdad!

Un día dijo sabiamente Perón que él había recorrido todo el país de
extremo a extremo, y que habiendo conocido todas sus bellezas y
maravillas al fin vino a dar con su mayor y más alta belleza: el pueblo.

Si alguien dudara de esa verdad peronista que dice: "Lo mejor que
tenemos es el pueblo", yo lo invitaría a que leyese mis cartas,
solamente las cartas que en un solo día llegan a mí desde todos los
rincones del país.

Después de una larga experiencia ahora sé positivamente que no engaña
más una carta que una cara.

Claro que en este tipo de correspondencia nadie sino por excepción
pretende engañar.

El que pide vivienda o ropa o una máquina de coser, o trabajo o
medicamentos o cualquiera de las cosas que puede pedir un descamisado,
no ha de querer engañarnos porque, si lo que pide le llega, cuando
llegue quedará descubierta su mentira.

Yo, con todo gusto, dejaría que mis eternos críticos leyeran alguna vez
toda esa cantidad de angustiosos llamados que son las cartas de los
humildes.

Únicamente así tal vez comprenderían -si es que les queda algo de
inteligencia y un poco de alma- todo el daño que han hecho al país cien
años de opresión oligárquica y capitalista.

Únicamente así tal vez entenderían que la ayuda social es indispensable
y es urgente.

Y tal vez únicamente así me perdonarían -aunque no aspiro a que jamás me
perdonen- las palabras con las que he condenado, los condeno y los
seguiré condenando cada vez que sea necesario, porque ellos estuvieron
presentes, como causantes o por lo menos como testigos silenciosos, de
la explotación opresora que regía como ley a la Argentina que Perón está
curando de sus viejas y dolorosas heridas.

Pero, la indignación -¡siempre mi vieja indignación!- me ha hecho
desviar un poco del tema.

Toda la correspondencia que me llega es clasificada de inmediato por un
centenar de mis colaboradores.

Para este trabajo he elegido a hombres y mujeres humildes.

No podría ser de otra manera. "Solamente los humildes salvarán a los
humildes" dice siempre Perón.

Y es verdad. Así como un rico ve un pasaje pintoresco en los barrios
suburbanos de ranchos y de conventillo y solamente los pobres saben ver
más allá de la pintura; en el caso de las cartas un rico no vería sino
literatura... Y frente a ese enorme espectáculo de angustia y de dolor
no vería toda la fe y el amor y la esperanza que cada mensaje trae a mis
manos y no se le ocurriría acaso nada mejor que decir:

- ¡De todo eso cuántas mentiras le dirán!

Y lo transcribo porque muchas veces he "sentido" que lo han pasado
alguno de ellos que circunstancialmente ha contemplado la montaña de mi
correspondencia diaria.

A lo sumo tal vez se les ocurrirá -y esto me lo han dicho de viva voz-
que allí habría abundante material para un estudio de psicología...

Después dicen que los pobres no tienen "nuestra" sensibilidad.

Esto es lo que a veces me hace estallar en arranques de incontenible
indignación: ¡el injusto contraste de los ricos, insensibles al dolor
humano, acusando de insensibilidad a los que precisamente están
sufriendo por culpa de la abundancia de los ricos!

Por eso, hombres y mujeres que han sufrido mucho son los que yo he
elegido para que hagan el trabajo que yo no puedo ya materializar: leer
las cartas que me llegan, clasificarlas y resolver cuanto se pueda.

Una vez clasificado todo, procedo cada día a considerar lo que tiene
pronta solución y también aquello que no teniéndola a primera vista
parezca ser de gran urgencia para el solicitante.

En los casos especiales indico que se cite a los interesados para una
audiencia en la Secretaría de Trabajo y Previsión.

De estas audiencia hablaré después.

Claro está que entre cinco, seis y aun a veces diez y quince mil cartas
que alcanzan a llegar en un día muchos casos quedarán sin solución.

Sobre todo cuando lo que se pide es vivienda o empleo no siempre la
solución está al alcance rápido e inmediato de mis manos.

Pero aun en muchos casos muchas veces el que ha escrito ya cree que su
carta no me ha llegado o me he olvidado de él, le hacemos el presente de
lo que ha pedido.

En general trato de que los problemas se solucionen cuanto antes.

Solamente cuando no es posible dar una solución inmediata queda
reservada la carta hasta que se pueda hacer algo.

Debe ser que el sistema de las cartas da resultado porque cada vez son
más las que llegan y por otra parte ya no puedo salir a ninguna parte
sin que me esperen con una carta en su mano hombres y mujeres y niños, a
tal punto, que cuando salgo siempre tengo que prever que ocurrirá eso y
llevar conmigo una cartera de buen tamaño o ¡quien me sirva de cartero!

Nosotros repetimos siempre una frase de Perón que dice: "En la nueva
Argentina los únicos privilegiados son los niños".

Y esta verdad trato yo de cumplirla también con mis cartas.

Las cartas de los niños tienen siempre un especial privilegio.

¡Me gusta leerlas cuando quiero descansar un poco, o tal vez
reconfortarme de alguna desilusión en los otros aspectos de mi lucha!

Son tan puros y tan ingenuos.

Como cuando por ejemplo una descamisadita de ocho años me escribe
diciéndome textualmente: "Querida Evita: yo quiero para los Reyes
cualquier cosa con tal de tener un recuerdo suyo. Pero no tengo ninguna
bicicleta".

Toda la carta es eso; pero, ¿quién se niega a mandarle un "recuerdo"?



MIS TARDES DE AYUDA SOCIAL



Las audiencias de los pobres son mis descansos en la mitad de muchas
jornadas agotadoras.

Dos veces a la semana, por lo menos, dedico la tarde a esta misión de
intermediaria entre los humildes y Perón, porque aunque la Fundación
soluciona en gran parte los problemas de esta gente, nada sería y nada
haría sin Perón, la causa y el alma de mi ayuda social.

¡Bueno, Perón es el alma de todo lo que yo he hecho, de lo que hago y de
lo que haré de bueno y de bien en mi vida!

Lo que hago en mis audiencias con los más humildes descamisados de mi
pueblo: los pobres, es muy sencillo.

Los recibo por lo general en la Secretaría, aunque a veces, cuando no me
alcanza el tiempo y hay muchas cuestiones urgentes que arreglarles, les
doy cita en la Residencia. Pero con preferencia los atiendo en la
Secretaría, como un homenaje a Perón que la creó y ¿por qué lo he de
ocultar? Con la secreta intención de que la "casa de los trabajadores"
como la llamó el Líder, tenga cada día todavía un poco más del cariño de
los descamisados.

En una sala contigua a mi despacho, en el mismo lugar en donde atiendo a
los gremios, allí van pasando por turno ante mi mesa, las familias o las
personas que me traen sus problemas grandes y pequeños.

Hay de todo en esas tardes de "ayuda social": problemas de vivienda,
desalojo, enfermedad, de empleo; pero al mismo tiempo que esos problemas
materiales muchos me traen sus casos íntimos, los más raros y los más
difíciles de arreglar, porque para eso no tengo, muchas veces, más que
buenas palabras y consejos.

Llegan por ejemplo, con el pretexto de pedir mi ayuda material, hombres
y mujeres que no saben ya qué hacer con sus vidas... yo no sé por qué ni
para qué vienen a verme a mí, ni que esperan que yo les dé. Son almas
destrozadas por el dolor y la injusticia. El hambre, la persecución, la
miseria, las han hecho caer en todos los errores y llega un momento en
que no saben ya qué camino seguir...

Estas son las audiencias "secretas".

Porque la mayoría de la gente me expone sus problemas en voz alta, pero
casi siempre en cada audiencia, hay un poco de "secreto". Entonces me
dicen las cosas en voz baja, casi al oído, y muchas veces, llorando.

Por eso, porque yo conozco las tragedias íntimas de los pobres, de las
víctimas que han hecho los ricos y los poderosos explotadores del
pueblo, por eso mis discursos tienen muchas veces veneno y amargura.
Ante una mujer, por ejemplo, arrojada a la calle por un oligarca
soberbio y egoísta que la ha engañado con sus imbéciles palabras de amor
¿qué poco me parece todavía gritar con toda mi alma lo que tantas veces
he gritado: que la justicia se cumplirá inexorablemente, cueste lo que
cueste y caiga quien caiga?

Y como este caso, cada tarde de ayuda social desfilan ante mí centenares
de almas destrozadas por el egoísmo de los hombres.

Sé que muchos no entenderán nunca todo esto.

Cuando lean estas páginas las comentarán sonriendo con suficiencia,
pensando que "esto es demasiado melodramático".

Yo quisiera gritarles:

¡Sí, claro que es "melodrama"! Todo en la vida de los humildes es
melodrama. El dolor de los pobres no es dolor de teatro, sino dolor de
la vida y, bien amargo. Por eso es melodrama, melodrama cursi, barato y
ridículo para los hombres mediocres y egoístas. ¡Porque los pobres no
inventan el dolor...! ¡ellos lo aguantan!

Por eso grito muchas veces hasta enronquecerme y quedar afónica, cuando
en mis discursos se me escapa la indignación que llevo, cada vez más
viva, casi como una herida en mi corazón.

Muchas veces he deseado que mis insultos fuesen cachetadas o latigazos
para que dándoles a muchos en plena cara les hiciesen ver aunque no
fuese más que por un momento lo que yo veo todos los días en mis
audiencias de ayuda social.

Y cuando digo que la justicia ha de cumplirse inexorablemente, cueste lo
que cueste y caiga quien caiga, estoy segura de que a mí, Dios me
perdonará haberlos insultado porque los he insultado por amor ¡por amor
a mi pueblo! Pero a ellos les va a hacer pagar todo lo que sufrieron los
pobres ¡hasta la última gota de sangre que les quede!



LIMOSNA, CARIDAD O BENEFICENCIA



Tal vez porque mi más profundo sentimiento es el de la indignación ante
la injusticia, yo he conseguido hacer mi trabajo de ayuda social sin
caer en lo sentimental ni dejarme llevar por la sensiblería.

Por otra parte Perón me ha enseñado, que lo que yo hago a favor de los
humildes de mi Patria, no es más que justicia.

En la vereda de enfrente, algunos mediocres han discutido y creo que
deben seguir discutiendo -¡ya no me queda tiempo que perder en oírlos!-
sobre mi obra. No me importan lo que piensen de mí, ni de lo que hago.
Me basta saber que hago lo mejor que sé y lo mejor que puedo. Pero me
causa gracia la discusión, cuando no se ponen de acuerdo ni siquiera en
el trabajo que yo hago.

No. No es filantropía, ni es caridad, ni es limosna, ni es caridad
social, ni es beneficencia. Ni siquiera es ayuda social, aunque por
darle un nombre aproximado yo le he puesto ése.

Para mí es estrictamente justicia. Lo que más me indignaba al principio
de la ayuda social, era que me calificasen de limosna o de beneficencia.

Porque la limosna fue siempre para mí un placer de los ricos: el placer
desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca
satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuese aún más miserable y
más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron al placer perverso
de la limosna el placer de divertirse alegremente con el pretexto del
hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mí
ostentación de riqueza y de poder para humillar a los humildes.

Y muchas veces todavía, en el colmo de la hipocresía, los ricos y los
poderosos decían que eso era caridad porque daban -eso creían ellos- por
amor a Dios.

¡Yo creo que Dios muchas veces se ha avergonzado de lo que los pobres
reciben en su nombre!

Mi obra no quiere ser de "esa" caridad. Yo nunca he dicho, ni diré
jamás, que doy nada en nombre de Dios.

Lo único que se puede dar en nombre de Dios es lo que deja alegres y
contentos s los humildes; no lo que se da por compromiso ni por placer
sino lo que se da por amor.

No sé dónde he leído que el amor no es solamente querer a los demás,
sino también hacerse amable. Bueno: eso es lo que yo quiero que sea mi
obra.

Que nadie se sienta menos de lo que es, recibiendo la ayuda que le
presto. Que todos se vayan contentos son tener que humillarse dándome
las gracias.

Por eso inventé un argumento que me resultó felizmente Bien:

- Si lo que yo doy no es mío, ¿por qué me lo agradecen?

Lo que yo doy es de los mismos que se lo llevan.

Yo no hago otra cosa que devolver a los pobres lo que todos los demás
les debemos, porque se lo habíamos quitado injustamente.

Yo soy nada más que un camino que eligió la justicia para cumplirse como
debe cumplirse: inexorablemente.

Por eso trabajo en público. Yo no pretendo hacer otra cosa que justicia
y la justicia se debe administrar públicamente. Eso lo he dicho ya
tantas veces en mis cinco años de luchas que a nadie le parece ahora
denigrante llegarse hasta mi mesa de trabajo.

Por eso yo no espero nunca el agradecimiento, que es una manera de
humillación, aunque me emociona la gratitud de los humildes como ninguna
otra cosa. Sobre todo porque se expresa tan sinceramente.

Me acuerdo la carta de una mujer a quien había mandado una máquina de
coser. De los primeros trabajos que cobró me mandó cinco pesos. Lamento
no tener aquella carta a mano para transcribirla aquí íntegramente,
porque no tenía desperdicio. En cada línea se vería, cómo es de pura y
de limpia, el alma grande de los pobres. Todas las cartas tienen algo de
esa grandeza. Un oligarca diría que los pobres también saben mentir. No
niego que sepan ¡pero estoy segura que mienten mucho menos que los
ricos! Y si mienten, al fin y al cabo, es por necesidad, mientras que
ellos, los ricos, ¡mienten por placer!

Todo esto me parece que se va convirtiendo en una charla demasiado
larga.

Con razón a veces el General Perón me dice que hablo mucho.

Pero todas estas cosas las escribo a medida que brotan de mi corazón.
Tengo miedo de olvidarme de algo que pueda hacer comprender a mis
lectores cómo es mi misión en la Nueva Argentina de Perón.

No porque yo tenga necesidad de ser comprendida.

No. Pero me interesa que mis amigos comprendan un poco más a Perón y a
mi pueblo... a sus descamisados.

Por eso me esfuerzo en tantas explicaciones.

Dios quiera que sirvan para algo; y yo seré feliz.




UNA DEUDA DE CARIÑO



Todas estas cosas me las han oído decir públicamente y en todas partes
los descamisados que se acercan a pedirme lo que necesitan.

Por eso llegan hasta mí sin sentirse humillados y muchos se alegran en
mi presencia.

Yo he deseado que fuese así. Y aun más, yo he tratado de que así
sucediese. Que se presenten hasta mí como si pidiesen justicia, como se
exige un derecho.

Además no me piden a mí. Lo que solicitan es aquello que se les negó
siempre y que Perón les prometió: un poco de bienestar, un poco de
felicidad.

En realidad, analizando bien, ellos vienen a pedir el cumplimiento de la
palabra empeñada por Perón. Por eso, allí yo me siento como una empleada
más de él, sin otro sueldo que su cariño y el de mi pueblo... ¡nadie
gana tanto en este mundo como yo!

Lo que interesa es que la palabra de Perón se cumpla. Los que me piden
algo a mí, lo piden a Perón; y pedir a Perón no es humillante para nadie
ni aun para los más encumbrados. Menos para un descamisado que ve en él
a un padre o a un amigo.

Esto es real, absolutamente real.

Cuando salimos en nuestros paseos por la ciudad o viajamos por el país
me gusta oír los gritos con que l agente lo saluda a Perón.

Son saludos "descamisados".

- Adiós "viejo" -le gritan.

- Adiós, "Peroncito".

- ¡Ojalá no te mueras nunca , Perón!

- Adiós, Juancito.

A los viejos políticos oligarcas, señores de cuello duro y de ilustres
apellidos, todo eso les parece ridículo y demagógico.

Ellos no se mezclaron nunca con el pueblo. Porque les daba repugnancia
estar con el pueblo. Porque no se sentían cómodos entre la "chusma". Y
cuando alguno de ellos, más ambicioso, vencía la repugnancia y la
incomodidad para escalar alguna posición utilizando al pueblo como
trampolín, entonces el pueblo lo trataba como a gente de otra clase.

Y si no era doctor lo "doctoreaba" para demostrarle así que no lo sentía
como de la casa.

Con Perón ocurre lo contrario: el pueblo lo saluda y lo trata como a uno
de los suyos; como si fuese de la familia.

Y yo me alegro.

Eso es cariño puro como ninguna otra cosa de la tierra: cariño sin
interés y sin medida: cariño limpio de pueblo que no se puede pagar sino
con obras de amor.

Por eso cuando doy cualquier cosa, por más pequeña que sea, siento que
estoy pagando no sólo una deuda social... o una deuda de la Patria para
con sus hijos más humildes. ¡Siento que estoy pagando una deuda de
cariño!

Por eso muchas veces he dicho que he de seguir luchando hasta dar la
vida si fuese necesario: porque una deuda de cariño como la que yo tengo
con el pueblo no se termina de pagar sino con la vida.




FINALES DE JORNADA



Casi siempre me acompañan en mis audiencias de ayuda social, visitantes
extranjeros, altos funcionarios del gobierno y amigos del gobierno
Peronista. Y eso no me disgusta. Por el contrario, me alegra.

En cuanto a los extranjeros, porque así ven personalmente que no es
verdad tanta mentira como anda por el mundo.

Los funcionarios y amigos del movimiento me acompañan y también me gusta
verlos a mi lado. Es bueno que sientan un poco, de vez en cuando, el
clamor del pueblo y el dolor del pueblo. ¡Así no se volverán oligarcas!

Yo he comprobado que cuando a uno de los nuestros s le empieza a subir
los humos a la cabeza, deja de gustarle ese contacto con la masa; con
los descamisados. Y si no reacciona pronto, está perdido.

Yo sé que amigos, funcionarios y visitantes extranjeros, vienen a ver mi
trabajo por mí misma y no por los pobres que atiendo y que aun muchos
vienen solo por curiosidad; y, sin embargo, les agradezco mucho más una
visita en mis tardes de ayuda social que cien en la Residencia. Sobre
todo esto vale para los colaboradores más cercanos del Presidente,
porque alguna cosa temo es que los hombres que tienen una
responsabilidad en el Gobierno, absorbidos por el trabajo, pierdan
contacto con el pueblo, aun en contra de su propia voluntad.

Además los ministros me ayudan mucho en mis tareas. Y más me ayudan
cuanto más me visitan y ven lo que hago.

También me gusta que estén presentes en mis tardes de ayuda social, los
gremios que después tendrán audiencia conmigo. Como casi todo el dinero
de mis obras me viene de ellos es justo que vean cómo y en qué lo gasto.
Al fin y al cabo yo no soy allí sino administradora de bienes comunes.

Termino siempre tarde mi trabajo en estos días de ayuda social. Muchas
veces ya no circulan subterráneos, ni trenes, ni ciertas líneas de
tranvías o de ómnibus. Entonces las familias que he atendido y que viven
lejos de la Secretaría tendrían serios inconvenientes para retirarse a
sus domicilios si no contase yo con los coches de mis visitantes.

Lo gracioso es que a veces se terminan todos los coches y entonces debo
utilizar también el mío y más de una vez he tenido que tomar un
taxímetro para volver a la residencia. No vaya a creerse que esto me
resulta un gran sacrificio. No. Creo que lo hago por cierto espíritu de
aventura que llevo en el alma. Me encanta ver la sorpresa del
taximetrista cuando me reconoce. Si es peronista se alegra mucho. Y si
no lo es -(bueno, creo que esto no me ha pasado nunca)-, por lo menos no
podrá decir que es mentira eso de que trabajo hasta tan tarde.

Por lo general, cuando termino mi trabajo, ceno con algunos amigos de
los que me han acompañado.

A veces cenamos en la Residencia, otras en el Hogar de la Empleada.
Durante la cena muchas veces resuelvo con mis colaboradores algún
problema que nos va quedando atrás o que se nos ha presentado durante el
día.

Cuando la cena es en el Hogar de la Empleada, una de las obras de la
Fundación, me acompaña siempre un grupo más numeroso de amigos.

Estas cenas se convierten en algo así como una peña; una peña peronista
por supuesto.

El que es poeta puede allí lucirse lo mismo que el que tiene facilidades
de orador.

¡La única condición es que nadie puede decir una palabra que no se
refiera el Líder común!

Conservo en mi corazón un grato recuerdo de esta clase de reuniones que
espontáneamente se convierten en homenajes cálidos y sinceros a Perón,
que muchas veces a esa hora ya está de pie, iniciando su jornada nueva.

Frecuentemente llego a la Residencia cuando Perón se dispone a salir
para la Casa de Gobierno.

El General suele enojarse un poco conmigo por estas exageraciones de mi
desordenada manera de trabajar.

Pero... no puedo con mi genio. Él es militar y por eso es amigo del
orden y trabaja siempre con método y disciplina.

Yo no puedo hacer eso aunque me lo propusiese, tal vez porque estoy en
el frente mismo de la lucha, y él, en el comando supremo.

Lo peor es que muchas veces para que el Presidente se duerma tranquilo
le he prometido terminar pronto el trabajo y llegar temprano a casa.

Ahora ya no me cree. Sabe que cuando tengo "ayuda social" y "gremios" no
iré a cenar con él y que me acostaré cuando él está por levantarse o aun
después. Cuando se enoja, suelo decirle que así como para él sería un
deshonor llegar tarde a cualquier parte, para mí el deshonor sería
cumplir un horario puntualmente.

Y con el aplomo de mi declaración, se va convencido ya de que soy "un
caso sin remedio".

Algunos creen que el desorden de mi trabajo es una cosa estudiada... con
efectos de propaganda y de exhibición.

Me gustaría que mis supercríticos se dedicasen alguna vez a esta clase
de "propaganda". Sería mucho mejor el mundo si hubiese más propaganda de
este tipo. ¿No sé si me explico?

Lo que pasa es una cosa muy simple: los pedidos me asedian y todos son
urgentes. El que sufre no puede esperar. Todos quieren verme. Y yo no
puedo atender a todos.

Muchas veces, sin embargo, viéndome fatigada la gente que me espera se
va para verme otro día.

Ninguno que se vaya sin estar conmigo podrá decir que no halló buena
voluntad para recibirlo, puesto que me ha visto trabajando hasta
cansarme.

Si no hiciese esto, muchos se quedarían descontentos pensando que no
deseo recibirlos... Así, en cambio, todos saben que no me alcanza ni el
tiempo ni mis fuerzas para que todos se vayan contentos; y es lo único
que deseo.



AMIGOS EN DESGRACIA



Yo quiero que la Secretaría sea siempre algo así como la casa paterna de
todos los peronistas de mi Patria.

Allí nació para los descamisados el nombre de Perón.

Allí él nos enseñó el camino de la felicidad y de la grandeza. Allí
conocimos la magnífica y extraordinaria grandeza de su alma.

Por eso me gusta que, aun cuando no esté en ella Perón mismo, se lleguen
hasta la Secretaría los hombres y las mujeres que forman los cuadros del
Movimiento Peronista.

Yo los recibo siempre con cariño; y aunque no siempre me es posible
atenderlos largo rato, ellos saben que cuando me necesitan siempre me
encuentran allí, es decir lo encontrarán a Perón, porque yo nunca he de
querer ser en la vieja Secretaría nada más que la sombra de él... ¡del
Líder y conductor de los argentinos!

El Movimiento Peronista, como todas las grandes revoluciones, no se ha
hecho sin el sacrificio de algunos hombres que lo llevaron adelante.

Si alguien no se preocupase por recoger a estaos hombres que quedan al
borde del camino, todos irían a formar un núcleo de resentidos y
amargados, y éstos serían por lo menos una sombra para un movimiento que
quiere abrazar al pueblo con el amor y la justicia.

A veces son hombres que han cometido graves errores, otras veces, han
tomado caminos demasiado difíciles para sus fuerzas, o se han envanecido
y el mareo les ha hecho caer desde las alturas o cualquier otra causa
los han eliminado de los primeros puestos del movimiento y han tenido
que ir de nuevo al llano.

Esto ocurre frecuentemente en nuestras luchas porque Perón quema las
etapas de la marcha con un ímpetu extraordinario... tan extraordinario
que mucha gente se queda atrás y es necesario reemplazarlas por fuerzas
nuevas.

Esa misma marcha vertiginosa de Perón no le permite detenerse para
consolar a los caídos y a los desplazados.

Otras veces, se trata de hombres que caen injustamente en las pequeñas
luchas que nunca faltan en los sectores del partido mismo.

A todos los recibo también en mi despacho.

No son obreros ni son pobres y no tienen nada que ver en el movimiento
femenino... pero son peronistas en desgracia ¡y eso me basta!

Yo siempre recuerdo lo que dice una de las verdades peronistas que más
me gusta: "para un peronista no hay nada mejor que otro peronista".

Yo le añadiría una frasecita más y quedaría en mi gusto.

Yo diría: "para un peronista no hay nada mejor que otro peronista y con
mayor razón si está en desgracia".

Muchas veces he recibido a amigos peronistas que nadie recibía ya: ni
ministros, ni dirigentes del partido, y que incluso no debían ser
recibidos por ellos.

Al principio tuve que soportar algunas críticas amargas.

Me acuerdo por ejemplo del caso de un ministro que hubo de separar a un
alto funcionario y que me interpeló porque a las pocas horas yo lo
recibí cordialmente en mi despacho.

Esas corazonadas me costaron algún dolor de cabeza pero me expliqué lo
mejor que pude.

- Me acuerdo que llegue a explicárselo a Perón, más o menos así: Se
trata de hombres del Movimiento que no podemos dejar tirados al borde
del camino. Si a pesar del fracaso o del error que se castiga en ellos
siguen sintiéndose peronistas de corazón, eso es un mérito mayor que
quienes nunca han sufrido ninguna derrota.

El General aprobó mi razonamiento.

Por eso sigo atendiendo a los peronistas caídos, desplazados y a los
peronistas en desgracia.

Y muchas veces he encontrado en ellos condiciones para otra cosa, los he
orientado por otro camino y han triunfado.

Me he acordado de esta rara misión mía en medio de estos capítulos,
destinados a la ayuda social, porque si bien esta tarea de atender a los
amigos en desgracia no es de ayuda social, tiene, sin embargo, el mismo
sentido de justicia y de amor que tiene aquélla.

Los otros, los que nunca hayan sufrido una derrota, o un mal momento, o
un fracaso a pesar de las buenas intenciones, no se imaginan lo duro que
son esos momentos.

Todo el mundo se aleja del que ve vencido.

Todo el mundo se olvida voluntariamente de él. En esto los hombres
deberían ser más buenos. Todos. También nosotros, los peronistas.

Nos olvidamos de la verdad peronista que dice: "para un peronista no hay
nada mejor que otro peronista".

La he dicho ya antes, pero es necesario repetirla muchas veces hasta que
nadie se olvide de ella y todos la cumplamos bien.

En esto debemos diferenciarnos también de la oligarquía.

Ellos se hicieron ricos y poderosos a fuerza de destruir a los demás, a
fuerza de la desgracia ajena.

Nosotros no podemos ser como ellos.

Por eso tengo cuidado de atender a los amigos caídos.

Para no sentirme con alma de oligarca: egoísta, sórdida, incapaz de nada
generoso.

Con esta explicación sé que me comprenderán ahora un poco mejor los que
alguna vez no comprendieron esas "corazonadas".

Además, por si les quedara alguna duda yo me permito pedirles que se
acuerden de una sola cosa: en cada peronista caído yo siento mi
desolación de aquel octubre de 1945... cuando todas las puertas se me
cerraban. ¡Y todas las almas!



MI MAYOR GLORIA



En realidad estos apuntes me están saliendo como me sale uno cualquiera
de mis días en lo que todo se mezcla vertiginosamente: audiencias
gremiales, o de ayuda social, actos oficiales, visitas protocolares,
política, atención de las obras en marcha... ¡y qué sé yo cuántas cosas
más que no sé en qué casillero podrían ubicarse!

Es que un trabajo realizado exige otro y no hay más remedio que seguir
adelante. Yo, desde ahora me lamento ya de que la vida, por más larga
que sea, sea tan corta, porque hay demasiado que hacer para tan poco
tiempo.

Pero menos mal por otra parte que es así. ¡Dios sabe lo aburrido que me
resultaría vivir con tiempo de sobra!

Las audiencias de ayuda social, por ejemplo, me han obligado a abrir
otros caminos de actividad en mi vida.

En cuanto empecé a atender a los pobres me di cuenta que la cuestión no
era sólo atenderlos. Más importante que atenderlos era cumplir con
ellos.

Ellos pide, Y piden porque les hemos dicho que tienen derecho a pedir lo
que no tienen por culpa de un siglo miserable de explotación y de
injusticia.

Tenemos por eso obligación de darles lo que es justo que pidan.

Para eso tuve que organizar mi ayuda.

Para darles ropa, utensilios, camas, colchas, máquinas de coser,
materiales de construcción, etc. Tuve que crear grandes depósitos que
son ahora mi mayor orgullo.

Para darles vivienda tuve que construirlas y para construirlas hubo que
organizar equipos de técnicos y de obreros y lanzarlos después a
trabajar en todo el país.

Para atender a la necesidad apremiante de techo que muchas veces tienen
los pobres por muchas circunstancias extrañas e imprevistas, y mientras
llega la solución definitiva, tuve que construir los "hogares de
tránsito" donde se alojan las mujeres y los niños de esas familias en
desgracia.

Para atender a los ancianos desvalidos hubo que construir hogares de
ancianos.

Los pedidos de juguetes de los chicos me hicieron pensar que era mejor
si el regalo les llegaba en un día apropiado y por eso, todos los años,
para el día de Reyes, la Fundación cumple con los niños, que son, en la
Nueva Argentina de Perón, "los únicos privilegiados".

Lo mismo sucedió con la sidra y el pan dulce que para Navidad llegó a
todos los hogares humildes de la Patria, más bien como un símbolo del
amor que Perón tiene por su pueblo.

Para poder alojar a los niños huérfanos o abandonados hubo que organizar
la construcción de los hogares-escuela y sembrarlos por todo el país,
porque en todas partes la miseria había hechos sus víctimas contra los
niños.

Así fue naciendo poco a poco, todo lo que ahora ya es una realidad; y
así fue creciendo, casi por fuerza de las circunstancias.

Todo tiene su primera causa en aquella "patriada" mía de 1946 cuando
salí a la calle ofreciéndole a mi pueblo mi corazón de Evita.

¡Y no me arrepiento!

El trabajo es grande pero está lleno de pequeñas y grandes alegrías. A
veces, en mi afán de construir, con la fiebre de hacer cosas grandes que
Perón me ha contagiado, se me complican los planes... y aparecen grandes
inconvenientes.

Ahora, para decir la verdad, los inconvenientes me preocupan a mí menos
que a mis colaboradores. Yo me he acostumbrado a ver cómo se arreglan
los problemas más insolubles, y ninguno me preocupa demasiado.

Dios es más Dios de los pobres que de los ricos... y además -como suele
decir Perón- a Dios hay que ayudarlo... para que nos ayude.

¡Y yo creo que en la Fundación lo hacemos bastante!

El trabajo que dan las obras se compensa con la alegría de inaugurarlas,
de verlas sirviendo a los humildes, llenas de niños, de ancianos, de
descamisados un poco más felices que antes.

Nunca gozo tanto del fruto de mis trabajos como cuando el General visita
mis obras... muchas veces visitamos juntos la ciudad infantil, los
hogares de ancianos y de menores, el Hogar de la Empleada, los barrios
de vivienda.

Yo me alegro mucho viendo la cara de felicidad que pone Perón en sus
visitas, que son para él un descanso y un aliento y de agradecimiento.
Suele decirme muchas veces:

- El gobierno no podría hacer nada de esto. El Estado todavía no tiene
"alma", no tiene "mística". Y esto no se puede hacer sin amor.

Y, aunque muchos crean que yo debiera haberme acostumbrado a los elogios
del General, lo cierto es que ninguna condecoración, ningún premio me
parecen mejor que sus palabras.

Cuando inauguramos nuestras obras siempre asiste Perón a los actos que
hacemos en cada caso. Él es el invitado de honor por supuesto, el primer
invitado.

Los actos de esta clase son muy sencillos.

Digo yo primero algunas palabras ofreciéndole la obra.

Luego le ofrecen su trabajo los obreros que la levantaron siempre con
mucho amor y a veces con gran sacrificio.

¡Y luego Perón nos da las gracias...!

Muchas veces al terminar mi pequeño discurso suele premiarme con un beso
en la frente.

Nadie puede imaginarse lo que su prueba de agradecimiento es para mí.

Ninguna gloria del mundo debe ser más grande, ni más pura que mi gloria
de esos días jubilosos para mi corazón.



NUESTRAS OBRAS



¿Puedo seguir hablando un poco más de nuestras obras?

Aquí me doy cuenta de que algunas veces he escrito mis obras y otras
veces, como ahora, las llamo nuestras obras.

No quiero corregir sin embargo ninguna de las dos formas.

Son mías en cierto modo; y en cierto modo son nuestras.

Son mías porque allí pongo todo mi corazón.

Los ingenieros y arquitectos de la Fundación proyectan sobre mis grandes
planes... pero después yo pongo en cada obra todo eso que ellos no
vieron.

Sobre todo al principio me costaba hacerles entender que los hogares de
la Fundación no eran asilos... que los hospitales no eran antesalas de
la vida... que las viviendas no debían ser lugares para dormir sino para
vivir alegremente...

No era culpa de ellos que no me comprendiesen de primera intención.

Durante cien años el alma estrecha de los ricos, para acallar la voz de
la conciencia, no concibió nada mejor que tratar a los pobres con
migajas de limosna.

Limosna eran no solamente las monedas miserables y frías que los ricos
dejaban caer sobre las manos extendidas de los pobres. Limosna eran
también los asilos escasos que construyeron con las sobras de alguna
herencia multimillonaria.

Todo en la "obra social" del siglo que nos precedió fue así: frío,
sórdido, mezquino y egoísta...

En cada asilo de la oligarquía se pinta de cuerpo entero el alma
explotadora de una raza humana que felizmente morirá este siglo, víctima
de su propio orgullo, de su propio egoísmo.

Los niños que "ellos" intentaron "salvar", no olvidarán jamás que
"ellos" fueron sus verdugos.

"Ellos" los hicieron "comunistas" poniéndoles un uniforme gris, dándoles
de comer un solo plato, cerrándoles todas las puertas de la dicha
humana, de la simple dicha que es tener un hogar o una imitación del
hogar por lo menos.

Ellos crearon el "comunismo" el día que englobaron a todos los pobres
del mundo bajo el rótulo común de chusma.

Ahora se dan cuenta del error. Pero es tarde.

Con sangre o sin sangre la raza de los oligarcas exploradores del hombre
morirá sin duda en este siglo...

Y morirán también todos los conceptos que ellos crearon en la estrechez
del alma que llevaban dentro ¡si es que tuvieron alma!

A mí me ha tocado el honor de destruir con mi obra algunos de esos
viejos conceptos.

Por eso mis "hogares" son generosamente ricos... más aún, quiero
excederme en esto. Quiero que sean lujosos. Precisamente porque un siglo
de asilos miserables no se puede borrar sino con otro siglo de hogares
"excesivamente lujosos".

Sí. Excesivamente lujosos. No me importa que algunas "visitas de
compromiso" se rasguen las vestiduras y aun con buenas palabras me
digan:

- ¿Por qué tanto lujo?

O me pregunten casi ingenuamente:

- ¿No tiene miedo de que al salir de aquí estos "descamisados" se
conviertan en "inadaptados sociales"?

- ¿No tiene miedo que se acostumbren a vivir con ricos?

No, no tengo miedo. Por el contrario; yo deseo que se acostumbren a
vivir como ricos... que se sientan dignos de vivir en la mayor
riqueza... al fin de cuentas todos tienen derecho a ser ricos en esta
tierra argentina... y en cualquier parte del mundo.

El mundo tiene riqueza disponible como para que todos los hombres sean
ricos.

Cuando se haga justicia no habrá ningún pobre, por lo menos entre
quienes no quieren serlo...

¡Por eso soy justicialista!

Por eso no tengo miedo de que los niños de mis hogares se acostumbren a
vivir como ricos, con tal de que conserven el alma que trajeron: ¡alma
de pobres, humilde y limpia, sencilla y alegre...!

En lo que las obras son mías es en el sello de indignación ante la
injusticia de un siglo amargo para los pobres.

Dicen por eso que soy una "resentida social".

Y tienen razón mis "supercríticos". Soy una resentida social. Pero mi
resentimiento no es el que ellos creen.

Ellos creen que se llega al resentimiento únicamente por el camino del
odio... Yo he llegado a ese mismo lugar por el camino del amor.

Y no es un juego de palabras. No.

Yo lucho contra todo privilegio de poder o de dinero. Vale decir contra
toda oligarquía, no porque la oligarquía me haya tratado mal alguna vez.

¡por el contrario! Hasta llegar al lugar que ocupo el Movimiento
Peronista yo no le debía más que "atenciones". Incluso algún grupo
representativo de damas oligarcas me invitó a integrar sus altos
círculos.

Mi "resentimiento social" no me viene de ningún odio. Sino del amor: del
amor por mi pueblo cuyo dolor ha abierto para siempre las puertas de mi
corazón.

Pero en todo lo demás las obras de la Fundación son "nuestras". Y
llamándolas nuestras entiendo decir mejor la verdad que llamándolas
mías.

Porque la inspiración y el aliento me lo dio y me lo sigue dando el alma
gigantesca de Perón.

Porque el pueblo, todo el pueblo trabajador de mi Patria me ayuda con su
aporte moral y material para construir todo lo que la Fundación
construye.

Y porque todos los argentinos tenemos derecho a gozar de sus beneficios.

Mi ambición sería por ejemplo pasar los últimos años de mi vida en
cualquiera de mis "Hogares para Ancianos", y cada vez que los visito me
alegro pensando que en ellos me sentiría cómoda y feliz.

Muchas veces el general me ha dicho lo mismo.

¡Es el mejor elogio que he oído decir de mis obras! NOCHEBUENA Y NAVIDAD



Hoy es Navidad. Navidad de 1950.

Anoche, en cinco millones de hogares argentinos se brindó con la sidra y
se comió el pan dulce de "Perón y Evita".

También esto han criticado violentamente nuestros adversarios.

Nos han dicho que tirábamos migajas sobre la mesa de los argentinos y
que comprábamos así la voluntad del pueblo.

Nosotros seguimos haciendo lo mismo de la misma manera, todos los años.

"¿Ladran? ¡Señal que cabalgamos!"

Pero no son migajas. Yo sé que en vez de una botella de sidra sería
mejor una docena de botellas de "champagne"... y en vez de un pan dulce,
un canasto lleno de regalos.

No se dan cuenta los mediocres que nuestra sidra y nuestro pan dulce son
nada más que un símbolo de nuestra unión con el pueblo.

Es nuestro corazón (el de Perón y el mío) que quiere reunir en la
nochebuena a todos los corazones descamisados de la Patria, en un abrazo
inmenso, fraternal y cariñoso.

De alguna manera queremos estar en la mesa familiar de los argentinos.

Hemos elegido esa manera porque nos ha parecido la más cordial y la más
digna.

Un regalo, por más rico que sea, a veces ofende.

Pero un recuerdo cuando más sencillo parece que lleva más amor.

Esto es lo que queremos llevar a cada hogar argentino con nuestra sidra
y nuestro pan dulce.

Anoche, como todos los años, al promediar la nochebuena, hablé a los
descamisados en un mensaje radial.

Les dije que para mí la nochebuena les pertenece con derecho de
propiedad exclusivo.

La nochebuena es de los pobres, de los humildes, de los descamisados
desde que Cristo, despreciado por los ricos que le cerraron todas las
puertas, fue a nacer en un estable... y ¿acaso los ángeles no llamaron a
los pastores, a los hombres más humildes y pobres de Belén... y
únicamente, a ellos le comunicaron la buena nueva que venía a alegrar el
mundo?

Únicamente a los pastores, a los humildes, a los pobres les fue
anunciada la "paz de buena voluntad...".

¿Qué tiene de raro que Perón sólo luche por la felicidad de los
descamisados?

¡Los otros, los demás, ya tienen la felicidad que ellos mismos se pueden
construir!

El tema y el día me hacen seguir hablando de Dios y de los pobres.

Muchas veces cuando pienso en mi destino, en la misión que debo cumplir,
en la lucha que esa misión me exige, me siento débil.

¡Es tan grande la lucha y son tan pocas mis fuerzas!

En "esos momentos" creo que siento necesidad de Dios...

Yo no lo invoco a Dios a cada rato.

Recuerdo que un día alguien me rogó que fuese más "cristiana", y que
invocase más frecuentemente a Dios en mis discursos y en mi actividad
pública.

- Quiero dejar aquí en estos apuntes la respuesta que le di, porque me
he prometido ser sincera en todo... también en esto:

Es cierto lo que Ud. dice. Yo no invoco a Dios muy frecuentemente. La
verdad es que no lo quiero complicar a Dios en el bochinche "de mis
cosas". Además, casi nunca lo molesto a Dios pidiéndole que me recuerde,
y nunca reclamo nada para mí. Pero lo quiero a Cristo mucho más de lo
que Ud. cree: yo lo quiero en los descamisados. ¿Acaso no dijo Él que
estaría en los pobres, en los enfermos, en los que tuviesen hambre y en
los que tuviesen sed?

Yo no creo que Dios necesite que lo tengamos siempre en los labios.
Perón me ha enseñado que más vale llevarlo en el corazón. Yo soy
cristiana por ser católica, practico mi religión como puedo y creo
firmemente que el primer mandamiento es el del amor. El mismo Cristo
dijo que... "nadie ama más que el que da la vida por sus amigos".

Si alguna vez lo molesto a Dios con algún pedido mío es para eso: para
que me ayude a dar la vida por mis descamisados.



MIS OBRAS Y LA POLÍTICA



Cuando yo concebí mi obra de ayuda social no pensé ni remotamente que
tendría necesidad de hacer todo lo que después me he visto obligada a
realizar.

A mí me obligó la necesidad de los pobres.

En esto se diferencia mi obra de la que realizaron las decadentes
sociedades de "damas de beneficencia".

Ellas construyeron por necesidad propia: lo que necesitaban eran
reconciliarse con la propia conciencia cuyo borroso cristianismo les
solía recordar, de vez en cuando, que las puertas del cielo son muy
estrechas para todos los ricos. ¡Estrechas como el ojo de una aguja!

Las obras de la Fundación en cambio surgen de la necesidad de los
descamisados de mi Patria.

Las obras de asistencia social que las "damas" construyeron en la vieja
Argentina estaban pensadas por gentes que ignoraron siempre lo que es la
necesidad de los pobres.

En la Nueva Argentina nuestras obras nacen del conocimiento cada vez más
profundo de esa necesidad.

Además el dinero de nuestras obras viene del mismo pueblo... no es
dinero que sobra en el bolsillo de nadie ¡muchas veces es dinero que
llega a mis manos gracias al sacrificio de muchos obreros juntos!

"Aquel" era dinero sobrante, tal vez dinero "robado", porque todo dinero
que sobra en un bolsillo siempre es en cierto modo dinero de los demás.

El dinero de mis obras es sagrado, porque es de los mismos descamisados
que me lo dan para que lo distribuya lo más equitativamente que pueda.

Por eso, dice Perón que eso es "un milagro único en el mundo".

Yo pienso que ese milagro solamente es posible cuando un pueblo tiene la
generosidad de los trabajadores argentinos.

Por eso las obras de la Fundación están distribuidas por todo el país.
Un hogar-escuela para niños no sirve para nada si no se completa la obra
encadenando a los otros hogares que ahora se levantan en todas las
provincias y territorios argentinos.

Lo mismo los hogares de ancianos, los hospitales.

Tampoco la obra de ayuda social puede tener intenciones políticas.

Yo no niego que mis obras ayuden a consolidar el enorme prestigio
político del General, pero nunca he subordinado el amor al interés... y
menos tratándose del amor de mi pueblo.

Y de esto tengo mil pruebas, muchas de mis obras se levantan en sitios
casi desolados donde no hay "votos que ganar".

¿Qué interés político puede tener construir un Hogar en Tierra del
Fuego?

Además, Perón ya no necesita más votos. Lo único que yo puedo buscar con
mis obras es que sus votos por Perón tengan una razón más: ¡la del
agradecimiento!

Y eso, claro está que si puedo conseguirlo, no dejaré de hacerlo.



LA LECCIÓN EUROPEA



Cuando decidí visitar Europa me llevaba un afán: ver lo que Europa había
realizado en materia de obras sociales.

Yo todavía no me había lanzado sino tímidamente a construir. Quería
aprender de la experiencia de las viejas naciones de la tierra.

Cada vez que se me presentó la ocasión o aun buscándola secreta o
públicamente, visité cuanta obra social me fue posible. Hoy, a tres años
de ese viaje cuyas crónicas dejaré para otra vez, puedo ya decir que,
salvo algunas excepciones, en aquellas visitas de aprendizaje conocí
todo lo que no debía ser en nuestra tierra una obra de ayuda social. Los
pueblos y gobiernos que visité me perdonarán esta franqueza mía tan
clara, pero tan honrada.

Por otra parte ellos -pueblo y gobierno- no tienen la culpa. El siglo
que precedió a Perón en la Argentina es el mismo siglo que los precedió
a ellos.

La única ventaja nuestra es que aquí no hemos tenido la desgracia de
sufrir los horrores de dos guerras desastrosas, y en cambio hemos tenido
el privilegio de que Dios nos haya dado un conductor de los quilates de
Perón.

Aquí ya estamos en pleno día; allá recién empieza a irse la noche.

Las obras sociales de Europa son, en su inmensa mayoría, frías y pobres.
Muchas obras han sido construidas con criterios de ricos... y el rico,
cuando piensa para el pobre, piensa en pobre. Otras han sido hechas con
criterio de Estado; y el Estado sólo construye burocráticamente, vale
decir con frialdad en la que el gran ausente es el amor.

Volviendo de Europa vine pensando que el cristianismo había pasado ya
por ella, y que dejaba en toda su extensión grandes y numerosos
recuerdos. ¡Pero solamente recuerdos!

Y en el barco que me traía pensé muchas veces en los ideales de Perón...
sobre todo en aquel principio inicial de su doctrina que dice: "nuestra
doctrina es profundamente cristiana y humanista".

Incluso desde el mar escribí al General esas meditaciones de las cuales
me permito transcribir algunos párrafos:

"Nuestra doctrina tiene que ser cristiana y humanista pero de un modo
nuevo; de una manera que todavía no creo haya conocido el mundo. El
Cristianismo de nuestro movimiento, tal como sueñas realizarlo, no es el
que yo vi en los países de Europa que visité".

"Yo te ayudaré con mis obras. Desde ya reclamo tu ayuda..."

Más adelante le decía:

"En Europa todo parece historia, nosotros en la Argentina vemos todo
como si estuviese por venir. Los europeos en cambio no miran ya para
adelante, sino para atrás".

"Mientras ellos me decían por ejemplo: -Vea esta Catedral del siglo X-
yo pensaba en los hogares-escuela que iniciaré en cuanto llegue a Buenos
Aires. Mientras ellos me mostraban un viejo tomo de historia, yo pensaba
que nosotros estamos en el principio de otro tomo que empieza en nuestra
Patria... y con tu nombre".

A tres años de aquellas cartas, me admiro yo misma viendo como lo que
entonces soñaba se ha venido realizando.

Sobre todo en las obras construidas, yo veo claramente que aprendí bien
la lección de Europa.

En cada una de ellas, yo he querido hacer ver, a los que vengan detrás
nuestro, que era verdad luminosa el cristianismo humanista de la
doctrina de Perón.

Por eso cada hogar, sea de "tránsito", de niños, o de ancianos, está
hecho como si fuese para el más rico y exigentes de los hombres.

¿Acaso aquí pueda verse todavía aquella ingenua idea de mi infancia,
cuando yo creía que todos eran ricos en el mundo?

Yo creo que al dolor de los que sufren es inhumano agregar otro dolor,
por pequeño que sea. Por eso mis hospitales quieren ser alegres: sus
paredes decoradas con arte, sin camas blancas, sus ventanales son
amplios y sus cortinados hogareños.... ¡Como para que ningún enfermo se
sienta en un hospital!

Cuando una obra se proyecta y se construye siempre elijo un dormitorio
cualquiera para mí.

¿Quién podrá afirmar que nunca me veré obligada a alojarme en un hogar
de tránsito, o de ancianos, o en un hospital?

Si el lugar me satisface entonces me quedo contenta; la obra podrá
habilitarse y nadie se sentirá humillado, ni ofendido en su dignidad.

Mientras escribía estas líneas le he preguntado al General:

- ¿Cumplí con la promesa que te hice al regreso de Europa, cuando te
ofrecí ayudarte para que se realizase en la obra social, el cristianismo
de tu doctrina?

Su respuesta ha sido demasiado generosa:

- Sin tu ayuda no hubiese podido hacer nada, ¡nos has enseñado a
construir con amor!

Esto para mí ya no es un premio sino la misma gloria.



LA MEDIDA DE MIS OBRAS



Yo no podré quizás describir cómo son las obras de la Fundación en sus
formas exteriores, en la arquitectura, en la disposición interna de sus
secciones, ni siquiera en el orden de su funcionamiento.

Pero quiero referirme a los detalles que pueden hacer conocer el
"espíritu" que he querido darle.

Son detalles tal vez sin importancia aparente.

Se necesita haber sufrido el problema de los pobres para darles
importancia.

En mis "hogares" ningún descamisado debe sentirse pobre.

Por eso no hay uniformes denigrantes. Todo debe ser familiar, hogareño,
amable: los patios, los comedores, los dormitorios...

He suprimido las mesas corridas y largas, las paredes frías y desnudas,
la vajilla de mendigos... todas estas cosas tienen el mismo color y la
misma forma que en una casa de familia que vive cómodamente.

Las mesas del comedor tienen manteles alegres y cordiales, y no pueden
faltar las flores; que nunca faltan en cualquier hogar donde hay una
madre, o una esposa más o menos cariñosa con los suyos.

Las paredes deben ser también así, familiares y alegres: pinturas
agradables y evocadoras, cuadros luminosos...

La vajilla es digna...

Así mis descamisados pueden decirme cuando los visito en mis hogares, lo
que tantas veces yo les he oído:

- Evita: me siento mejor que en mi casa.

Los niños de mis hogares no usan ninguna clase de uniformes.

Cada uno tiene su ropa del color que le gusta, aunque solamente puede
elegir de lo bueno... ¡no vaya a ser que acostumbrados a su pobreza
elijan lo peor! Aunque esto es muy raro... ¡El buen gusto es lo último
que se pierde en la pobreza!


No he querido que los pibes de los hogares se aíslen dentro del mundo.
Por eso los chicos van a las escuelas oficiales, como todos los demás; y
mezclados con los niños que tienen padres y hogar, nadie podrá ya
distinguirlos. ¡A no ser que se los distinga por estar mejor vestidos y
alimentados que los otros!

Dentro del hogar-escuela los chicos viven con la mayor libertad posible;
y más todavía, los ancianos en sus hogares respectivos.

Pueden tener, y si no tienen, les damos algún dinero; que así se sienten
más libres.

Cultivamos las inclinaciones naturales de cada uno, sobre todo en lo que
se refiere al arte y al trabajo.

En fin, todo es más hogar que escuela.

Los dormitorios son lo menos amplios que se puede... a fin de que los
internados no se sientan como en un cuartel.

Y en todas las dependencias de la casa cortinados alegres y amables que
invitan a la felicidad.

Muchos otros detalles dejo de lado porque sería interminable
mencionarlos.

Lo mejor será que quienes puedan, vengan y vean...

Todo está abierto a la mirada de los amigos. ¡Y aun de los que no
comprenden!

Es mejor que vean. Yo sé que aun así habrá quienes no comprendan. Pero
quienes vean con los ojos limpios, sin prejuicios personales, no se irán
sin creer que la obra social que realizamos es pura, tiene buena
intención, y señala tal vez un nuevo rumbo a la generosidad de los
hombres.

Por supuesto que toda mi obra no está hecha según la medida de los
hombres comunes...cuya mediocridad es como una telaraña para los ojos.

No es posible olvidar que yo he tratado siempre de pensar y de sentir
como piensa y siente Perón.

Y su alma es demasiado grande para ser comprendida por los mediocres.

En mi obra ha quedado sin duda un poco de la grandeza maravillosa de su
alma y eso solamente se comprende con generosidad y no con mediocres
egoísmos.



UNA SEMANA DE AMARGURA



También el papel de Evita es a veces amargo. Toda esta semana pasada,
por ejemplo, me ha resultado amarga.

Ha habido una huelga y ésta tuvo que ser declarado ilegal por injusta.

Yo sé que malos dirigentes -los viejos dirigentes del anarco
sindicalismo y del socialismo y los infiltrados comunistas- han dirigido
todo esto.

Sé que la mayor parte del gremio, y que todo el pueblo ha repudiado el
proceder de esos ingratos, indignos de vivir en esta Nueva Argentina de
Perón.

Sé todo eso y sin embargo toda la semana he vivido amargada. Solamente
me consolé cuando decidí salir a recorrer los lugares de trabajo y
conversar con los mismos obreros en huelga.

Quise hacer esta salida sin guardias ni escoltas que nunca uso y menos
en esta ocasión en que iba a ver qué ocurría con los obreros en huelga.

Iba pues como amiga, y como amiga no podía presentarme ante ellos con
miedo. ¡Ni siquiera con precaución!

Además creo que el miedo se me ha ido ya definitivamente.

En cada lugar hablé con los obreros. Ellos nunca se imaginaron por
supuesto verme llegar, y menos a la hora que llegué: el recorrido duró
desde las 12 de la noche hasta las 4 y media de la mañana.

Así pude comprobar que la huelga era inconsulta e injusta desde que los
mismos obraros no sabían cuáles eran las razones del paro.

Así pude informarle al Presidente toda la verdad, la verdad de la calle
que para un gobernante es fundamental si quiere llamarse democrático, es
decir gobierno del pueblo y para el pueblo.

No niego que mi emoción fue muy grande, al encontrarme en cada sitio de
trabajo, con hombres leales y abnegados que estaban dispuestos a todo,
antes que hacer lo que ellos presentían como una traición al Líder,
único e indiscutido de las masas obreras argentinas.

Pero esa emoción no me pudo quitar la amargura del alma.

Es que yo no concibo que pueda haber en mi país, un solo obrero que no
haya comprendido ya, lo que es Perón, y todo lo que ha hecho Perón por
los trabajadores argentinos.

Aunque los huelguistas sean muy pocos me duele lo mismo que si fueran
todos...

¡No lo puedo entender!

Por eso salí antes de ayer a la calle.

Quería saber si los obreros "sabían" lo que estaban haciendo.

Pero cuando me di cuenta de que no sabían, tampoco me alegré: pensé que
aun quedaba mucho por hacer, hasta que la masa obrera argentina tenga
plena conciencia de la responsabilidad de su misión histórica, que es
nada menos que enseñarle al mundo a vivir feliz; a la sombra del
Justicialismo de Perón.

Este capítulo no es un reproche.

Si este libro estuviera dirigido a hacer propaganda tal vez no debiera
haber escrito estas páginas un poco tristes.

Pero nosotros -dice siempre Perón- venceremos con la verdad.

No diremos nunca, que vivimos sin problemas ni preocupaciones. Eso sería
mentira y nadie nos creería.

No. Tenemos problemas. Tenemos preocupaciones. Sufrimos también nuestras
amarguras.

Pero salimos de ellas cada vez más unidos, y cada vez un poco más
felices; porque nuestro pueblo no deja de seguirnos con lealtad y con
cariño. Por el contrario, cada problema que Perón salva y soluciona, con
energía, sin violencias, y consultando siempre de alguna manera al
pueblo, nos acerca más a todos los argentinos.

Algún día habrán de convencerse los enemigos del Justicialismo, que
contra la verdad no pueden hacer nada, porque la verdad siempre se
impone, sobre todo si el que defiende la verdad, tiene la inteligencia y
el corazón de un hombre de los quilates extraordinarios de Perón.

Este capítulo tal vez desentone en la mitad de estos apuntes destinados
a explicar mi misión.

Pero quienes quieran conocer bien todo el cuadro que es la vida mía, no
sólo deberán ver las luces... También será útil que conozcan los
dolores.

Que mi misión en este mundo arrebatado por la guerra, el odio, la
angustia y la desesperación, aunque sea una misión de amor y de
justicia, tiene que tener sus horas amargas.

¡Precisamente por eso!




UNA GOTA DE AMOR



Yo sé que mi trabajo de ayuda social no es una solución definitiva de
ningún problema.

La solución será solamente la justicia social. Cuando cada uno tenga lo
que en justicia le corresponde entonces la ayuda social no será
necesaria. Mi mayor aspiración es que algún día nadie me necesite... Me
sentiría feliz, inmensamente feliz, si dejaran de llegarme tantos
pedidos de auxilio... porque ellos indican que todavía sigue reinando en
algún rincón de mi Patria, la injusticia de un siglo amargo para los
desposeídos.

Yo no me olvido sin embargo de aquello que un día me dijo Perón:

- La justicia no podrá completar su obra en seguida. Pasarán tal vez
muchos años.

Sí. Yo sé que hay todavía mucho dolor que ni siquiera he podido atender.
Son infinitas las llamadas de auxilio que me llegan, y yo sé que no
podré acudir siempre con mi ayuda. A los miles de cartas que me escriben
los descamisados de mi Patria, se agregan ahora todos los días millares
y millares que me mandan con sus pedidos, y sus esperanzas, muchos
descamisados del mundo entero.

Es imposible que yo cumpla con todo, por más dinero y por mejor
organización que tenga.

Pero... me conformo con mostrar a todos mi buena voluntad. Yo sé que mi
obra es como una gota de agua en medio del mar. Mejor dicho: es una gota
de amor cayendo sobre un inmenso océano de barro, que es este mundo
lleno de odios y de luchas.

Pero es una gota de amor. Yo sé que el mundo necesita una lluvia de
justicia. Por eso un día abrazará el Justicialismo de Perón y será
feliz.

Mientras tanto yo me conformo con ser simplemente eso: una gota de amor.

Algunas veces me confundo u poco.. digo que mi obra de ayuda social es
solamente de justicia, y luego siento que en realidad es una obra de
amor.

Y tengo razón en los dos casos.

Sí. Es de justicia porque no alcanzo nunca a dar más de lo que pertenece
a los descamisados. Estoy pagando lo que les fue quitado durante un
siglo de traición y de privilegios oligarcas.

Y es también de amor, porque en mi obra está en mi corazón, mi pobre
corazón de humilde mujer que todo, sí, lo hace por amor.

Por el amor a Perón.

Por el amor de los descamisados de su pueblo... y ¿por qué no he de
decirlo? De todos los descamisados del mundo.



COMO ME PAGAN EL PUEBLO Y PERÓN



Pero el amor en mi obra no quiere ser sentimentalismo, que yo siempre
creí ridículo y torpe.

En esto no me olvido que mi obra es de estricta justicia.

Voy a mi trabajo de cada día pensando que voy a un empleo cualquiera,
como si me pagasen por hacer lo que hago.

Yo no tengo ningún sueldo. No soy funcionario del gobierno bajo ningún
aspecto. Soy libre, absolutamente libre.

Así lo he querido yo. Muchas veces el mismo General ha querido añadirme
a su gobierno como colaboradora oficial.

Quiero seguir siendo libre y creo que es lo mejor; para él, para todos y
también para mí.

Si yo fuese funcionario dejaría de ser "pueblo", no podría ser lo que
soy, ni hacer lo que hago.

Además yo he sido siempre desordenada en mi manera de hacer las cosas;
me gusta el "desorden" como si el desorden fuese mi medio normal de
vida. Creo que nací para la Revolución. He vivido siempre en libertad.
Como los p{ajaros, siempre me gustó el aire libre del bosque. Ni
siquiera he podido tolerar esa cierta esclavitud que es la vida en la
casa paterna, o l vida en el pueblo natal... Muy temprano en la vida
dejé mi hogar y mi pueblo, y desde entonces siempre he sido libre. He
querido vivir por mi cuenta y he vivido por mi cuenta.

Por eso no podré ser jamás funcionario, que es atarse a un sistema,
encadenarse a la gran máquina del Estado y cumplir allí todos los días
una función determinada.

No. Yo quiero seguir siendo pájaro suelto en el bosque inmenso.

Me gusta la libertad como le gusta al pueblo, y en eso como en ninguna
otra cosa me reconozco pueblo.

Aunque no sea funcionario del gobierno ni cobre sueldo, sin embargo voy
a mi trabajo como si lo fuese, pensando que me pagan para eso.

Y en realidad, no es dinero pero sí, en otras cosas que valen más del
dinero me pagan, ¡y vaya si me pagan!

Me paga el pueblo con su cariño.

Yo he dicho que mi trabajo en realidad es pago de una deuda. ¡No me
olvidaré nunca del 17 de octubre de 1945!

Aquel día recibí el pago anticipado de todo esto que ahora estoy
haciendo.

Anoche, entre mis descamisados, una mujer lloraba agradeciéndome no sé
que cosa.

Me dijo que el 17 de octubre de 1945, ella había estado en la Plaza de
Mayo.

No sabrá nunca esa pobre mujer los deseos que tuve de hacer con ella lo
que ella hizo conmigo: arrodillarme y darle a ella las gracias con mis
lágrimas, besándole las manos.

¡Vaya si me pagan!

Me paga también Perón con su cariño y con su confianza.

Yo sé que por culpa de mi trabajo, muchas veces le ocasiono algún
disgusto.

Porque llego tarde: casi cuando él se levanta.

Porque cree que voy a enfermarme a raíz de mi desorden en el trabajo.

Porque estoy poco tiempo con él.

Porque a veces creyendo serle útil, hago alguna cosa rara que me sale
mal.

Pero sabe perdonarme siempre.

Él ha sabido conciliar en mí la "esclavitud" con la libertad.

Como mujer le pertenezco totalmente, soy en cierto modo su "esclava",
pero nunca como ahora me he sentido tan libre.

No daría un paso sin saber que él está de acuerdo en que debo darlo; y
sin embargo me siento libre como siempre he querido serlo. Ciertamente
no sé cuál puede ser la explicación de este raro misterio, pero pienso
que con esto tiene mucho que ver la grandeza extraordinaria de su alma.

Un día leí un libro de León Bloy, acerca de Napoleón, que él no podía
concebir el cielo sin su Emperador.

A mí me gustó y en un discurso dije que tampoco yo concebía el cielo sin
Perón.

Algunos creyeron que eso era casi una herejía.

Sin embargo, cada vez que lo recuerdo, me parece más lógico.

Yo sé que Dios llena el cielo por sí mismo.

Pero Dios, que no pudo concebir el cielo sin su madre, a quien tanto
quería, me perdonará que mi corazón no lo conciba sin Perón.



MI GRATITUD



Yo sé que muchos detalles y aun algunos aspectos importantes de mis
trabajos de ayuda social no podrán ser conocidos por quien lea estos
desordenados apuntes míos.

Quisiera hablar de todo. Pero esto dejaría de ser lo que yo quise que
fuera: una simple explicación de lo que a mucha gente le parece
inexplicable, y se convertiría en una descripción de cosas que en
realidad no se pueden conocer bien si no se las ve.

Por eso yo me permito aquí invitar a los incrédulos que vean lo que
hemos hecho en la Fundación, poniendo en cada esfuerzo, aun en lo más
pequeño, todo el amor y toda la justicia que nos ha sido posible.

Por supuesto que sólo invito a los incrédulos que tengan buena
voluntad... a los incrédulos que quieran creer... porque yo sé que a los
otros es inútil mostrarles nada; pertenecen a una raza muy antigua de la
humanidad, a la de los que viendo, no creyeron en nada superior a la
mediocridad.

¡Para esta clase de gente no tengo "margaritas"...!

Esta parte de mis apuntes, escrita así como es mi trabajo,
desordenadamente pero con mucho cariño, no puede callar tampoco una
palabra de gratitud.

Cuando pienso un momento en todo lo que tengo que agradecer, me doy
cuenta claramente que yo en mi obra soy... prácticamente nada...

La obra comenzó porque me la inspiró el General y porque la exigían
nuestros descamisados.

Sus fondos me los da el pueblo de una o de otra manera.

Para levantar sus construcciones trabajan para mí millares de obreros
que rinden como en ningún otro trabajo, y terminan sus obras en tiempos
extraordinarios, dirigidos por centenares de técnicos, a quienes hay que
imponerles el descanso como una obligación.

En todas partes encuentro corazones abiertos para colaborar conmigo sin
ninguna reserva.

Las mujeres que trabajan conmigo, asistentas sociales, visitadoras,
enfermeras, no saben lo que es el cansancio ni el sacrificio. Algunas
han caído ya en el cumplimiento de su deber, como cuando acudieron al
Ecuador llevando ayuda a los hermanos de aquel país afectados por el
terremoto.

Los obreros de toda mi Patria saben que la Fundación es cosa de ellos y
yo sé que muchas veces, con sacrificios que nunca serán bien
recompensados por mi obra, me hacen llegar sus aportes generosos.

Yo cuido de esos aportes más que de mi propia vida... y he prometido que
la Fundación manejará sus fondos en caja de cristal, a fin de que jamás
se empañe con la más leve sombra, ese dinero limpio -¡el único dinero
limpio que yo conozco!- que viene de las manos honradas de los obreros.

Todo eso tengo que agradecer.

Y aun tengo que darles las gracias a quienes piden y reciben mi ayuda,
porque a veces deben armarse de paciencia, para verme y aun para
escribirme. Lo que yo les doy no es una gracia, lo que yo les doy es el
pago de una vieja deuda que la Patria tenía con ellos... ¡y, siendo así,
no deberían pedirme nada!

Es cierto que yo trato de ir a ellos con mis "células mínimas", pero en
la práctica sucede que siempre son más los que reciben porque han
pedido, que los que reciben sin pedir.

Tanto a los que reciben la ayuda por haberla solicitado, como a los que
reciben sin pedirla, yo les debo agradecer que se conformen con eso, con
tan poca cosa, mientras Perón lucha incansablemente para que nadie tenga
ya en esta tierra necesidad de la ayuda social, que aun realizada así
como nosotros lo hemos querido, con dignidad de justicia, no deja de ser
ayuda... ¡Y nosotros pensamos que cuando el mundo sea justicialista, la
ayuda social será también un amargo recuerdo!

Todos los hombres tendrán lo suyo.

Un día dije esto mismo en un discurso, y cuando acabé mis palabras,
alguien, cerca de mí, comentó:

- Tal vez el día que todos tengan lo suyo y desaparezcan obras como la
suya... el amor será una cosa olvidada entre los hombres.

Recuerdo haber contestado más o menos esto:

No. Si ese día llegase alguna vez... yo creo que no llegará nunca en
forma total... pero si llegase, entonces el mundo sería un paraíso de
amor... y si no vea... aquí, en nuestra tierra, donde los hombres se
están haciendo justicialistas, vea cómo el amor triunfa sobre el
egoísmo... Perón hizo justicia con los obreros, y vea cómo los obreros
me regalan parte de sus jornales y de sus aumentos para que yo ayude a
los más sumergidos... Yo estoy segura que la justicia es algo así como
la puerta del amor...

Cuando el mundo sea justicialista reinará el amor... y reinará la paz.

Eso me lo enseñó Perón.

Fue tal vez su primera enseñanza.

Yo me pregunto muchas veces por qué la humanidad no querrá aprender
también esa lección maravillosa... y me dan ganas de salir por el mundo
a predicar el Justicialismo de Perón. De todas maneras nadie pensará que
tengo aspiraciones de "emperatriz"... aunque muchos, los mediocres, los
hombres comunes, los eternos incrédulos, dirán que me ha poseído una
rara forma de locura.

Pero... ya los "cuerdos" han hecho demasiado en la historia. Y... por lo
visto no nos han dado un mundo muy agradable que digamos.

Tal vez haya llegado el turno de los "idealistas".

¡Sería interesante que la humanidad nos diese una ocasión!



UN IDEALISTA



Más idealista que yo, infinitamente más que yo, es el mismo Perón.

El idealismo mío es... el que yo aprendí de él en sus lecciones.

Muy bien fui yo siempre demasiado práctica.

El idealismo de Perón en cambio es puro como es todo en él.

Yo a veces lo comparo... es decir quiero compararlo con alguien que se
le parezca.

Con Perón he leído las vidas paralelas de Plutarco.

Al General Perón le gusta la vida de Alejandro. Yo pensé que de todas
las vidas paralelas, sería tal vez por eso mismo, porque a él le gusta
la más aproximada a Perón en grandeza y en virtud.

Por eso leí la vida de Alejandro con más pasión que odas las demás.

Después, entusiasmada por la lectura de las grandes vidas, he leído
muchas otras biografías célebres.

Quedará tal vez mal que yo diga francamente la verdad... pero debo decir
lo que siento... y lo que siento es muy fácil de decir aunque no todos
me crean ahora... en este momento, aunque me creerán después, tal vez
mucho tiempo después que nos hayamos ido: Perón no se parece a ningún
genio militar ni político de la historia.

Los genios militares y políticos que consiguieron un poco de gloria y
que iluminaron un siglo... ganaron sus laureles con dolor y sacrificio
del pueblo. Yo no pretendo desmerecerlos para nada, pero ¡cuántas vidas
costó la gloria de Alejandro! ¡Y cuánta sangre del pueblo costó la
gloria de Napoleón!

Además nadie, absolutamente nadie en la historia, ha recibido de un
pueblo tanto cariño delirante y fanático como el que recibe Perón... y
si alguien lo ha recibido, nadie ha sabido utilizarlo mejor que él, por
la misma felicidad del pueblo.

Yo creo que Perón se parece más bien a otra clase de genios, a los que
crearon nuevas filosofías o nuevas religiones.

No he de cometer la herejía de compararlo con Cristo... pero estoy
segura de que, imitándolo a Cristo, Perón siente un profundo amor por la
humanidad y que eso más que ninguna otra cosa lo hace grande,
magníficamente grande.

Pero es grande también porque él ha sabido darle forma práctica a su
amor creando una doctrina para que los hombres sean felices, y
realizándola en nuestra tierra.

Yo dije que el General Perón es idealista, profundamente idealista. Pero
es genial también, y por eso su idealismo no es quijotesco, idealismo de
escritorio o de soñador.

Es idealismo humano, natural y realista.

Yo no sé cómo él sabe armonizar todas estas cosas.

Lo veo a veces concebir una idea que me parece estar demasiado cerca de
las nubes para ser realizada... y después veo cómo esa misma idea va
tomando formas... y poco a poco sus manos maravillosas las van
convirtiendo en una magnífica realidad. Es idealista y práctico a la
vez. Por eso yo creo firmemente que es un genio y que este siglo será
iluminado por él. Lo veo marchar en medio de un mundo sin fe y sin
esperanzas y me parece en algunos momentos que él es la única cosa de la
tierra en la que todavía se puede tener un poco de fe y un poco de
esperanza.

Entre los que lean esto, sé que muchos sonreirán incrédulamente... Otros
pensarán que es propaganda y darán vuelta la página o cerrarán el
libro... pero algunos quedarán pensando que tal vez sea verdad lo que yo
digo.

Pensarán que, en estos momentos tan tristes y tan difíciles para el
hombre, el mundo se presenta como un inmenso campo de batalla: dos
pequeñas minorías imperialistas, armadas como nunca lo ha estado ninguna
nación de la historia, se disputan el derecho de mandar sobre una
inmensa humanidad que está entre dos fuegos sin saber qué hacer... no
quiere ser comunista, ni quiere vivir en el viejo y fracasado mundo
capitalista.

Y... nadie, sino Perón, le dice a la humanidad una palabra distinta...

Nadie más que Perón le muestra a la humanidad un nuevo camino, dándole
una nueva esperanza. La humanidad cree que todo le ha salido mal y que
ya no hay ninguna solución para sus males. Incluso cree que el mismo
cristianismo ha fracasado... y Perón le dice francamente:

No. Lo que ha fracasado no es el cristianismo. Son los hombres los que
han fallado aplicándolo mal. El Cristianismo no ha sido todavía bien
probado por los hombres porque nunca el mundo fue justo... El
Cristianismo será verdad cuando reine el amor entre los hombres y entre
los pueblos; pero el amor llegará solamente cuando los hombres y los
pueblos sean justicialistas.

Sí. Esto es tal vez demasiado idealismo.

Pero... al mundo le hace falta una esperanza... ¡Y una esperanza siempre
es así: una idea lejana... que misteriosamente Dios convierte en
realidad!


Tercera Parte:


LAS MUJERES Y MI MISIÓN




LAS MUJERES Y MI MISIÓN




Mi trabajo en el movimiento femenino nació y creció, lo mismo que mi
obra de ayuda social y que mi actividad sindical: poco a poco y más bien
por fuerza de las circunstancias que por decisión mía.

No será esto lo que muchos se imaginan que ocurrió... pero es la verdad.

Más romántico o más poético o más literario y novelesco sería que yo
dijese por ejemplo que todo lo que hago ahora lo intuía... como una
vocación o como un destino especial.

¡Pero no es así!

Lo único que traje al campo de estas luchas como preparación fueron
sentimientos como aquellos que me hacían pensar en el problema de los
pobres y de los ricos.

Pero nada más.

Nunca imaginé que me iba a tocar algún día encabezar un movimiento
femenino en mi país y menos aun un movimiento político.

Las circunstancias me abrieron el camino.

¡Ah! Pero yo no me quedé en mi cómodo lugar de Eva Perón. Camino que se
abrió entre mis ojos fue camino que tomé, si andar por él podía ayudar
un poco a la causa de Perón, que es la causa del pueblo.

Yo me imagino que muchas otras mujeres han visto antes que yo los
caminos que recorro.

La única diferencia entre ellas y yo es que ellas se quedaron y yo me
largué. En realidad yo debo confesar que si me animé a la lucha no fue
por mí sino por él... ¡por Perón!

Él me animó a subir.

¡Me sacó de la "bandada de gorriones"!

Me enseñó mis primeros pasos de todas mis andanzas.

Después, no me faltó nunca el estímulo poderoso y extraordinario de su
amor.

Reconozco, ante todo, que empecé trabajando en el movimiento femenino
porque así lo exigía la causa de Perón.

Todo comenzó poco a poco.

Cuando me di cuenta presidía ya un movimiento político femenino... y,
sobre la marcha, tuve que aceptar la conducción espiritual de las
mujeres de mi Patria.

Esto me exigió meditar los problemas de la mujer. Y más que meditarlos
me exigió sentirlos y sentirlos a la luz de la doctrina con la que Perón
empezaba a construir una Nueva Argentina.

Recuerdo con qué extraordinario cariño de amigo y de maestro fue el
General Perón mostrándome los infinitos problemas de la mujer en mi
Patria y en el mundo.

En esas conversaciones advertí una vez más lo genial de su figura.

Millones de hombres han pasado como él frente al problema cada vez más
agudo de la mujer en la humanidad de este siglo angustiado, y creo que
muy pocos se han detenido y lo han penetrado como él, como Perón, hasta
lo más íntimo.

Él me enseñó en esto, como en todas las cosas, el camino.

Las feministas del mundo dirán que empezar así un movimiento femenino es
poco femenino... ¡empezar reconociendo en cierto modo la superioridad de
un hombre!

No me interesa sin embargo la crítica.

Además, reconocer la superioridad de Perón es una cosa distinta.

¡Además... me he propuesto escribir la verdad!



EL PASO DE LO SUBLIME A LO RIDÍCULO



Confieso que el día que me vi ante la posibilidad del camino "feminista"
me dio un poco de miedo.

¿Qué podía hacer yo , humilde mujer del pueblo, allí donde otras
mujeres, más preparadas que yo, habían fracasado rotundamente?

¿Caer en el ridículo? ¿Integrar el núcleo de mujeres resentidas con la
mujer y con el hombre, como ha ocurrido con innumerables líderes
feministas?

Ni era soltera entrada en años, ni era tan fea por otra parte como para
ocupar un puesto así... que, por lo general, en el mundo, desde las
feministas inglesas hasta aquí, pertenece, casi con exclusivo derecho, a
las mujeres de ese tipo... mujeres cuya primera vocación debió ser
indudablemente la de hombres.

¡Y así orientaron los movimientos que ellas condujeron!

Parecían estar dominadas por el despecho de no haber nacido hombres, más
que por el orgullo de ser mujeres.

Creían entonces que era una desgracia ser mujeres... Resentidas con las
mujeres porque no querían dejar de serlo y resentidas con los hombres
porque no las dejaban ser como ellos, las "feministas", la inmensa
mayoría de las feministas del mundo en cuanto me es conocido,
constituían una rara especie de mujeres... ¡que no me pareció nunca
mujer!

Y yo no me sentía muy dispuesta a parecerme a ellas.

Un día el General me dio la explicación que yo necesitaba.

"- ¿No ves que ellas han errado el camino? Quieren ser hombres. Es como
para salvar a los obreros yo los hubiese querido ser oligarcas. Me
hubiese quedado sin obreros. Y creo que no hubiese podido mejorar en
nada a la oligarquía. No ves que esa clase de "feministas" reniega de la
mujer. Algunas ni siquiera se pintan... porque eso, según ellas es
propio de mujeres. ¿No ves que quieren ser hombres? Y si lo que necesita
el mundo es un movimiento político y social de mujeres... ¡qué poco va a
ganar el mundo si las mujeres quieren salvarlo imitándonos a los
hombres! Nosotros ya hemos hecho solos, demasiadas cosas raras y hemos
embrollado todo, de tal manera, que no sé si se podrá arreglar de nuevo
al mundo. Tal vez la mujer pueda salvarnos a condición de que no nos
imite."

Yo recuerdo bien aquella lección del General.

Nunca me pareció tan claro y tan luminoso su pensamiento.

Eso era lo que yo sentía.

Sentía que el movimiento femenino en mi país y en todo el mundo tenía
que cumplir una función sublime... y todo cuanto yo conocía del
feminismo me parecía ridículo. Es que, no conducido por mujeres sino por
"eso" que aspirando a ser hombre dejaba de ser mujer ¡y no era nada!, el
feminismo había dado el paso que va de lo sublime a lo ridículo.

¡Y ese es el paso que trato de no dar jamás!



QUISIERA MOSTRARLES UN CAMINO



Lo primero que tuve que hacer en el movimiento femenino de mi Patria,
fue resolver el viejo problema de los derechos políticos de la mujer.

Durante un siglo -el siglo oscuro y doloroso de la oligarquía egoísta y
vende patria- políticos de todos los partidos prometieron muchas veces
dar el voto a la mujer. Promesas que nunca cumplieron, como todas las
que ellos hicieron al pueblo.

Tal vez fue eso una suerte.

Si las mujeres hubiésemos empezado a votar en los tiempos de la
oligarquía, el desengaño hubiese sido demasiado grande... ¡Tan grande
como el engaño mismo de aquellas elecciones en la que todo desmán, todo
fraude y toda mentira eran normales!

Mejor que no hayamos tenido entonces ningún derecho. Ahora tenemos una
ventaja sobre los hombres: ¡No hemos sido burladas...! ¡No hemos entrado
en ninguna rara confabulación política! No nos ha manoseado todavía la
lucha de ambiciones...

Y, sobre todo, nacemos a la vida cívica bajo la bandera de Perón, cuyas
elecciones son modelo de pureza y honradez, tal como lo reconocen
incluso sus más enconados adversarios, que sólo se rinden a la verdad
cuando no es posible inventar ya una sola mentira.

Hoy la mujer argentina puede votar y... yo no voy a repetir la frase de
un político que al ofrecer a sus conciudadanos una ley electoral dijo
demasiado solemnemente:"- Sepa el pueblo votar."

No. Yo creo que el pueblo siempre supo votar. Lo malo es que no siempre
le fue posible votar. Con la mujer sucede lo mismo.

Y sabrá votar. Aunque no es fundamental en el movimiento femenino, el
voto es su instrumento poderoso y con él las mujeres del mundo tenemos
que conquistar todos nuestros derechos... o mejor dicho el gran derecho
de ser simplemente mujeres y poder cumplir así, en forma total y
absoluta, la misión que como mujeres debemos cumplir en la humanidad.

Lo que yo creo que no podemos olvidar jamás es una cosa que siempre
repite Perón a los hombres...: que el voto, vale decir la "política", no
es un fin sino u medio...

Yo creo que los hombres, en su gran mayoría, sobre todo en los grandes
partidos políticos, no entendieron nunca bien esto. Nuestro destino de
mujeres depende de que no hagamos lo mismo.

Pero... yo no quiero detenerme tanto en este asunto de los derechos
políticos de la mujer.

Más que eso me interesa ahora la mujer misma.

Siento que necesita salvarse.

Yo quisiera mostrarle un camino.



EL HOGAR O LA FÁBRICA



Todos los días millares de mujeres abandonan el campo femenino y
empiezan a vivir como hombres.

Trabajan casi como ellos. Prefieren, como ellos, la calle a la casa. No
se resignan a ser ni madres, ni esposas.

Sustituyen al hombre en todas partes.

¿Eso es "feminismo"? Yo pienso que debe ser más bien masculinización de
nuestro sexo.

Y me pregunto si todo este cambio ha solucionado nuestro problema.

Pero no. Todos los males argentinos siguen en pie y aun aparecen otros
nuevos. Cada día es mayor el número de mujeres jóvenes convencidas de
que el peor negocio para ellas es formar un hogar.

Y sin embargo para eso nacimos.

Allí está nuestro más grave problema.

Nos sentimos nacidas para el hogar y el hogar nos resulta demasiada
carga para nuestros hombros.

Renunciamos al hogar entonces... salimos a la calle en busca de una
solución... sentimos que la solución es independizarnos económicamente y
trabajamos en cualquier parte... pero ese trabajo nos iguala a los
hombres y... ¡no! No somos como ellos... ellos pueden vivir solos...
nosotros no... nosotros sentimos necesidad de compañía, de una compañía
total... sentimos la necesidad de darnos más que de recibir... ¡No
podemos trabajar nada más que para ganar un sueldo como los hombres!

Y por otra parte, si renunciamos al trabajo que nos independiza para
formar un hogar... quemamos allí mismo nuestras naves definitivamente.

Ninguna profesión en el mundo tiene menos posibilidades de retorno como
nuestra profesión de mujeres.

Aun si nos elige un hombre bueno... nuestro hogar no siempre será lo que
hemos soñado cuando solteras.

En las puertas del hogar termina la nación entera y comienzan otras
leyes y otros derechos... la ley y el derecho del hombre... que muchas
veces sólo es un amo y a veces también... dictador.

Y allí nadie puede intervenir.

La madre de familia está al margen de todas las previsiones. Es el único
trabajador del mundo que no conoce salario, ni garantía de respeto, ni
límites de jornadas, ni domingo, ni vacaciones, ni descanso alguno, ni
indemnización por despido, ni huelgas de ninguna clase... Todo es -así
lo hemos aprendido desde "chicas"- pertenece a la esfera del amor... ¡y
lo malo es que el amor muchas veces desaparece pronto en el hogar... y
entonces todo pasa a ser "trabajo forzado"... obligaciones sin ningún
derecho...! ¡Servicio gratuito a cambio de dolor y sacrificios!

Yo no digo que siempre sea sí. No tendría yo derecho a decir nada, desde
que mi hogar es feliz... si no viera todos los días el dolor de tantas
mujeres que viven así... sin ningún horizonte, sin ningún derecho, sin
ninguna esperanza.

Por eso cada día hay menos mujeres para formar hogares...

¡Hogares verdaderos, unidos y felices! Y cada día el mundo necesita en
realidad más hogares y, para eso, más mujeres dispuestas a cumplir bien
su destino y su misión. Por eso el primer objetivo de un movimiento
femenino que quiera hacer bien a la mujer... que no aspire a cambiarlas
en hombres, debe ser el hogar.

Nacimos para constituir hogares. No para la calle. La solución nos la
está indicando el sentido común. ¡Tenemos que tener en el hogar lo que
salimos a buscar en la calle: nuestra pequeña independencia económica...
que nos libere de ser pobres mujeres sin ningún horizonte, sin ningún
derecho y sin ninguna esperanza!





UNA IDEA



Porque en realidad con las mujeres debe suceder lo mismo que con los
hombres, las familias o las naciones: mientras no son económicamente
libres, nadie les asigna ningún dinero.

Me imagino que mucha gente verá en esta opinión mía, muy personal y muy
mía, un concepto demasiado materialista.

Y no es así. Yo creo en los valores espirituales. Por otra parte, eso es
lo que nos enseña la doctrina justicialista de Perón. Por eso mismo,
porque creo en el espíritu, considero que es urgente conciliar en la
mujer su necesidad de ser esposa y madre con esa otra necesidad de
derechos que como persona humana digna lleva también en lo más íntimo de
su corazón.

Y un principio de solución pienso yo que será aquella pequeña
independencia económica de la que he hablado.

Si no hallamos una solución a nuestro dilema, pronto sucederá en el
mundo una cosa inconcebible: sólo aceptarán constituir un hogar
verdadero (no medio hogar o medio matrimonio) las mujeres menos
capaces... las que no encuentren fuera del matrimonio o del hogar otra
solución "económica" que sustente sus derechos mínimos.

Descenderá entonces la jerarquía de madre de familia al nivel de lo
ridículo. Se dirá -y ya se está diciendo- que sólo las tontas queman las
naves casándose, creando un hogar, cargándose de hijos.

¡Y eso no puede suceder en el mundo!

Son los valores morales los que han quebrado en esta actualidad
desastrosa: y no serán los hombres quienes los restituyan a su antiguo
prestigio... y no serán tampoco las mujeres masculinizadas. No. ¡Serán
otra vez las madres!

Esto no sé como probarlo, pero lo siento como una verdad absoluta.

Pero ¿cómo conciliar todas las cosas?

Para mí sería muy sencillo y no sé si por demasiado sencillo me parece
demasiado fácil y a lo mejor... impracticable; aunque muchas veces he
visto cómo las cosas que todos estiman demasiado simples son la clave
del éxito, el secreto de la victoria.

Pienso que habría que empezar por señalar para cada mujer que se casa
una asignación mensual desde el día de su matrimonio.

Un sueldo que pague a las madres toda la nación y que provenga de los
ingresos de todos los que trabajan en el país, incluidas las mujeres.

Nadie dirá que no es justo que paguemos un trabajo que, aunque no se
vea, requiere cada día el esfuerzo de millones y millones de mujeres
cuyo tiempo, cuya vida se gasta en esa monótona pero pesada tarea de
limpiar la casa, cuidar la ropa, servir la mesa, criar los hijos...,
etc.

Aquella asignación podría ser inicialmente la mitad del salario medio
nacional y así la mujer ama de casa, señora del hogar, tendría un
ingreso propio ajeno a la voluntad del hombre.

Luego podrían añadirse a ese sueldo básico los aumentos por cada hijo,
mejoras en caso de viudez, pérdida por ingreso a las filas del trabajo,
en una palabra todas las modalidades que se consideren útiles a fin de
que no se desvirtúen los propósitos iniciales.

Yo solamente lanzo la idea. Será necesario darle forma y convertirla, se
conviene, en realidad.

Yo sé que para nosotros, las mujeres de mi Patria, el problema no es
grave ni urgente.

Por eso no quiero llevar todavía esta idea al terreno de las
realizaciones. Será mejor que la idea sea meditada por todas. Cuando
llegue el momento la idea estará madura.

La solución que yo aporto es para que no se sienta menos la mujer que
funda un hogar que la mujer que gana su vida en una fábrica o en una
oficina.

Pero no es toda la solución del viejo problema. Hay que añadir a ella
una mejor utilización del progreso y de la técnica al servicio del
hogar.

Y es necesario elevar la cultura general de la mujer para que todo eso:
independencia económica y progreso técnico sepa usarlo en beneficio de
sus derechos y de su libertad sin que pierda de vista su maravillosa
condición de mujer; lo único que no puede y que no debe perder jamás si
no quiere perderlo todo.

Todo esto me recuerda un poco aquello que fue el programa básico de
Perón en su lucha por la liberación de los obreros.

Él decía que era menester elevar la cultura social, dignificar el
trabajo y humanizar el capital.

Yo, imitándolo siempre, me permito decir que para salvar a la mujer y
por lo tanto al hogar es necesario también elevar la cultura femenina,
dignificar el trabajo y humanizar su economía dándole cierta
independencia individual mínima.

Solamente así, la mujer podrá prepararse para ser esposa y madre tal
como se prepara para ser una dactilógrafa...

Así se salvarán muchas mujeres de la delincuencia y la prostitución que
son fruto de su esclavitud económica.

Así se salvará el hogar del desprestigio y le dará verdadera jerarquía
de piedra fundamental de la humanidad.

Sé que mi solución es más bien una puerta que un camino. Veo que es
todavía poco lo que ella significa y que es incompleta. Creo que es
necesario hacer mucho más todavía que eso.

Porque no se trata de devolver al hogar un prestigio que nunca tuvo sino
de darle el que nunca conoció.

Yo he tenido que crear muchos institutos donde se cuida a los niños,
queriendo sustituir una cosa que es insustituible: una madre y un hogar.
Pero sueño siempre con el día en que no sean ya necesarios... cuando la
mujer sea lo que debe ser; reina y señora de una familia digna, libre de
toda necesidad económica apremiante.

Para que ese día llegue es necesario que el movimiento femenino de cada
país y del mundo entero se una en el esfuerzo que tiende a realizar el
gran objetivo; y que el Justicialismo sea una realidad en todas partes.
De nada nos valdría un movimiento femenino organizado en un mundo sin
justicia social.

Sería como un gran movimiento obrero en un mundo sin trabajo. ¡No
serviría para nada!



LA GRAN AUSENCIA



Yo creo que el movimiento femenino organizado como fuerza en cada país y
en todo el mundo debe hacerle y le haría un gran bien a toda la
humanidad.

No sé en donde he leído alguna vez que en este mundo nuestro, el gran
ausente es el amor.

Yo, aunque sea un poco de plagio, diré más bien que el mundo actual
padece de una gran ausencia: la de la mujer.

Todo, absolutamente todo en este mundo contemporáneo, ha sido hecho
según la medida del hombre.

Nosotros estamos ausentes en los gobiernos.

Estamos ausentes en los Parlamentos.

En las organizaciones internacionales.

No estamos ni en el Vaticano ni en el Kremlin.

Ni en los Estados Mayores de los imperialismos.

Ni en las "comisiones de la energía atómica".

Ni en los grandes consorcios.

Ni en la masonería, ni en las sociedades secretas.

No estamos en ninguno de los grandes centros que constituyen un poder en
el mundo.

Y sin embargo estuvimos siempre en la hora de la agonía y en todas las
horas amargas de la humanidad.

Parece como si nuestra vocación no fuese sustancialmente la de crear
sino la del sacrificio.

Nuestro símbolo debería ser el de la madre de Cristo al pie de la cruz.

Y sin embargo nuestra más alta misión no es esa sino crear.

Y no me explico pues por qué no estamos allí donde se quiere crear la
felicidad del hombre.

¿Acaso no tenemos con el hombre un destino común? ¿Acaso no debemos
hacer juntos la felicidad de la familia?

Tal vez por no habernos invitado a sus grandes organizaciones sociales
el hombre ha fracasado y no ha podido hacer feliz a la humanidad.

El hombre ha creado, para solucionar los grandes problemas del mundo,
una serie casi infinita de doctrinas.

Ha creado una doctrina para cada siglo.

Y luego de probarla, vencido, ha intentado otra y así sucesivamente.

Se ha apasionado por cada doctrina como si fuese definitiva solución. Le
ha importado más la doctrina que el hombre y que la humanidad.

Y eso se explica: el hombre no tiene una cuestión personal con la
humanidad como nosotras.

Para el hombre la humanidad es un problema social, económico y político.

Para nosotros la humanidad es un problema de creación... como que cada
mujer y cada hombre representa nuestro dolor y nuestro sacrificio.

El hombre acepta demasiado fácilmente la destrucción de otro hombre o de
una mujer, de un anciano o de un niño.

¡No sabe lo que cuesta crearlos!

¡Nosotras sí!

Por eso nosotras, mujeres de toda la tierra, tenemos, además de nuestra
vocación creadora, otra, de conservación instintiva: la sublime vocación
de la paz.

No quiero decir con esto que debamos preferir la paz a todo.

No. Sabemos que hay causas mayores que la paz, pero son menos para
nosotras que para los hombres.

No entendemos que pueda hacerse la guerra por un imperialismo, menos por
un predominio económico, no comprendemos la guerra en son de conquista.

Aunque sabemos, sí, que hay guerras de justicia, pensamos que hasta hoy
en el mundo todavía los hombres no han peleado sino muy poco por aquella
justicia.

Cuando el hombre nos dé un lugar en sus decisiones trascendentales habrá
llegado la hora de hacer valer nuestra opinión tal vez menos del cerebro
que del corazón.

Pero ¿acaso no es nuestro corazón el que debe sufrir las consecuencias
de los errores "cerebrales" del hombre?

Yo no desprecio al hombre ni desprecio su inteligencia, pero si en
muchos lugares del mundo hemos creados juntos hogares felices, ¿por qué
no podemos hacer juntos una humanidad feliz?

Ese debe ser nuestro objetivo.

Nada más que ganar el derecho de crear, junto al hombre, una humanidad
mejor.



EL PARTIDO PERONISTA FEMENINO



El partido femenino que yo dirijo en mi país está vinculado lógicamente
al movimiento Peronista pero es independiente como partido del que
integran los hombres.

Esto lo he dispuesto precisamente para que las mujeres no se
masculinicen en su afán político.

Así como los obreros sólo pudieron salvarse por sí mismos y así como
siempre he dicho, repitiéndolo a Perón, que "solamente los humildes
salvarán a los humildes", también pienso que únicamente las mujeres
serán la salvación de las mujeres.

Allí está la causa de mi decisión de organizar el partido femenino fuera
de la organización política de los hombres peronistas.

Nos une totalmente el Líder, único e indiscutido para todos.

Nos unen los grandes objetivos de la doctrina y del movimiento
Peronista.

Pero nos separa una sola cosa: nosotras tenemos un objetivo nuestro que
es redimir a la mujer.

Este objetivo está en la doctrina justicialista de Perón pero nos toca a
nosotras, mujeres, alcanzarlo.

Para ello incluso deberemos ganar previamente la colaboración efectiva
de los hombres.

En esto soy optimista. Los hombres del peronismo que nos dieron el
derecho de votar, no han de quedarse ahora atrás...

La organización del partido femenino ha sido para mí una de las empresas
más difíciles que me ha tocado realizar.

Sin ningún precedente en el país -creo que ésta ha sido mi suerte- y sin
otro recurso que mucho corazón puesto al servicio de una gran cause,
llamé un día a un grupo pequeño de mujeres.

Eran apenas treinta.

Todas muy jóvenes. Yo las había conocido como colaboradoras mías
infatigables en l ayuda social, como fervientes peronistas de todas las
horas, como fanáticas de la causa de Perón.

Tenía que exigirles grandes sacrificios: abandonar al hogar, el trabajo,
dejar prácticamente una vida para empezar otra distinta, intensa y dura.

Para eso necesitaba mujeres así, infatigables, fervientes fanáticas.

Era indispensable ante todo "censar" a todas las mujeres que a lo largo
y a lo ancho del país sentían nuestra fe peronista.

Esa empresa requería mujeres intrépidas dispuestas a trabajar día y
noche.

De aquellas treinta mujeres sin otra ambición que la de servir a la
causa justicialista sólo muy pocas me fallaron...

Quiere decir que eligiéndolas por su amor a la causa más que por otras
razones, elegí bien.

Todas están hoy todavía trabajando como el primer día.

Me encanta seguir desde cerca la marcha de todo el movimiento. Lo
importante es que conservan intacto el sello femenino que yo quise
infundirles.

Esto me acarreó algunas dificultades iniciales.

En zonas apartadas del país hubo algunos "caudillos" políticos -muy
pocos felizmente quedan ya en el Movimiento Peronista; la mayoría está
en los viejos partidos opositores- que creyeron hacer del movimiento
femenino cosa propia que debía responder a sus directivas e
insinuaciones.

Mis "muchachas" se portaron magníficamente cuidando la independencia de
criterio y de acción.

En eso me di cuenta de que mis largas conversaciones con aquel grupo
inicial habían sido bien aprendidas.

Y que el movimiento femenino en su actividad política nacía bien y
empezaba a marchar solo.

Hoy, en todo el país, miles y miles de mujeres trabajan activamente en
la organización.

Con la plenipotencia que me otorgó la Primera Asamblea Nacional, yo
puedo dirigir libremente todos los trabajos de la organización.

Eso me cuesta muchas horas de paciente trabajo, de reuniones, de
conversaciones personales con las delegadas censistas, algunos
disgustos, muchas dificultades pero... todo se compensa con la alegría
que tengo cuando, en las fechas nuestras, puede llegar al Líder con mis
mujeres para darle cuenta de nuestros progresos y de nuestras victorias.

Los centros políticos del partido femenino se llaman "unidades básicas".

En esto hemos querido imitar a los hombres.

Pero mucho me temo que nuestras unidades básicas estén más cerca de lo
que Perón soñó que fueran cuando las aconsejó como elementos
fundamentales de la organización política de los hombres.

El General quiso que los hombres de su partido político no constituyesen
ya los antiguos y desprestigiados "comités" que, en las organizaciones
políticas oligárquicas que soportó el país, eran antros del vicio que
cada elección abría en todos los barrios y en todos los pueblos.

Perón quiso que los nuestros -los centros políticos del peronismo-
fuesen focos de cultura y de acción útil para los argentinos.

Mis centros, mis unidades básicas cumplen aquel deseo de Perón.

En las unidades se organizan bibliotecas, se dan conferencias
culturales, y sin que yo lo haya establecido expresamente pronto se han
convertido en centros de ayuda y de acción social.

Los "descamisados" no distinguen todavía lo que es la organización
política que yo presido de lo que es mi Fundación...

Las unidades básicas son para ellos algo de "Evita". Y allí van buscando
lo que esperan que pueda darles Evita.

Ellos mismos, mis descamisados, son los que han creado en mis unidades
básicas una nueva función: informar a la Fundación acerca de las
necesidades de los humildes de todo el país. La Fundación atiende estos
pedidos haciéndoles llegar directamente su ayuda.

Esto me ha sido duramente criticado. Mis eternos supercríticos
consideran que así yo utilizo mi Fundación con finalidades políticas...

¡Y... tal vez tengan razón! Lo que al final aparece como consecuencia de
mi trabajo es de repercusión política... la gente ve, en mi obra, la
mano de Perón que llega hasta el último rincón de mi Patria... y eso no
le puede gustar a sus enemigos...

Pero... ¿puedo yo desoír el clamor de los humildes, cualquiera sea el
conducto por el cual me llegue?

Si alguna vez los partidos que se oponen a Perón me enviasen algún
pedido de algún descamisado también la Fundación acudiría allí donde
fuese necesario.

¿Acaso alguna vez la Fundación ha preguntado el nombre, la raza, la
religión y el partido de alguien para ayudarlo?

Pero estoy segura que ningún oligarca me hará jamás un pedido semejante.

¡Ellos no nacieron para pedir...!

¡Y menos para pedir por el dolor de los humildes!

Para ellos eso es melodrama... melodrama de la "chusma" que ellos
despreciaron "desde sus balcones" con el insulto que es nuestra gloria:
"¡descamisados!".



NO IMPORTAN QUE LADREN



No importa que ladren.

Cada vez que ellos ladran nosotros triunfamos.

¡Lo malo sería que nos aplaudiesen! En esto muchas veces se ve todavía
que algunos de los nuestros conservan viejos prejuicios.

Suelen decir por ejemplo:

- ¡Hasta la "oposición" estuvo de acuerdo!

No se dan cuenta de que aquí, en nuestro país, decir "oposición"
significa todavía decir "oligarquía"... Y eso vale como si dijésemos
"enemigos del pueblo".

Desearía que cada peronista se grabase este concepto en lo más íntimo
del alma; porque eso es fundamental para el movimiento.

¡Nada de la oligarquía puede ser bueno!

No digo que pueda haber algún oligarca que haga alguna cosa buena... Es
difícil que eso ocurra, pero si ocurriera creo que sería por
equivocación. ¡Convendría avisarle que se está haciendo peronista!

Y conste que cuando hablo de oligarquía me refiero a todos los que en
1946 se opusieron a Perón: conservadores, radicales, socialistas y
comunistas. Todos votaron por la Argentina del viejo régimen
oligárquico, entregador y vende patria.

De ese pecado no se redimirán jamás.

Mucha gente del extranjero no entiende a veces que Perón sea tan
absoluto en su decisión irrevocable de trabajar con su propio partido y
que ataque siempre y aun a veces duramente a sus adversarios.

Acostumbrados a la política de "colaboración" (¿) que en otros países es
casi una costumbre, no se entiende nuestra división rotunda y
terminante.

Muchos ignoran cuántas veces Perón invitó a sus enemigos a colaborar
honradamente.

Yo sé que los llamó sinceramente.

Pero yo también sé que los llamó sin ninguna esperanza.

Él los conoce antes que yo y aun más que yo.

Son incapaces para la generosidad. No piensan más que en sí mismos.

La Patria para ellos fue siempre un nombre ¡el nombre de una mercadería
que se vende al que pague más!

Por eso el General gobierna como si ellos no existiesen. Si se acuerda
de ellos y los ataca es solamente para que el pueblo no se olvide de que
siempre son los mismos que en 1946 se entregaron a un embajador
extranjero.

Por suerte para los argentinos pertenecen a una raza de hombres que se
acabará en este siglo... con la generación que ellos componen.

¡No los querrán recordar ni siquiera sus hijos!



LAS MUJERES Y LA ACCIÓN



Yo creo firmemente que la mujer -al revés de lo que es opinión común
entre los hombres- vive mejor en la acción que en la inactividad.

Lo veo todos los días en mi trabajo de acción política y de acción
social.

La razón en muy simple: el hombre puede vivir exclusivamente para sí
mismo. La mujer no.

Si una mujer vive para sí misma, yo creo que no es mujer o no puede
decirse viva... Por eso le tengo miedo a la "masculinización" de las
mujeres.

Cuando llegan a eso, entonces se hacen egoístas aun más que los hombres,
porque las mujeres llevamos las cosas más a la tremenda que los hombres.

Un hombre de acción es el que triunfa sobre los demás. Una mujer de
acción es la que triunfa para los demás... ¿no es ésta una gran
diferencia?

La felicidad de una mujer no es su felicidad sino la de otros.

Por eso cuando yo pensé en mi movimiento femenino no quise sacar a la
mujer de lo que es tan suyo. En política, los hombres buscan su propio
triunfo.

Las mujeres, si hiciesen eso, dejarían de ser mujeres.

Yo he querido que, en el partido femenino, las mujeres no se buscase a
sí mismas..., que allí mismo sirviesen a los demás en alguna forma
fraternal y generosa.

El problema de la mujer es siempre en todas partes el hondo y
fundamental problema del hogar.

Es su gran destino. Su irremediable destino.

Necesita tener un hogar, cuando no pueda construirlo con su carne lo
hará con su alma ¡o no es mujer!

Bueno, por eso mismo yo he querido que mi partido sea un hogar... que
cada unidad básica sea algo así como una familia... con sus grandes
amores y sus pequeñas desavenencias, con su fecundidad excelsa y su
laboriosidad interminable.

Sé que en muchas partes lo he conseguido ya.

¡Sobre todo donde las mujeres que he designado sin más mujeres...!

Más que una acción política, el movimiento femenino tiene que
desenvolver una acción social. ¡Precisamente porque la acción social es
algo que las mujeres llevamos en la sangre!

Servir a todos en nuestro destino y nuestra vocación y eso es acción
social...

No aquello otro de "vida social"... ¡que eso es todo lo contrario de la
acción...!



LA VIDA SOCIAL



¿Puedo decir dos palabras sobre la "vida social"?

¡Peores cosas he dicho ya en mi vida!

Creo, como que hay sol, que la "vida social", así como la sociedad
aristocrática y burguesa que la vive son dos cosas que se van... ¡Este
siglo acabará con ellos!

Nunca entendí a las mujeres de esa clase de vivir vacío y fácil... ni
creo que ellas entiendan jamás lo que es otra clase de vida.

Ellas pertenecen a otra raza de mujeres. Decir que se acercan a los
hombres sería un insulto que los hombres no se merecen.

El hombre y la mujer, aun siendo distintos, viven para algo... Tienen un
objetivo en sus vidas y, a su manera, cada uno lo cumple como mejor le
parece.

La "mujer de sociedad" no es así, porque la vida social no tiene
objetivos... Llena de apariencias, de pequeñeces, de mediocridades y de
mentiras, todo consiste en representar bien un papel tonto y ridículo.

En el teatro, por lo menos, se representa algo que existió alguna vez...
o que puede existir. En el teatro, el artista sabe que es alguien... En
la vida social, las mujeres son artistas representando ¿qué?, ¡nada,
absolutamente nada! Nunca envidié ni quise a "esa" clase de artistas.

Pero las comprendo: lo que ocurre es muy fácil de entender. Es muy
difícil de entender. Es muy difícil llenar una vida cuando no se tiene
un objetivo. Entonces hay que acortar los días y las noches con ese
conjunto de cosas menores y sin importancia que componen la "vida
social".

Y una vez que se acostumbran a eso todo lo demás les parece incluso
ridículo y extravagante.

¡A los gorriones les debe parecer así el vuelo de los cóndores!

A esa clase de mujeres no se les puede hablar de nada más grande y
distinto. El hogar es, para ellas, lo secundario: el sacrificio de todo
eso que es la "vida social" con sus fiestas y sus reuniones, el bridge,
el hipódromo, etc. Es como si hubiesen nacido para todas estas cosas y
no para servir de puente a la humanidad. No saben que la humanidad pasa
de un siglo a otro a través de nuestro cuerpo y de nuestra alma, y que
para eso es necesario que nosotras construyamos cada una un hogar.

¡Ah, no! Eso ellas no lo entienden.

Tampoco entienden el dolor de los humildes.

Cuando les llega alguna noticia de ese gran dolor humano, suelen
lagrimear un poco... ¡pero el lagrimeo termina en una fiesta de
beneficencia! Esta clase de mujeres sabe, sin embargo, en lo íntimo de
su corazón, que esa vida que viven no es real... ¡No es la verdadera
vida!

Dicen que en la "vida social" se aprecia la cultura de un pueblo. Yo me
rebelo y me indigno ante esa afirmación estúpida.

Sí, yo sé que es muy de gente "bien" decirse culta... y es muy de "buena
sociedad" recibir en su seno a intelectuales, pensadores, escritores,
poetas, artistas, etc.

Esta es una función hospitalaria, protectora y atrayente... y es muy
comprensible que los intelectuales se sientan atraídos y halagados por
el lujo material y las atenciones de la "buena sociedad".

No se dan cuenta que por lo general ellos representan allí un papel
tonto y ridículo: son "animadores" de una pieza teatral que en sí misma
no tiene recursos para divertir a nadie.

Y en eso reside la cultura de la "vida social".






LA MUJER QUE NO FUE ELOGIADA



Por eso tal vez, escritores y poetas han hablado mucho de las mujeres
bellas y elegantes... y han cantado a las mujeres viendo solamente a esa
clase de mujeres cuya feminidad es indiscutible.

A esa "mujer" han visto solamente. Por eso escritores y poetas no han
dicho la auténtica verdad respecto a la mujer.

La mujer no es eso. No es vacía, ligera, superficial y vanidosa. No es
lo que ellos han escrito: egoísta, fatal y romántica.

No. No es como ellos la pintaron: charlatana y envidiosa.

Ellos la vieron así porque no supieron ver nunca a la mujer auténtica
que, por ser precisamente auténtica, se refugia silenciosa en los
hogares del pueblo, donde la humanidad se hace eterna.

Esa mujer no ha sido aclamada por los intelectuales.

No tiene historia. No ofrece recepciones. No juega al bridge. No fuma.
No va a al hipódromo.

Es la heroína que nadie conoce. Ni siquiera su marido. ¡Ni siquiera sus
hijos!

De ella no se dirá nunca nada elegante, nada ingenioso.

A lo sumo, después de muerta, sus hijos dirán:

- Ahora nos damos cuenta de lo que ella era para nosotros.

Y ese lamento tardío será su único elogio.

Por eso he querido decir todas esas cosas. Así, yo le rindo mi homenaje
¡el mejor homenaje de mi corazón! A la mujer auténtica que vive en el
pueblo y que va creando, todos los días, un poco de pueblo.

Es ella la que constituye el gran objetivo de mis afanes.

Yo sé que ella, solamente ella, tiene en sus manos el porvenir del
pueblo. No será tanto en las escuelas sino en los hogares donde se ha de
formar la nueva humanidad que quiere el Justicialismo de Perón.

Por eso me preocupa que la mujer auténtica del pueblo se capacite en
todo sentido... porque la escuela es como esos talleres que pintan
cuadros en serie... pero el hogar es un taller de artista donde cada
cuadro es un poco de su alma y de su vida.

Allí se forman los hombres y mujeres excepcionales.

La nueva edad justicialista que nosotros iniciamos necesita muchos
hombres y mujeres así.

Y por más esfuerzos que hagamos no los podremos ofrecer a la humanidad
si no los crean, para nosotros, mujeres del auténtico pueblo, enamoradas
de la causa de Perón; pero fervorosamente instruidas y capacitadas.

Por eso yo creo que vale más capacitar, instruir y educar a una mujer
que a un hombre. ¡Ha llegado el momento de dar más jerarquía al milagro
por el cual todos los días las mujeres creamos en cierto modo el destino
del mundo!

Y con más razón ahora, que los hombres han perdido la fe... Nosotras
nunca perdemos la fe. Y bien sabemos que, cuando todo se pierde, todo
puede salvarse si se conserva un poco, aunque sea un poco de fe.



COMO CUALQUIER OTRA MUJER



Lo que quise decir todo está dicho ya.

Soy nada más que una humilde mujer de un pueblo grande... ¡como son
todos los pueblos de la tierra!

Una mujer como hay millones y millones en el mundo. Dios me eligió a mí
de entre tantas y me puso en este lugar, junto al Líder de un nuevo
mundo: Perón.

¿Por qué fui yo la elegida y no otra?

No lo sé.

Pero lo que hice y lo que hago es lo que hubiese hecho en mi lugar
cualquiera de las infinitas mujeres que en este pueblo nuestro o en
cualquier pueblo del mundo saben cumplir su destino de mujer,
silenciosamente, en la fecunda soledad de los hogares.

Yo me siento nada más que la humilde representante de todas las mujeres
del pueblo.

Me siento, como ellas, al frente de un hogar, mucho más grande es cierto
que el que ellas han creado, pero al fin de cuentas hogar: el gran hogar
venturoso de esta Patria mía que conduce Perón hacia sus más altos
destinos.

¡Gracias a él, el "hogar" que al principio fue desmantelado, es ahora
justo, libre y soberano!

¡Todo lo hizo él!

Sus manos maravillosas convirtieron cada esperanza de nuestro pueblo en
un millar de realidades.

Ahora vivimos felices, con esa felicidad de los hogares, salpicadas de
trabajos y aun de amarguras... que son algo así como el marco de la
felicidad.

En este gran hogar de la Patria yo soy lo que una mujer en cualquiera de
los infinitos hogares de mi pueblo.

Como ella soy a fin de cuentas mujer.

Me gustan las mismas cosas que a ella: joyas y pieles, vestidos y
zapatos... pero, como ella, prefiero que todos, en la casa, estén mejor
que yo. Como ella, como todas ellas, los deberes de la casa que nadie
tiene obligación de cumplir en mi lugar.

Como todas ellas me levanto temprano pensando en mi marido y en mis
hijos... y pensando en ellos me paso andando todo el día y una buena
parte de la noche... Cuando me acuesto, cansada, se me van los sueños en
proyectos maravillosos y trato de dormirme "antes que se me rompa el
cántaro".

Como todas ellas me despierto sobresaltada por el ruido más
insignificante porque, como todas ellas, yo también tengo miedo...

Como ellas me gusta aparecer siempre sonriente y atractiva ante mi
marido y ante mis hijos, siempre serena y fuerte para infundirles fe y
esperanza... y como a ellas, a mí también a veces me vencen los
obstáculos ¡y como ellas, me encierro a llorar y lloro!

Como todas ellas prefiero a los hijos más pequeños y más débiles... y
quiero más a los que menos tienen...

Como para todas las mujeres de todos los hogares de mi pueblo los días
jubilosos son aquellos en que todos los hijos rodean al jefe de la casa,
cariñosos y alegres.

Como ellas, yo sé lo que los hijos de esta casa grande que es la Patria
necesitan de mí y de mi marido... y trato de hacer que lo consigan.

Me gusta, como a ellas, preparar sorpresas agradables y gozarme después
con la sorpresa de mi esposo y de mis hijos...

Como ellas, oculto mis disgustos y mis contrariedades, y muchas veces
aparezco alegre y feliz ante los míos y cubriendo con una sonrisa y con
mis palabras las penas que sangran en mi corazón.

Oigo como ellas, como todas las madres de todos los hogares de mi
pueblo, los consejos de las visitas y de los amigos: "Pero ¿por qué se
toma las cosas tan en serio?". "¡No se preocupe tanto!". "Diviértase un
poco más. ¿Para qué quiere sino tantas cosas bonitas que tienen sus
guardarropas?".

Es que como a ellas a mí también me gusta más lucirme ante los míos que
antes los extraños... y por eso me pongo mis mejores adornos para
atender a los descamisados.

Muchas veces pienso, como ellas, salir de vacaciones, viajar, conocer el
mundo... pero en la puerta de casa me detiene un pensamiento: "Si yo me
voy ¿quién hará mi trabajo?". ¡Y me quedo!

¡Es que me siento verdaderamente madre de mi pueblo!

Y creo honradamente que lo soy.

¿Acaso no sufro con él? ¿Acaso no gozo con sus alegrías? ¿Acaso no me
duele su dolor? ¿Acaso no se levanta mi sangre cuando lo insultan o
cuando lo denigran?

Mis amores son sus amores.

Por eso ahora lo quiero a Perón de una manera distinta, como no lo quise
antes: antes lo quise por él mismo... ¡ahora lo quiero también porque mi
pueblo lo quiere!

Por todo eso, porque me siento una de las tantas mujeres que en el
pueblo construyen la felicidad de sus hogares, y porque yo he alcanzado
esa felicidad, la quiero para todas y cada una de aquellas mujeres de mi
pueblo...

Quiero que sean tan felices en el hogar de ellas como yo lo soy en este
hogar mío tan grande que es mi Patria.

Quiero que cuando el destino vuelva a elegir mujer para esta cumbre del
hogar nacional, cualquier mujer de mi pueblo puede cumplir, mejor que
yo, esta misión que yo cumplo lo mejor que puedo.

Quiero hacer hasta el último día de mi vida la gran tarea de abrir
horizontes y caminos a mis descamisados, a mis obreros, a mis mujeres...

Yo sé que, como cualquier mujer del pueblo, tengo más fuerzas de las que
aparento tener y más salud de la que creen los médicos que tengo.

Como ellas, como todas ellas, yo estoy dispuesta a seguir luchando para
que en mi gran hogar sea siempre feliz.

¡No aspiro a ningún honor que no sea esa felicidad!

Esa es mi vocación y mi destino.

Esa es mi misión.

Como una mujer cualquiera de mi pueblo quiero cumplirla bien y hasta el
fin.

Tal vez un día, cuando yo me vaya definitivamente, alguien dirá de mi lo
que muchos hijos suelen decir, en el pueblo, de sus madres cuando se
van, también definitivamente:

- ¡Ahora recién nos damos cuenta que nos amaba tanto!



NO ME ARREPIENTO



Creo que ya he escrito demasiado.

Yo solamente quería explicarme y pienso que tal vez no lo haya
conseguido sino a medias.

Pero seguir escribiendo sería inútil. Quien no me haya comprendido hasta
aquí, quien no me haya "sentido", no me sentirá ya aun cuando siguiera
estos apuntes por mil páginas más.

Aquí veo ahora a mi lado verdaderas pilas de papel fatigado por mis
letra grande... y creo que ha llegado el momento de terminar.

Leo las primeras páginas... y voy repasando todo lo que he escrito.

Sé que muchas cosas tal vez no debiera haberlas dicho... Si alguna vez
se leen por curiosidad histórica no me harán estas páginas un favor muy
grande: la gente dirá por ejemplo que fui demasiado cruel con los
enemigos de Perón.

Pero... no he escrito esto para la historia.

Todo ha sido hecho para este presente extraordinario y maravilloso que
me toca vivir: para mi pueblo y para todas las almas del mundo que
sientan, de cerca o de lejos, que está por llegar un día nuevo para la
humanidad: el día del Justicialismo.

Yo solamente he querido anunciarlo con mis buenas o malas palabras...
con las mismas palabras con que lo anuncio todos los días a los hombres
y a las mujeres de mi propio pueblo.

No me arrepiento por ninguna de las palabras que he escrito. ¡Tendrían
que borrarse primero en el alma de mi pueblo que me las oyó tantas veces
y que por eso me brindó su cariño inigualable!

¡Un cariño que vale más que mi vida!