Obsolescencia social programada
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Por: José A. Pérez Ledo

En algún momento, Carmen se descolgó del mundo. O, más
bien, el mundo se descolgó de ella. No está muy segura
de cuándo pasó. Hasta hace poco, se las arreglaba a las
mil maravillas. Era capaz de hacer sus propias gestiones
sin problema, y hasta le echaba una mano a sus amigas
cuando se enredaban con algún trámite. Pero, de un
tiempo a esta parte, todo ha empezado a volverse cada vez
más complicado.

Y eso que ella, a sus 78 años, no es manca precisamente.
Trabajó media vida en una oficina, hasta la jubilación.
Siendo una pipiola, se hizo un curso de taquigrafía cuando
aquello era lo más. Todavía la usa de vez en cuando, para
la lista de la compra o para anotar alguna cita en el
calendario. Ahí se quedó ella, en la taquigrafía. Pero el
mundo siguió girando. Y juraría que lo hace cada vez más
deprisa.

Hace una semana fue al ambulatorio para ponerse la tercera
dosis. Fue visto y no visto, como las otras veces. Carmen
es aprensiva con las agujas, siempre se marea cuando le
sacan sangre, pero no sabe qué tiene la vacuna esta que
ni la notas. El caso es que, cuando se iba ya, pidió a
la chica de recepción algún papel, un justificante,
algo. La chica se rio y levantó mucho las cejas. Que
para qué lo quería. Treinta años tendría, ni eso. Le
dijo que había que ahorrar papel, que los árboles,
los troncos, el planeta.

El justificante estaba en internet, le dijo, dos clics,
facilísimo. Pero algo debió de ver en la expresión de
Carmen porque añadió: "Ya se lo sacarán sus hijos". A
Carmen no le dio la gana decirle que no tiene hijos. Lleva
toda la vida diciéndolo y sintiendo que pide perdón
por ello.

Se marchó del ambulatorio pensado a ver cómo se las
apañaría para conseguir el papelito dichoso. Está
su sobrina, pero le da apuro pedirle sopitas. Ya lo
hizo cuando se compró el televisor nuevo y cuando se le
borraron todas las fotos del móvil y cuando se le fue el
whatsapp. Sabe que a ella no le cuesta nada, pero bastante
tiene con el trabajo y con la casa y con las niñas.

Esto le pasó a Carmen el mismo día que oyó en la radio
lo de los prospectos. No se enteró muy bien porque estaba
haciendo la cena, pero la cosa, a grandes rasgos, es
que van a quitar los prospectos de los medicamentos. Los
árboles, otra vez. Al parecer, los van a sustituir por
no sé qué invento, algo de internet.

Desde siempre, Carmen ha leído los prospectos de los
medicamentos que le recetaban. De cabo a rabo, además. Le
da un poco de coraje pensar que ahora, que es cuando
más pastillas toma, ya no vaya a poder hacerlo. Piensa:
tengo que enterarme bien. Piensa: al final voy a tener
que llamar a mi sobrina.

No es que sea una sensación nueva, pero, desde ese
día, Carmen alberga la sospecha de que el mundo está
tirando adelante sin ella. Que el día menos pensado,
abrirá los ojos y ya no será capaz ni de hacer la
compra, ni de encender la televisión, ni de pedir cita
con el médico porque todo será complicadísimo. Esa
idea le agobia muchísimo y la mantiene despierta hasta
la una o las dos de la madrugada. Es entonces, por la
noche, cuando se pregunta si los viejos siempre habrán
sentido eso. Esa inseguridad. Esa fragilidad. Sospecha que
sí. Está convencida de ello. La cuestión, piensa ella,
es si acaso podría ser de otra manera.

## Vía:

https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/obsolescencia-social-programada_129_8578474.html


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