Entonces en las aguas de Conchán (Verano, 1978)
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  Entonces en las aguas de Conchán ancló una gran ballena.  
  Era azul cuando el cielo azulaba y negra con la niebla.  
  Y era azul.  
  Hay quien la vio venida desde el Norte (donde dicen que hay
  muchas).  
  Hay quien la vio venida desde el Sur (donde hiela y habitan
  los leones).  
  Otros dicen que solita brotó como los hongos o las hojas de
  ruda.  
  Quienes esto repiten son las gentes de Villa El Salvador,
  pobres entre los pobres.  
  Creciendo todos tras las blancas colinas y en la arena: Gentes
  como arenales en arenal.  
  (Sólo saben del mar cuando está bravo y se huele en el
  viento).  
  El viento que revuelve el lomo azul de la ballena muerta.
  Islote de aluminio bajo el sol.  
  La que vino del Norte y del Sur y solita brotó de las
  corrientes.  
  La gran ballena muerta.  
  Las autoridades temen por las aguas: la peste azul entre las
  playas de Conchán.  
  La gran ballena muerta.  
  (Las autoridades protegen la salud del veraneante).  
  Muy pronto la ballena ha de podrirse como un higo maduro  
  en el verano.  
  La peste es, por decir, 40 reses pudriéndose en el mar (o 200
  ovejas o 1000 perros).  
  Las autoridades no saben cómo huir de tanta carne muerta.  
  Los veraneantes se guardan de la peste que empieza en las  
  malaguas de la arena mojada.  
  En los arenales de Villa El Salvador las gentes no reposan.  
  Sabido es por los pobres de los pobres que atrás de las  
  colinas flota una isla de carne aún sin dueño.  
  Y llegado el crepúsculo –no del océano sino del arenal– se  
  afilan los mejores cuchillos de cocina y el hacha del  
  maestro carnicero.  
  Así fueron armados los pocos nadadores de Villa El Salvador.  
  Y a medianoche luchaban con los pozos donde espuman las  
  olas.  
  La gran ballena flotaba hermosa aún entre los tumbos  
  helados. Hermosa todavía.  
  
  
  Sea su carne destinada a 10000 bocas.  
  Sea techo su piel de 100 moradas.  
  Sea su aceite luz para las noches y todas las frituras del verano.

  
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  Antonio Cisneros, del libro *Crónica del Niño Jesús de 
  Chilca*, 1981.